Por Hugo E.Grimaldi
Más allá de la media docena de logros muy significativos de su gestión y ante asignaturas bien importantes que aún le faltaban rendir, se fue bastante chamuscado del Gobierno, Alfonso Prat-Gay. Pero, además, el caso, que atañe directamente al presidente Mauricio Macri, deja varias lecciones bastante tétricas sobre el nivel de gasto público, sobre todo cuando la política se mimetiza con la idea del “barril sin fondo”.
Y la cosa se pone más oscura aún, cuando oficialmente se informa que al sucesor se le ha solicitado “un plan fiscal”, como si el ministro saliente no lo tuviera previsto o si como el Presupuesto 2017 no lo explicara.
El problema central de esta salida es cuasi cultural, ya que cuando la chequera no sólo se utiliza para salvar cuestiones graves de carácter social y se generaliza el gasto como en la actualidad, no parece que se pueda ver en la Argentina un recorte serio y aquel “cambiemos” de la esperanza eleccionaria se aleja cada vez más.
Mientras haya sector privado que exprimir con los impuestos o billetes que emitir o deuda que colocar), un poquito más de gasto se cree que no hace nada. Así, el desborde se torna francamente inhibitorio de cualquier repunte económico.
Por eso, la baja del ministro, mal que le pese al Gobierno y pese a los esfuerzos dialécticos de Marcos Peña, ha dejado en falsa escuadra al propio Macri. Y más porque desde hace bastante tiempo, los ministros ya no son los viejos “fusibles” que saltaban para preservar la instalación.
Desde el kirchnerismo para acá, los ministros-secretarios -y los de Economía más- han devenido en empleados de lujo del gran decisor, en súbditos o en miembros “del equipo”, pero empleados al fin. Y si el número uno está para recibir los aplausos, es de pura lógica que se lleve también los cachetazos.
Néstor y Cristina Kirchner marcaron la cancha e impusieron la lógica del conductor político como motor de todas las áreas de gobierno, especialmente de la economía. El ex presidente tenía una libreta de almacenero en la que las entradas nunca superaban a las salidas: superávit se llama. Su esposa, siguió las recetas keynesianas de Axel Kicillof y desbarrancó.
Nunca más un superministro les iba a marcar la cancha a los Kirchner y por eso, los eligieron dependientes. Cuando Roberto Lavagna quiso volar, el ex presidente le marcó la puerta de salida. La etapa siguiente se nutrió del “saludo, uno; saludo, dos!”, la fórmula castrense para hacer lo que manda la pirámide.
El problema de este esquema no sólo fue que los eventuales éxitos se los atribuía siempre el responsable político, sino que nunca había fracasos, por lo que los ministros se eternizaban, aún cometiendo error tras error. Como en el esquema K siempre el responsable era el “dueño del circo”, los payasos seguían y seguían. Por lo visto, no es el caso de Prat-Gay.
Auto-laberintos dialécticos
Lo que sí ocurrió es que Macri perfeccionó la idea y con su mecánica de los equipos de trabajo dividió el viejo ministerio de Economía en seis; anuló Planificación y pasó las Obras Públicas a Interior, adonde puso a un economista para administrar el juego político con los gobernadores. El experimento de atomización nunca le gustó a Prat-Gay y ahora, el resultado práctico es que el Presidente, seguramente para reforzar su autoridad, lo dividió en siete.
En Navidad, CFK se descargó por las redes sociales contra Lino Barañao, su ex ministro de Ciencia y Tecnología. En la lógica amigo-enemigo de Cristina, el funcionario era bueno sólo cuando le obedecía y, pese a que le pidió permiso para seguir, hoy no lo es porque es leal a la vereda partidaria de enfrente.
En el caso de Prat-Gay, sin esos tics populistas, el Gobierno nunca supo articular un discurso lógico para explicar la salida. Se desgañitó Peña para hacer entender, varias veces, que fue Macri quien lo echó a Prat-Gay pero que, igualmente, iban a almorzar juntos en Villa La Angostura.
Así y todo, sus nervios lo dejaron muy expuesto y allí fue cuando reveló que al sucesor en Hacienda, el economista Nicolás Dujovne, se le había pedido “un plan fiscal”. ¿Y Prat-Gay no lo tenía? Y si no lo hay y si es el Presidente quien fija la política, ¿quién es el responsable?
Tras tantos auto-laberintos dialécticos, ahora se lo entiende mejor a Peña: para tener este tipo de participaciones tan erráticas en conferencias de prensa, claro está que resultan ser siempre convenientes las redes sociales.