por Belén Igarzábal
Las formas en que nos mostramos y accedemos a la intimidad del otro fueron cambiando con el tiempo y con la evolución de los medios de comunicación y las tecnologías. La selfie, un fenómeno de nuestra época, es el reflejo de un momento actual pero que denota la historia de la mediatización y una cultura global que atraviesa nuestra vida privada y también las formas de vincularnos en sociedad.
La modernidad fue la época que remarcó la diferencia entre lo público y lo privado, entre el “afuera” y el “adentro”. La puerta del hogar marcaba el límite de lo que podía entrar y lo que podía salir a la exposición pública, de lo que estaba, justamente, privado de la mirada externa. Pero los medios de comunicación masivos, en primer lugar, entraron al hogar y permitieron conocer desde el living aquello que pasaba afuera. Y de a poco, lo que acontecía en el interior del hogar fue haciéndose público. Primero a un público restringido, de uno a uno, con el teléfono fijo por ejemplo, y luego a mayor cantidad de personas en un mismo momento con la masificación de Internet con las computadoras domésticas.
También la modernidad había restringido el acceso a la vida del otro, del vecino. La televisión, de a poco, fue mostrándola, primero en juegos, en paneles y luego con los reality shows donde podíamos conocer al otro “como yo” comiendo, jugando, durmiendo, desde el televisor en el cuarto. Así, la llamada intimidad fue mostrándose cada vez más y haciéndose pública. Y con los celulares con cámara e Internet ese fenómeno se volvió masivo. La posibilidad de comunicar lo que estamos haciendo las 24 horas produjo un cambio en las formas de comunicarnos, de ver al otro y de exponer nuestra privacidad. Millones de formas de ver y estar en el mundo comenzaron a circular gracias a estos aparatos que nos acompañan las 24 horas. Como dice Paula Sibilia -autora de “La Intimidad como Espectáculo” (2008)-: si antes el diario íntimo era la forma de narrar nuestra intimidad, con Internet, las computadoras personales, los blogs y luego las redes sociales, esa intimidad cobró publico y se transformó en una extimidad, en una identidad que está alterdirigida, que se construye a partir de la mirada del otro. La intimidad misma se transforma en esta era de conectividad y visualización constante y se construye también con esa mirada del otro.
Este fenómeno tiene estrecha relación con la posibilidad de producir contenidos, de compartir, de opinar sobre las demás personas a partir de la alta penetración de smartphones con conectividad. Esa posibilidad de creación de contenido audiovisual, que no existía antes, también colabora con la producción constante de fotos, videos y opiniones. Y esto se relaciona a la vez con la necesidad de registro de absolutamente todo lo que vivimos, que en definitiva podría ser una forma de control.
Es por eso que las selfies no son una moda, no son un fenómeno pasajero. Son la representación de una época, de la cultura actual que nos atraviesa en todos los ámbitos de nuestras vidas.
Por otro lado, los autoretratos fotográficos existen desde que se crearon las cámaras. Pero la posibilidad de sacarse una foto de alta calidad y circularla en el instante es la novedad.
¿Y por qué la necesidad de hacer selfies? Hay una ilusión de construcción de la propia identidad. Siempre estamos recortando aspectos de nuestra identidad, cuando hablamos, cuando contamos una parte y no todo, cuando mostramos algo de nuestro hogar, de nuestros familiares, de nuestro trabajo. Y hoy los celulares permiten esa edición, ese recorte, de manera fácil e ininterrumpida. La selfie muestra algo de lo que somos y lo que hacemos pero siempre de manera editada, siempre con un recorte del plano total. Es una forma de construir un relato, una narración visual de nuestra identidad y de lo que queremos mostrar.
La selfie muestra un estado de ánimo, el registro de haber estado con alguna persona, en un lugar, haciendo algo. Es una huella en una historia que se va narrando y hace a un todo.
Hay un componente de la selfie que tiene que ver con el sacar la foto en el lugar mismo del acontecimiento, siendo protagonistas de eso que acontece. Como si algo fuera natural pero que se afecta en el momento mismo del click, de poner la cámara de determinada forma y sacar la foto. La práctica afecta y construye también ese momento. Que termina de formarse cuando es compartida y con la mirada del otro. Entonces por un lado está la exhibición de la propia intimidad, de la propia vida, pero de manera “natural”, con una intencionalidad de mostrar algo, que se pone en circulación y que se termina de construir con la mirada y “aceptación” (like, corazón, etc), o no, del otro.
Esta práctica pareciera ser de los más jóvenes. Tal vez porque nacieron en este ecosistema mediático ya fotografiados y circulados por los adultos. Y están más acostumbrados a la exposición de su vida diaria. Además, la adolescencia tiene la particularidad de ser una etapa vital de constitución de la propia identidad, de decisiones, de elecciones en la forma de vivir y estar en el mundo. Y la edición que se va haciendo tiene que ver con una elección de ese recorte. Pero es una práctica que atraviesa todas las edades.
La selfie se instala porque toca fibras propias de nuestra época, pero también propias de nosotros como ser social que construye su identidad en relación a otro, a la mirada y aceptación del otro.
(*): Directora del área de Comunicación y Cultura de FLACSO, docente de la Universidad de San Andrés y asesora de Huawei Mobile Argentina.