El dilema entre lo que tenemos y lo que necesitamos.
por Gustavo de Elorza Feldborg*
La necesidad de inserción de los países en el mundo impone una agenda no solamente de mayor productividad, sino también de mayor equidad de oportunidades en el acceso a la educación y al uso de las nuevas tecnologías. Ello, necesariamente, plantea nuevas resignificaciones al sistema educativo superior y universitario, en virtud de las competencias que se requieren para poder insertarse en el mundo laboral actual, pero también a la escuela secundaria. La pregunta a despejar es si el sistema universitario o la escuela están preparando estudiantes capacitados cognitivamente pero con las herramientas que les permitan llevar a la práctica tanto conocimiento. En otras palabras, cabe dudar de si la universidad o la escuela están a la altura de las demandas laborales actuales que buscan más competencias y capacidades a la hora de seleccionar el personal.
En este sentido, planteamos la posibilidad de trascender la mera evolución del currículo o plan de estudios hacia formas que contemplen la utilización de las Tics. La propuesta, en todo caso, deberá ser una refundación o revolución. Tal como lo propone Kuhn (2004), el avance no provendrá de la acumulación de pequeños desarrollos, sino de una verdadera revolución. Es decir, las transformaciones cualitativamente importantes vienen de la mano de aquellos que abandonan el viejo paradigma y se instalan —y a la vez lo instalan— en un paradigma nuevo. Está claro que los nuevos paradigmas no son creados por los revolucionarios, sino más bien por un denso entramado histórico, económico, científico y social. Los revolucionarios ven un nuevo paradigma allí donde los demás se aferran al viejo conocido. El nuevo paradigma surge siempre de la crisis del antiguo, es decir, del reconocimiento de su inutilidad para adaptarse a nuevas realidades o para contestar nuevas preguntas y aporías. Sin embargo, tal como Kuhn parafrasea a Einstein, es más difícil aplastar prejuicios que átomos.
Es evidente que estamos frente a un nuevo paradigma instalado por la cultura on, la cibercultura, las Tecnologías de la Información y la Comunicación. Y este nuevo paradigma pone en crisis el antiguo, muy especialmente en el ámbito de la enseñanza y el aprendizaje. La revolución (Lt. Revolvo) consiste en “hacer dar la vuelta”, “revolver” el sistema tradicional de enseñanza y aprendizaje para adaptarlo al nuevo paradigma que ha surgido junto con la crisis del antiguo. La escuela también está en crisis y, frente a la crisis, existe siempre una oportunidad. La crisis puede entenderse como una obturación del desarrollo o como oportunidad de algo nuevo y de eso se trata, de la necesidad del cambio, de la predisposición al cambio, del cambio como estado.
Admitir el cambio como estado fluido permite estar permanentemente abiertos y tensionados hacia adelante. Si la escuela, la universidad y los docentes no se insertan en el nuevo paradigma, el nuevo paradigma los dejará irremediablemente atrás, los superará sin intención de retroceso.
Es cierto, por otra parte, que ambos paradigmas (el antiguo y el nuevo) tienen un período de coexistencia. Es cierto también que en algunos ámbitos el viejo paradigma se resiste a ser reemplazado, con lo cual se ralentizan las transformaciones. La escuela es un claro ejemplo de ello. Se enseña con un paradigma perimido a jóvenes que ya nacieron en el nuevo paradigma, y que se mueven en él con total naturalidad.
La vieja escuela formaba al alumno en conocimientos transferidos por el docente y el aprendizaje vertical era sinónimo de primacía educativa. El alumno —pasivo receptor de información y de experiencias contadas por el maestro— no era partícipe de las clases. Es más, su intromisión solía (y suele todavía) entenderse como rebeldía a la autoridad.
Hoy se está en la búsqueda permanente del aprendizaje mutuo y colaborativo. El estudiante, gracias al acceso a la información y a los medios tecnológicos, cuenta con conocimientos previos a la explicación dada por el docente, con quien comparte y discute. No es una tabula rasa, ni necesita “formación”. El alumno y el maestro co-construyen el conocimiento en la interacción, en un territorio proteico y fluyente que presenta escenarios y desafíos nuevos cada día.
Cuando el alumno ve, observa, participa e interactúa con el docente, se ponen en juego no solamente conocimientos estáticos, sino prácticos, relacionados con su propia vida: es allí donde la escuela está haciendo verdadera docencia, trascendiendo los claustros cerrados, y enseñando para la vida.
Es muy importante tener en cuenta que, en un mundo variable, la escuela debe acompañar el cambio para no generar brechas culturales, sociales, económicas, comunicativas y tecnológicas, para no fomentar egresados incompetentes para el mercado laboral. Para ello, el diseño curricular debería tener la fexibilidad de ir adecuándose a la realidad que el mundo globalizado demanda.
