Por Lautaro Rivara (*)
Pobre vieja
Mi abuela ya no da más,
pobre vieja.
Anda más cerca del polvo que de los terrones de azúcar,
más cerca del humus que de los malvones.
Uno a uno van despegando
sus puentes levadizos,
uno a uno van suspirando
los grandes candelabros.
La sangre se le está llenando de algas,
pobre vieja.
Sus manos de enfermera,
apenas si parecen un racimo
de arterias infinitas.
Pequeñas lagañas
hacen el amor en sus ojos
mientras el cáncer
la crea y la aniquila sucesivamente.
Al lado de su cama
duermen uno o dos fantasmas virreinales.
Ahora mismo,
o quizás como siempre,
mi abuela recuerda solo lo que quiere.
Mi abuelo,
muerto hace ya 23 años,
espera.
Y ella, en su fábula neurótica,
pronto entrará a la muerte por la gran puerta,
y será pura lumbre,
y se verá en el espejo como una grandiosa Evita,
y lo verá a mi abuelo vestido de coronel,
soberbio y entrador.
Pero tras el umbral solo espera en realidad
un melancólico laburante,
pobre y bueno,
con una mano hecha un callo desnudo,
y arrastrando en la otra
una bolsa sucia de arpillera.
Pobre vieja.
Que se animan
Decía Rodolfo que no hay héroes,
solo hombres y mujeres que se animan.
Y qué carajo vendría a ser un héroe me pregunto,
sino esa gente gris que se sobrepone,
que con los nervios agarrotados dice que sí,
que con el corazón rabiando da el paso,
que con la garganta hecha un nudo marinero
se entrega a sus temblores.
Vos y yo nos cagamos en los héroes de película, Rodolfo,
no por escépticos,
sino porque los nuestros no tienen nada de heroico,
y faltan como cuatrocientos años para que nosotros
hagamos las películas.
Apenas si hoy nos desbaratamos con crónicas y poemas,
porque no se vos,
pero yo no escribo ni media carilla para no ser escuchado.
Nuestros héroes, los tuyos y los míos,
son pálidos,
huelen a entrepierna,
nunca dicen las palabras precisas,
tienen como setenta hijos,
son gordos,
calvos,
flácidos,
hipertensos,
cualquier cosa que termine con crónico.
Tienen los ojos más grandes que el corazón,
el honor más recto que la espalda,
y aunque esté de franco,
nunca jamás se salvan de la muerte.
Qué manera formidable de morir tienen nuestros héroes.
Qué pena que al hacerlo
no digan frases de manual o reciten endecasílabos,
sino que como tu soldadito,
puteen para no quedarse solos.
Y es que ser un héroe es ni más ni menos que eso,
atreverse a quedarse solo,
atreverse a no quedarse solo.
Los hombres y las mujeres que se animan,
llevan el despertador en una mano,
atentos al momento de metérselo al enemigo
bien hondo en la garganta.
Para que su desaliento,
como el nuestro,
suene día tras día
a las seis de la mañana.
Saberes
Explico mis razones,
pero es la fe
la única mecánica que conozco.
Cultivo el amor,
pero sé que no escuadra
a los desparejos.
Desconfío de los duros,
porque sé que por adentro
están hechos de pulpa.
Deposito toda mi confianza en la ciencia,
ese fabuloso
invento de la magia.
Creo en los dioses diminutos,
que anidan
en la sarna de los justos.
Tengo un oficio tibio
que le besa a las palabras
sus pies fríos.
Y nada
Tengo un dolor de arqueólogos:
de maravilla derruida,
de esqueleto incompleto,
de página fugada.
Tengo un dolor de guardabosques:
de jaguar extinto,
de selva silenciosa,
de tierra aniquilada.
Tengo un dolor humano,
porque humano es el dolor.
Y nada.
Economía política
Cavar pozos.
Tapar pozos.
Brillante lo suyo don Keynes,
pero así no se sale de una crisis.
Cavar pozos.
Enterrar a banqueros y empresarios,
usureros y terratenientes,
politiqueros y ladrones.
Y taparlos para siempre.
Así sí que se sale de una crisis.
Hasta que no muera el perro,
seguiremos rabiando.
Ecuación simple
Soy
la dimensión exacta de mi voluntad,
menos el peso muerto de mi vergüenza.
Y nada más.
Combatir al mundo
Es por todos sabido,
que la tortuga es un bicho
sabio y pesimista.
Solo así puede explicarse
la fiaca empecinada y tibia
con que ha decidido
combatir al mundo.
Interpretación número uno
Quisiera conocer
a las criaturas lunares
que duermen
en los pliegues de los bandoneones.
Cada día nacen,
durante el día copulan
y se multiplican sin descanso.
Pero cada noche la oruga feroz
del bandoneón las aniquila.
Son sus gritos desgarrados
al atravesar los fuelles,
la música que escuchamos.
Es oficio del intérprete
conjugar al dolor.
Cómo no va a ser
una triste melodía
la del tango-bandoneón.
(*) Estos poemas forman parte del poemario de reciente publicación “La sarna de los justos”, de este joven poeta marplatense. Está editado por el sello Malisia.