Por Alberto Farías Gramegna
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El “principio de incertidumbre” en la física de la mecánica cuántica, o relación de indeterminación de Heisenberg , “establece la imposibilidad de determinar la posición exacta de una partícula y su momento lineal. Es decir, la imposibilidad de que determinados pares de magnitudes físicas observables y complementarias, sean conocidas con precisión arbitraria” (cf. Wikipedia) El principio de incertidumbre, además, afirma que el mero hecho de observar una partícula, la modifica.
Y bien, no pretendo trasladar “mecánicamente” (ya que de “mecánica cuántica” veníamos hablando) la incertidumbre respecto al movimiento y posición de una partícula, a la que generan nuestras sociedades con sus preguntas acerca del futuro inmediato y mediato.
Los dos años de pandemia, la crisis socioeconómica y social consecuente, -por acción u omisión de
las medidas gubernamentales entre nosotros y en el mundo- y últimamente los horrores de la crisis
humanitaria derivada de la violenta agresión militar rusa al invadir el territorio soberano de Ucrania,
han potenciado globalmente la incertidumbre social, que en dosis más bajas está normalmente
presente en la vida de los hombres.
El proyecto, esencia del tiempo humano en movimiento
La palabra “proyecto” deriva del latín “pro-iectus” y significa “lanzado hacia adelante, que avanza”.
El proyecto es la esencia de hombre en la búsqueda del sentido de la vida, que lo diferencia del resto
de los animales que viven en un presente continuo, aunque anticipen escenarios por efecto del
aprendizaje y los reflejos condicionados, al menos hasta donde sabemos.
La Psicopatología y la Psiquiatría, han enfatizado la importancia del “proyecto de vida” y el papel
que el manejo y la planificación del tiempo propio, tienen en la salud mental y el confort emocional
de las personas.
Hoy, muchas sociedades -la nuestra, por ejemplo- perciben que carecen de un sólido proyecto
colectivo motivador que ilusione y cohesione al ciudadano con sus pares, más allá de las pluralidades
de miradas ideológico-culturales.
Un proyecto implica la necesidad de planificar hechos y situaciones que aún no son reales, pero que
existen en nuestras cabezas, por lo que implica un ejercicio vital propio del ser humano: la imaginación.
Imaginamos cómo seremos, lo que haremos y dónde en un lapso corto, mediano o largo. Imaginamos cómo se verá nuestra forma de ser y hacer en un espacio tiempo virtual, que sólo es prerrogativa humana: la idea de futuro. Sin una idea de futuro, el colectivo social sólo vive un presente continuo, anclado paradojalmente en los mitos y relatos del pasado, en un carnaval de siniestros “dejá vu”, que nos arroja a la noria tóxica de la frustración y el escepticismo cotidiano.
Y es esa misma idea la que modela nuestro actuar en el presente y su ausencia o su cuestionamiento por la incertidumbre derivada de las crisis recurrentes en nuestra sociedad contradictoria, nos paraliza, nos atemoriza y frente a esa sensación de incomodidad, la reacción mayoritaria es la de “salir al toro”, confrontar con eso que nos amenaza, venciendo al miedo y paradojalmente para afirmar nuestro proyecto (que es tiempo, plan, acción y espera de los resultados) nos abrazamos al puro presente para sólo “vivir el momento”, no sin dejar de añorar un pasado mítico, ya que el mañana aparece como mera incertidumbre. Pareciera una suerte de oxímoron, una metáfora de los
tiempos de crisis existencial. Todo muy humano. Y la incertidumbre prolongada -como hemos dicho, por distintos factores convergentes: pandemia, guerra, inflación, pobreza, inseguridad, inestabilidad política- se realimenta a sí misma creando las condiciones para el estrés crónico con todos los efectos psicosomáticos deletéreos asociados a la misma.
La tribalidad ideológica sectaria como refugio ante la incertidumbre
Dudas, deseos, miedos, apetitos, disputas de intereses y confrontaciones ideológicas o seudoideológicas en las crisis, alimentan cada día los noticieros del mundo, matizados con los previsibles y agobiantes informes de las idas y vueltas de una ya cada vez más lejana y deshilachada pandemia, utilizada muchas veces como ariete político oportunista, al tiempo que, alimentando viejas ideas autoritarias, xenófobas y de conspiraciones delirantes. ¿Negacionismo y necedad mezclado con superchería, misticismo e ignorancia? Si, claro, también todo muy humanamente previsible.