Sin embargo, es un reduccionismo entender la escuela como la única capacitada para el mundo laboral y cuya única misión es la inserción laboral de sus egresados. En la actualidad coexisten innumerables actores de los procesos de enseñanza y aprendizaje, junto con la escuela, como ya se ha dicho. Y las tecnologías son una de las puertas que deberían acompañar a esos actores y agentes de enseñanza. Por otra parte, es necesario liberar a la escuela de una visión simplemente utilitaria (preparar para el mundo laboral). La capacitación para el empleo es sólo uno de los muchos objetivos de la escuela secundaria o la universidad. En este nuevo territorio paradigmático la mejor aspiración de la educación es enseñar a pensar, motivar el pensamiento y fomentar el cuestionamiento y la problematización del mundo.
Por ello es indispensable contar con una mirada abierta, pero prudente, a la hora de la selección de los módulos de aprendizaje, que deben ser adaptables a las distintas variables que ofrece el mercado laboral en particular y el mundo en general. Esa mirada abierta debe trascender los contenidos, e incorporar el saber hacer y el saber ser y estar.
La discusión entre aplicar un currículum de conocimiento y uno de competencias no debería hacerse únicamente en el ámbito superior o universitario, sino que debería ser cuestionado desde el nivel secundario, para que la universidad pueda dar la bienvenida a personas que hayan decidido con claridad y libertad la profesión a la que destinarán su vida y su futuro.
Este nuevo modelo de diseño curricular basado en las competencias que proponemos debe tener presente la dimensión prospectiva, es decir, debe estar instrumentado para incidir en el futuro, armonizando con la realidad.
Este paradigma privilegia al docente como mediador didáctico generacional del aprendizaje y recupera el papel de la interacción entre y con sus alumnos.
En el nuevo territorio educativo el docente es un mediador, puesto que su rol es actuar entre: como interlocutor de los requerimientos del estudiante, como intérprete de sus ideas, como comunicador de sus pretensiones, etc.
Es casi obvio que no puede haber un único modelo curricular que abarque la totalidad de los problemas. Por eso, es necesario plantear la necesidad de su flexibilidad acordando sus parámetros dentro del nuevo paradigma que se evidencia en el mundo actual.
El currículum debe garantizar el conocimiento pragmático y el desarrollo de capacidades y habilidades que le permitan al estudiante contar con las herramientas necesarias que la oferta exija en cada campo profesional y en cada ámbito en el que el estudiante viva.
No es bueno poner la mirada en el ser humano adulto, sin antes preparar al adolescente para que cuente con las mínimas exigencias que la vida le deparará en la adultez.
Fernando Savater (1998) dice que “(…) el conocimiento es reflexión sobre la información, es capacidad de discernimiento y de discriminación respecto de la información que se tiene, es capacidad de jerarquizar, de ordenar, de maximizar, etc., la información que se recibe.” Y por ende “… el conocimiento nos permite aprovechar la información.”
Por todo lo dicho, es necesario pensar en una educación no escindida de lo social, de lo económico, de lo laboral, y de lo tecnológico, puesto que dar información no es lo mismo que brindar conocimiento. La educación bancarizada, en palabras de Freire, sin embargo, ha sido el común denominador en ciertos claustros educativos, generando que los adolescentes abandonen las aulas, sintiéndose huérfanos de toda contención receptiva de sus inquietudes y pensamientos. La palabra claustro, en este contexto, es portadora de una semántica que define un modelo de ser escuela: el claustro, del latín claudere significa cerrar, clausurar, y es efectivamente todo lo contrario de lo que aquí se propone, una educación permanentemente atravesada por vectores que la tensen hacia adelante y hacia afuera, con líneas de fuga que la salven del anquilosamiento y el anacronismo.
El punto de partida, posible pero desafiante, será tomar en cuenta la diversidad de capacidades con que cuentan nuestros adolescentes, para poder acompañarlos hacia la concreción de sus sueños, a través de una educación que potencie sus habilidades, sus fortalezas y sus destrezas. Una educación que los ayude a reconocerlas y a perfeccionarlas, brindándoles un espacio donde se les permita reflexionar junto al docente las diferentes alternativas de futuro. Una educación que los acompañe en el tránsito hacia la elección universitaria o laboral, con una participación activa en la construcción de un conocimiento que parta de la diversidad de sus capacidades y no de sus carencias.
*Profesor e Investigador Universitario – Especialista en Educación y Nuevas Tecnologías (Flacso)