Cómo es vivir en el país de los canguros, koalas y paisajes deslumbrantes en medio de los incendios forestales. La historia de Lorena Granados, salvadoreña, quien perdió su casa y negocio en Mogo, Nueva Gales del Sur. El accionar del gobierno. Las protestas y los mil millones de animales que ya murieron.
Por Melanie Lamazón
Ese día iba camino al trabajo ensimismada en mis propios pensamientos. Es raro que no haya estado hablando con nadie. Los australianos son muy de hablar en la calle con cualquier desconocido. Cosa que me encanta porque me recuerda a la gente de Argentina, el país en el que nací y viví la mayor parte de mi vida. Los temas son generalmente triviales: el clima, algún acontecimiento importante del pueblo, elogios a algo que la otra persona lleva puesto…
Desde hace unos meses, sin embargo, las conversaciones se volvieron monotemáticas. Los incendios forestales que azotan a Australia desde septiembre son ahora predominantes en la agenda de las charlas barriales. Si bien Airlie Beach -un pueblo situado en Queensland y donde vivo hace tres meses- no se vio afectado, nadie es ajeno a las llamas de casi 70 metros presentes, sobre todo, en los estados de Nueva Gales del Sur y Victoria.
Ese día, 31 de diciembre, caminaba pensando en cómo me gustaría teletransportarme a Mar del Plata para pasar año nuevo con mi familia y amigos cuando empecé a sentir las primeras gotas. Cuatro largos meses habían pasado desde la última vez que llovió. En cuestión de minutos, la lluvia se volvió torrencial. Mojados hasta la médula, los transeúntes intercambiábamos miradas y sonrisas cómplices. Algunos gritaban en inglés “¡Al fin!”, otros decían “No nos podemos quejar”. Fue un festejo generalizado a la lluvia entre desconocidos.
Quién de ese grupo de gente feliz se iba a imaginar que a 2100 kilómetros, en Mogo, Nueva Gales del Sur, Lorena Granados, su familia y vecinos vivían el peor momento de sus vidas.
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A las cinco de la mañana sonó el teléfono de la casa de la familia Granados y eso nunca es una buena señal. Lorena atendió, era su amiga que rápida y concisamente dijo: “El fuego va hacia ustedes”. La mujer salvadoreña que vive en piso australiano hace más de 30 años cuenta a LA CAPITAL que “en un momento así, uno ni siquiera piensa”. Junto a su hijo de 12 años, su esposo y mascotas dejaron atrás su hogar en dirección a la casa de su hija mayor. Una vez los dejaron a salvo, la pareja decidió volver.
“Manejamos y desde la calle veíamos paredes de fuego desde los dos costados. Las llamas eran altísimas, como un edificio grande, y el calor insoportable. Era como estar dentro de un horno”, describe y agrega: Si entrábamos a nuestra casa para tomar cosas materiales era seguro que íbamos a morir por el humo o el fuego”.
Lorena perdió su casa en los incendios. También su negocio de cueros de toda la vida. Su principal fuente de ingresos. “Teníamos la heladera llena para celebrar el fin de año y perdimos todo”, lamenta.
Lorena afirma que desde el momento del incidente hasta ahora, “debieron valerse por sí mismos” y que el accionar del gobierno del primer ministro, Scott Morrison, “deja mucho que desear”. “Esperábamos, por el país en el que vivimos y las oportunidades que ofrece, recibir contención y ayuda en situaciones de emergencia. Pero la realidad es muy diferente. En el momento del incendio, hubo sólo un bombero sacándonos cuando las llamas ya estaban arriba de nosotros. Un policía y un bombero, eso fue todo”, cuenta decepcionada.
En Mogo más de 2000 casas y negocios quedaron reducidos a cenizas. El centro de evacuación de Mogo reunió el pasado fin de año a unas 1300 personas desoladas, a las que no se les ofreció ni comida, ni contención. “Me dolía la cabeza pero ellos no tenían ninguna pastilla para el dolor, no nos dieron ni un té, ni agua, sólo nos ofrecieron un pedazo de pan con manteca. Éramos un número”, destaca Granados. La mujer, que recorre centros de evacuación con donaciones, asegura que la situación es similar en otros lugares afectados.