El Hombre es un simio enigmáticamente evolucionado cuya esencia animal es la emocionalidad reactiva ligada a la biología y que en un esfuerzo notable de la filogenia ha logrado un aceptable nivel de racionalidad, aunque siempre sometida a la creencia y a la afectividad, las que solo ceden un poco ante el desafío impertinente de la ciencia. Aun los que nos consideramos duros agnósticos y allende el misticismo religioso, cada tanto descubrimos que cedemos concesivos ante la fascinación del pensamiento mágico, como los niños pequeños que prescinden de la causalidad y somos hijos de la motivación amarrada al deseo más trivial y vulgar.
Al fin y al cabo, de carne somos y la libertad absoluta (que es mera ilusión) nos da miedo, por eso la falta de certezas derivada de la pandemia nos aterra y buscamos combatirla con otra ilusión: la del determinismo (“Esto ya estaba escrito que iba a suceder porque…”, etc.) o el fatalismo (“La Humanidad se va a autodestruir y agrede al Planeta…”, etc.) También con la omnipotencia del orden y la determinación autoritaria (“Hay que obligar a la gente a…”, etc. y “Se necesita alguien fuerte que ponga orden y …” ·, etc.).
Otras tribus muy populares, aunque minoritaria pero intensa y ruidosa son los “negacionistas” y los “conspiranoicos”: en su necedad, los primeros negaban la existencia del virus que agobió
globalmente, o simplemente temían a las vacunas, y los segundos rechazaban todo control y se
negaban a vacunarse, porque remitían todo a una gran conspiración político-empresarial (sic) de
manipulación comercial. Cuando algo genera incertidumbre emerge el miedo y la ansiedad y se
recurre a una defensa siempre eficaz a corto plazo: la presunta certeza de una creencia dogmática a la
que nos aferramos para tranquilizarnos, aunque sea la peor de las explicaciones posibles.
Preferimos la certeza inventada a la duda real. El Destino, aunque atroz, es más cómodo que la idea
del azar o el caos de las acciones contingentes.
Los falsos dilemas: el fundamentalismo libertario
Pero quizás, la más interesante de la “tribus” seudoideológicas que hoy ocupan las primeras planas de los medios es la de los “libertarios” fundamentalistas, militantes susceptibles que piensan que cualquier restricción socioregulatoria amenaza y vulnera su idea un tanto “naif” de libertad, apoyándose en falsos dilemas. La libertad del hombre es posible en sociedad (por tanto, Robinson Crusoe no era totalmente libre en su isla). La paradoja de la libertad es que somos libres en tanto “esclavos” de la Ley (que no del decreto o la voluntad arbitraria del Dictador o el Tirano) La Ley es humana (no hay Ley Divina en sentido estricto, sino Dogma) y por tanto falible y modificable en el consenso de las democracias. Con el criterio extremo de los “fundamentalismos libertarios”, la luz
roja de un semáforo que me “obliga” a detenerme, es un atentado a mi libertad de seguir cruzando la
calle.
La afirmación se niega a sí misma por el absurdo, ya que todos entienden el peligro para la vida de propios y terceros, pero en esencia es la misma lógica de quienes, más allá de sus creencias, sugieren que, si me piden un certificado de vacunación para determinadas actividades inclusivas, atentan contra mi libertad. Pues bien, nadie obliga a un conductor a conducir un vehículo, pero si lo hace debe respetar las reglas del juego, como el futbolista las reglas del fútbol. Así también nadie obligará por la fuerza a vacunarse a quién no quiera, pero deberá aceptar las restricciones de las reglas consensuadas de la sociedad y sus instituciones, o vivir en la isla de Crusoe, con el que
seguramente tendría algunos conflictos de convivencia. Un tema un tanto más complejo de resolver
en el plano del Derecho y la libertad es la negativa de los padres que por sus creencias eluden los planes del calendario de vacunas de la infancia, asunto que excede el objetivo de esta nota y las expertise y conocimiento del autor.
Somos seres contingentes amalgamados con innegables factores deterministas como la herencia y la educación familiar. También por suerte o por desgracia seres de cultura que, abrazados a las creencias y las tradiciones, nos motivamos (cosa distinta a la causalidad) para ciertas metas y por tanto conscientemente o no construimos “profecías autocumplidas”. Somos en parte lo que creemos que somos y sobre todo lo que los demás creen ver en nosotros. Otra vez la vida en sociedad, que avanza y crece si hay imagen de futuro posible, que confronte y limite a la siempre turbadora incertidumbre.