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La Selección de la ilusión y el último tren a Boston

por Vito Amalfitano

BOSTON, Estados Unidos.- “Estoy feliz haber visto un gol de Messi en vivo”, nos dice con emoción David, de Chicago, en el último tren a Boston. El que pudimos conseguir en la odisea del regreso tras el 4 a 1 a Venezuela en Foxborough, el partido de la clasificación de la Selección Argentina de fútbol a la Copa América Centenario.

David es de Chicago, estudia en el MIT de Massachussets, está vestido como para ir a un cóctel, de elegante sport, pero en realidad viene de ver a Messi y no puede dejar de exteriorizar su alegría.

Regresar fue tan difícil como llegar. Ver un partido de esta Copa América significa una odisea que requiere paciencia, para periodistas y espectadores.

La desconcentración del Gillette Stadium fue muy complicada, con autos a paso de hombre en la carretera principal que bordea al estadio. Si el partido terminó a las 21, hora local, ¿como hacen, digamos, la mitad o un cuarto de los 59 espectadores, es decir los que no arribaron en auto, para llegar al tren de 22.25, que es el último desde Mansfield, el pueblo más cercano dónde pasa la formación?

Algunos piden taxi, otros Uber. ¿Cómo llegan unos y otros hasta ese lugar? Dos periodistas, Ezequiel Suárez del diario Compromiso y FM Libre de Dolores y este cronista de LA CAPITAL; el ex futbolista dolorense Germán Bidart; y un amigo norteamericano hijo de argentinos, Leandro Peloso, debíamos volver sí o sí a Boston o dormir en el banco de la estación hasta las 7 de la mañana. No se pudo hacer otra cosa que depender de Leandro y su comunicación con Uber. Y en nuestra experiencia, multiplicada por miles que intentan salir de la cancha, y para la tranquilidad de taxistas en Mar del Plata y Argentina, se desmitificó la efectividad de ese sistema. Finalmente llegó “un Uber”, demasiado tarde para arribar al tren de las 22.25, entonces el conductor nos dio la opción de trasladarnos unos 15 kilómetros más, hasta poder llegar al “tren rojo”, el primer convoy urbano ya en las afueras de Boston. No tuvimos alternativa, pero nos salió la friolera de 125 dólares. ¿Por qué? Porque el sistema informático le indica al conductor lo que debe cobrar y se calcula de acuerdo a la demanda. Como los pedidos fueron innumerables a la salida del partido, obvio que se encareció de manera exponencial el viaje. Pero, ¿cuán efectivo es un sistema que es prohitivo justamente cuando hay demanda?. Un taxi nos hubiera costado exactamente lo que sale ese tramo, no más de 30 dólares, como mucho.

Lo cierto es que por fin llegamos al “tren rojo”, el último tren a Boston, y allí, mientras comentábamos la experiencia y el partido entre los cuatro, y Leandro nos decía que deseaba e imaginaba que Hillary Clinton le ganara cómodamente las elecciones a Donald Trump, se acercó espontaneamente David a nosotros. “Necesito practicar mi español”, nos dijo, y nos contó que su novia es colombiana. Pero en realidad lo que quería era compartir lo que le había significado ver a Messi en la cancha. “Soy de Chicago, fan del básquetbol y de Jordan, y lo ví a Jordan en vivo…Pero Jordan puede hacer 20, 25 puntos en un partido, un gol en fútbol es ¡un gol!, y ¡un gol de Messi vale por mil puntos de Jordan!”.

De frente y de espalda

Le preguntamos a David si era simpatizante de algún equipo de la MLS. Nos contestó con asombro. “Nauuu…!”, sonó. “Nunca vi un partido de la Liga de aquí, no me interesa, me gusta Barcelona, y Messi”, respondió y dejó claro que lo de la práctica del español era una excusa. Nos quería hablar de Messi. Quería compartir su emoción, quizá ante la indiferencia de los propios amigos o familiares con los que se encontrará a la mañana siguiente. Viajó desde Chicago para ver a Messi, y observar en la cancha un gol de Lío fue su éxtasis de felicidad.

Pero la Selección Argentina en Boston, afortunadamente, no fue solo Messi. Fue un equipo con talento colectivo en ataque; con un Gonzalo Higuaín implacable que abrió el partido al marcarle una jugada al propio Lio y definir con prestancia y calidad; y con aciertos del técnico Gerardo Martino en algunos movimientos o ajustes, como el corrimiento, esta vez, de Augusto Fernández más abierto hacia la derecha. No es lo mejor para todos los partidos, porque le quita liberación a Ever Banega, fue bueno para este.

Pero el problema en el medio está en el retroceso, cuando casi nunca la Selección encuentra la jugada de frente cuando el rival lo ataca. O al menos eso es lo que quedó más en evidencia en la última parte del primer tiempo ante Venezuela, cuando un arquero, Sergio Romero, se tuvo que erigir en figura de un equipo que después goleó.

Problemas a resolver en Houston, el martes a las 22, ante Estados Unidos, un equipo que explota bien los extremos, que tiene a Dempsey como jugador diferente pero que, en realidad, sus dificultades para el retroceso son infinitamente mayores a las de Argentina, y se las denunció Ecuador, aun perdiendo, el pasado jueves.

Nos subimos al último tren a Boston, que es justamente la Londres norteamericana. Con la Selección, ya nos subimos hace rato,- y lo ratificamos en Foxborough-, a la ilusión del título del centenario.

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