Negocios destrozados tras la catástrofe en el pueblo de Mogo, Nueva Gales del Sur.
Respecto al resarcimiento económico, Lorena afirma que les ofrecieron mil dólares australianos por adulto y cuatrocientos por el menor. “Pagamos mas de 40 mil dólares de tax para que el gobierno ahora, en un momento de crisis como este, solamente nos de 2400 dólares. Es un insulto”, dice. Dos mil cuatrocientos dólares australianos son casi cien mil pesos argentinos, pero el costo de vida en Australia no es caro, es carísimo. En conclusión, ese dinero alcanza para poco y nada. Sobre todo cuando uno acaba de perder todo.
“Nos dijeron ‘llamen al gobierno que están dando 15 mil dólares para los afectados’. Cuando llamé, me pidieron un millón y medio de papeles. Mi respuesta fue: ‘Se me ha quemado todo, todos los papeles, las computadores’”. Y agrega consternada: “No somos víctimas suficientes”.
En redes sociales, hay una pregunta frecuente en los Facebooks de australianas y australianos: “¿Dónde está el dinero de las donaciones?”. Nadie sabe la respuesta. “Esos millones y millones que las personas están donando, no están llegando a las personas afectadas. Están llegando al gobierno”, opina. Y menciona la página en la que se recauda dinero para que los negocios de su pueblo puedan resurgir, a la que se accede en este link.
Ahora, Lorena pasa sus días ayudando a otros afectados por los incendios. “Nosotros estábamos en Sídney con nuestros amigos, con techo y comida. Así que buscamos autos para cargar de donaciones y empezamos a repartirlas a los centros de evacuación, que no tenían ni pan”.
Cuando no está colaborando con la causa de esa forma, utiliza Facebook para exponer su realidad, la de otros y revelar acciones que el gobierno no quiere que muchos sepan… Hace unos días compartió una publicación en la que exponía que los periodistas no pueden entrar a los centros de evacuación y se les prohíbe a los afectados contar lo que está sucediendo. “No quieren que nadie cuente lo que pasa realmente”, considera.
Incendios en Malua Bay, Nueva Gales del Sur. Del instagram de @alexcoppel
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El combo atroz de sequía prolongada con temperaturas que se superan a sí mismas cada vez, causaron un desastre en el país que muchos toman como ejemplo por su economía y medidas políticas innovadoras. Si bien los incendios ocurren cada año, no se esperaba que tomaran las dimensiones que realmente tomaron y hasta los políticos, tanto conservadores como liberales, que se burlan hace décadas de los pronósticos porque afecta a la industria del carbón -que junto con el gas, constituye la principal exportación del país-, comenzaron a preocuparse.
Mapa de Australia con los incendios forestales activos a fines de diciembre.
Mientras tanto, las llamas son tan altas que dejan impotentes a los bomberos que están devastados y en quiebra, porque no cobran sueldo. El humo da una postal apocalíptica a las ciudades. La capital, Camberra, tuvo el índice de contaminación atmosférica más alto del mundo y hasta desapareció la vista de la famosa ópera de Sidney. Duelen las gargantas y en muchos casos, no hay nada para combatir el fuego. Solo se apaga cuando llega a la playa después de haber arrasado viviendas, negocios, bosques, animales…
Estos incendios forestales masivos también han provocado la muerte de más de 22 personas y desprenden gases contaminantes que perjudican la salud, afirmó la Organización Meteorológica Mundial (OMM). De acuerdo con dicha institución, se han liberado a la atmósfera unas 400 mega toneladas de dióxido de carbono, un gas que contribuye al calentamiento global. En conferencia de prensa en Ginebra, el portavoz de ese organismo, informó que el aire que carga los agentes nocivos ha llegado a Nueva Zelanda y, más aún, ha cruzado el Pacífico para alcanzar Sudamérica, donde se pudo observar en Argentina y Chile.
Los pronósticos no son para nada alentadores. Chris Dickman, ecólogo de la Universidad de Sídney, abordó un trabajo conjunto entre científicos y gobiernos, y reflexionó a Efe: “Con la aceleración del cambio climático, tendremos períodos de sequía más largos y los incendios serán más severos en el futuro”.
Si las personas y, sobre todo, los gobiernos continúan sin generar medidas para combatir el cambio climático el escenario será aún más desolador.