por Vito Amalfitano
Teníamos tiempo. Nada vale más que eso. Lo teníamos porque eramos pibes. También porque el mundo no corría tan rápido, porque no existía internet, ni siquiera el cable. Pero particularmente uno tenía tiempo para el tenis. Y, aparte del cole, casi todo mi día era peloteos con mi viejo en la calle, -cuando en el Faro no pasaba un auto durante horas en invierno y los flejes de la cancha imaginaria estaban marcados por la brea sobre el cemento o en frontón improvisado en la medianera de mi casa-, y los partidos de Vilas en blanco y negro por la tele.
Tener tiempo para ver un partido completo de tenis. Sin moverte de la silla. Y la gloria de poder ver a Guillermo en ese tiempo.
Uno era muy pibe, y aunque ya había cierta conciencia de lo que pasaba,-también gracias a mi viejo-, solo recién un año después, cuando empezó a salir la revista Humor y pasé a devorármela, ese tiempo comenzó a cruzarse con la cruda realidad. Esa que hoy, 40 años después, al cambiar futuro por pasado, se nos presenta con temibles espectros, los de aquellos mismo móviles civiles que provocaron esa tragedia del terrorismo de Estado de la dictadura.
Pero Humor llegó en el 78. Y más allá de lo que me contaba o me advertía mi viejo entre peloteo y peloteo, estaba Vilas. Y casu todo el tiempo para él.
El secreto, sin embargo, radicaba en que todo el tiempo, en realidad, era de Vilas para el tenis. Muchos años después, en mis primeros años en el periodismo, pude hacerle una de las últimas largas notas a Felipe Locicero, el primer y gran entrenador y precursor de Guillermo, junto al colega José Luis López, para la revista Competir. Y Felipe nos revelaba uno de esos secretos para ganarse todo el tiempo, que poco después me confirmaría el propio Vilas. Guillermo almorzaba en la cancha. Ahí, al borde de la red. No salía del court en un día completo de entrenamiento. Había que acostumbrarse a “vivir” en la cancha. Para que después, cuando los partidos se prolongaran, no solo respondiera el físico sino que la cabeza estuviera preparada para estar tantas horas dedicadas a un mismo lugar y a una sola cuestión.
Así Vilas fue número 1 en 1977. Aunque los caprichosos rankings de aquel tiempo no lo confirmaran, el revisionismo de un gran periodista de tenis como Eduardo Puppo sumó los puntos que homologó la ATP para que ya esté más cerca el momento de hacer “justicia deportiva” con aquel gran año del marplatense.
Hace días, en efecto, se cumplieron 40 años de aquella tarde en la que Guillermo Vilas llegó al máximo sitial del tenis mundial al quedarse con el US Open, en Nueva York, nada menos que en la despedida de Forest Hill como mítico estadio. Allí tocaron antes nada menos que Los Beatles. Y allí, el 11 de septiembre del 77, Willy dio un concierto de tenis nada menos que ante Jimmy Connors, a quien derrotó por 2-6, 6-3, 7-6 y 6-0.
“Hoy puedo lograr todo lo que ambiciono. Durante años viví exclusivamente apra convertirme en el mejor del mundo. Por eso dejé atrás otras cosas muy importantes, me aislé, me entregué a la pasión por el tenis…”, le decía Guillermo a El Gráfico en las horas previas al partido con Jimbo.
El le había dado toda su vida y todo el tiempo al tenis para que llegue ese día. Y nosotros recién leeríamos esa declaración cuando El Gráfico llegara a Mar del Plata el martes, dos días después. La crónica incluía esas palabras previas, el partido en sí, y sus sensaciones posteriores. No solo no había redes. No había ni diarios deportivos, ni casi canales. Solo dos en blanco y negro y uno pasaba el partido y listo. Hasta la declaraciones previas eran novedad.
Ahora el tiempo es veloz. Pero debemos permitirnos la pausa para el recuerdo. Al menos de lo poco grato de aquellos días. La imagen de los brazos en alto de Guillermo y el vuelo en el aire después que el juez de línea cantó un controvertido “out” pero que completó un 6-0 lapidario. Saltamos junto con él. Toda Mar del Plata y todo el país lo hizo. Para algunos de nosotros, Guillermo Vilas pasó a ser desde esa imagen el deportista más grande de la Argentina. Le dedicó todo el tiempo y venció al tiempo. Y contra Jimbo tocó como Los Beatles.