Por Luciana Balanesi
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“Me dije adiós en el espejo”.
Jorge Luis Borges.
No, gorda. Ese vestido te marca la panza. Esa panza gorda que tenés. Encima también te marca la celulitis del culo y la bombacha que se te hunde y te marca la piel. Gorda. Estás muy gorda. ¿Para qué comiste esa porción de torta con crema y dulce de leche en el cumpleaños? Todo el año haciendo dieta. Todo el maldito año resistiéndote a las tentaciones. De marzo a diciembre yendo al gimnasio todos los días, cinta, bici, abdominales y te venís a desbarrancar en un cumpleaños. Gorda. Sos gorda con cabeza de gorda. No puede ser que la comida te gane. Si las barritas de cereales que te habías llevado iban lo más bien. Pero no. Todo porque Lucas no te llamó para ir a la fiesta en la playa esa noche. Si no ibas a bailar ni ibas a transpirar, ¿por qué te la comiste? Por lo menos te hubieras comido una porción de lemon pie. Vos sabes bien que ese engorda mucho menos.
Ahora es pleno verano. Acaba de empezar el año. Más te vale que logres, alguna vez, cumplir esa falsa promesa que siempre te hacés de dejar de comer de más, torta odiosa, malditos festejos de cumpleaños para gordos, y empieces el año que viene sin culpas. Gorda.
¿No viste cómo te miran todos en la pileta o por los pasillos del balneario? Yo no entiendo por qué te preguntan cómo estás tan flaca. Si estás gorda. Mirá los rollitos que se te hacen en la panza cuando te sentás. No encorves la espalda que se te marcan, gorda.
Calláte de una vez por todas. Andáte. Por favor. ¿Podrás? Sos como la gota que cae y golpea, incesante, incansable en la pileta vacía de la cocina de madrugada. Basta. Vos, está visto, desde adentro del espejo no podes ayudarme.