La publicación del libro “Escritores norteamericanos”, en el que Piglia reúne notas sobre Faulkner, Scott Fitzgerald, Hemingway y Capote, entre otros, disparó una entrevista, la última que ofreció a un medio escrito. Piglia, nacido en Adrogué, criado en Mar del Plata, falleció el viernes último, a los 75 años.
“Escribía muy bien en ese tiempo, mejor que ahora, pienso a veces. Un escritor no evoluciona. Cada tanto, si tiene suerte y está inspirado, acierta con el tono y escribe más o menos bien”, respondió Ricardo Piglia sobre “Escritores norteamericanos”, en una entrevista que concedió a la agencia de noticias Télam el pasado 25 de diciembre, a través del correo electrónico.
Cabe señalar que “Escritores norteamericanos” es un volumen que reúne notas escritas en 1967 donde retrata con maestría diversos perfiles de ciertos autores fundamentales del siglo XX y que acaba de ser publicado.
Editado por el sello independiente Tenemos Las Máquinas, el libro -que incluye fotografías de Walker Evans-, presenta perfiles breves de William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Truman Capote, entre otros, así como el ensayo “Cuentos policiales norteamericanos”, de 1968, que Piglia escribió como prólogo a la colección de libros policiales que dirigió después en la editorial Tiempo Contemporáneo.
“Mi entusiasmo por la narrativa norteamericana, comprendo ahora, fue una reacción frente a la influencia de Borges y Cortázar, que hacían estragos entre los escritores de mi generación”, explicó Piglia en una nota firmada el 10 de julio de 2016, y que sirve para entender el sentido de los retratos de escritores que el autor escribió hace 50 años para acompañar una selección de cuentos titulada “Crónicas de Norteamérica”.
En su retrato de Thomas Wolfe, por ejemplo, Piglia logra sintetizar la obra del novelista en un solo párrafo: “Fausto moderno, intentaba lo imposible: hacer entrar el mundo entero en esas grandes sábanas de papel, convertir la masa amorfa de sus temas en una valoración cualitativa de toda la vida norteamericana. La muerte lo paró a mitad de camino, pero sus libros son los más ambiciosos, los más voluminosos, los más insolentes, originales y retóricos de la historia de la literatura norteamericana”.
Sobre la obra de Faulkner, decía Piglia: “En esa lucha entre la memoria y el presente, entre la fatalidad y el olvido nace la prosa de Faulkner. Un estilo aprendido en Conrad, en Laurence Sterne, en Joyce, pero sobre todo en el Viejo Testamento. Una deslumbrante construcción verbal que unifica todos los temas, todas las significaciones del arte de Faulkner; allí, en ese vértigo de palabras, en esa música, se dibuja el perfil de sus mitos, se vislumbra (sobre todo) una visión del mundo”.
Y sobre Hemingway sostenía: “Todo su estilo, despojado y sutil, está construido para reproducir esa ambigüedad: un hombre regresa o está por lanzarse a la acción. Hemingway lo congela, lo inmoviliza en ese tiempo muerto”. Y luego: “Los personajes de Hemingway están enfrentados con su propia máscara, viven el esfuerzo por reencontrar la realidad que se ha extraviado en una acción ciega y violenta”.
Nombre clave para comprender la literatura argentina contemporánea, Ricardo Piglia (Adrogué, 1941) escribió las novelas “Respiración artificial”, “La ciudad ausente”, “Plata quemada”, “Blanco nocturno” y “El camino de Ida”; los cuentos de “Nombre falso”, “La invasión” y “Prisión perpetua”; y los ensayos “Formas breves”, “Crítica y ficción”, “El último lector”, “Antología personal”, “La forma inicial” y “Las tres vanguardias”.
Profesor emérito en la Universidad de Princeton y ex profesor de la Universidad de Buenos Aires, al tiempo que luchaba contra una esclerosis lateral amiotrófica continuaba publicando su autobiografía “Los diarios de Emilio Renzi”, dividida en tres volúmenes: “Años de formación”, “Los años felices” y “Un día en la vida”, prevista para el año que viene.
En aquel diálogo exclusivo con Télam, el autor de “Respiración artificial” habló sobre el origen de este nuevo libro que presentaba los textos de un joven escritor que ya empezaba a proyectar una obra marcada por las formas de la narración, la relación entre tradición y vanguardia, los modos de lectura en el tiempo, la tensión entre realidad y ficción, así como una lectura profunda de las sociedades a partir de su vínculo con la literatura.
-¿A qué se debe la decisión de publicar en una editorial independiente?
-Edgardo Dieleke fue alumno mío en Princeton y hoy es un destacado cineasta y colaborador de la editorial; y en cuanto a Julieta Mortati, forma parte del equipo de las cinco jóvenes que se turnan para ayudarme a trabajar, y es la heredera de Tenemos las Máquinas. La literatura es una cadena de amigos. Como decía Paco Urondo: “Los amigos son lo mejor de la poesía”.
-¿Cómo leés las cosas que escribiste hace 50 años? ¿Encontrás marcas de lectura que te acompañan en los textos o no te reconocés en ellos?
-Con nostalgia. Escribía muy bien en ese tiempo, mejor que ahora, pienso a veces. Un escritor no evoluciona. Cada tanto, si tiene suerte y está inspirado, acierta con el tono y escribe más o menos bien.
-¿Por qué, en la selección, quedaron afuera autores centrales de la narrativa estadounidense del siglo XX como Cheever o Salinger?
-Yo no elegí los cuentos ni a los autores cuando recibí el encargo de escribir la antología. Tampoco había un modelo de presentación, así que inventé la forma mientras la escribía y descubrí la técnica de los retratos a partir de escenas casi sin darme cuenta. En cuanto a los escritores que citás, son parte del modelo de relato impuesto por la revista New Yorker. Yo hubiera elegido a Flannery O’Connor y a Carson McCullers, mucho más originales y renovadoras.
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