Policiales

La reconstrucción que hizo la Justicia sobre el asesinato de Luciano Olivera

Al dictar la prisión preventiva, el juez Saúl Errandonea respaldó en su totalidad la hipótesis acusatoria de la fiscal Ana Caro. El oficial de policía Maximiliano González deberá permanecer en prisión hasta la llegada de un juicio que puede acabar en una condena perpetua.

Por Fernando del Rio

“Disculpame que llame a esta hora, soy un vecino de la 21 y 26, se escuchan ruidos fuertes en la zona del anfiteatro y no puedo dormir”.

A las 2.50 del 10 de diciembre el llamado a la Estación de Policía de Miramar puso en conocimiento a un oficial de la guardia de que a solo 150 metros de allí había alguien “molestando” la paz de la pequeña ciudad.

Así, con esa comunicación al teléfono fijo de la comisaría miramarense, se inició la secuencia que a las 2.59 acabaría con el asesinato del menor Luciano Olivera en el cruce de la avenida 9 y la calle 34, en uno de los episodios de exceso policial más trascendente de los últimos tiempos.

El juez Saúl Errandonea dictó la prisión preventiva contra el policía Maximiliano González (26) al aceptar la hipótesis de la fiscal Ana Caro que lo considera único responsable del disparo voluntario y mortal contra el menor de 16 años. La posible condena perpetua por la figura “homicidio triplemente agravado por el uso de arma, por ser miembro de una fuerza de seguridad y por alevosía” fue uno de los elementos que entendió el juez como suficientes para mantener a González detenido, en combinación con el peligro de fuga.

La reconstrucción lograda por la fiscal Caro, que se basó en la labor del CATI (Cuerpo de Ayuda Técnica a la Instrucción) y en los peritajes balísticos, forenses y planimétricos, demostró en esta etapa inicial del proceso judicial que, en trazos gruesos, el policía González mató de un disparo en el pecho a Olivera sin que estuviera en situación de riesgo ni de amenaza inminente. Que accionó su arma en resguardo, cuando el menor estaba a más de 5 metros de distancia y no encima de él.

La persecución

Cuando el primer móvil se dirigió al anfiteatro de la Plaza principal de Miramar para verificar aquel llamado del vecino insomne, ya casi ni quedaban jóvenes “molestando”. Se habían juntado cerca de la medianoche a escuchar música, algunos tomaron fernet y también jugaron “a la pelota” hasta las 2.30, cuando uno a uno comenzaron a retirarse.

Los policías, según sus declaraciones e incluso la modulación por la radio frecuencia, llegaron al lugar y no encontraron ni una sola persona reunida. Más bien estaban yéndose. “Negativo persona acá…”, dijo uno de los policías pero un segundo después avisa que “vamos atrás de una moto que se nos da a la fuga al momento que vamos a mirarlo”. Ese diálogo, el que marca el inicio de la fuga de Luciano Olivera, es de las 2.58.

A partir de esa situación evaluada por los policías, conjeturando que el escape podría estar encubriendo algún delito (moto robada, captura activa, acaso algún elemento comprometedor o alguna sustancia), empezaron la persecución de la motocicleta Yamaha YBR conducida por un “joven de visera blanca”.

Maximiliano González, el policía detenido.

Lo hicieron desde la calle 21 a la calle 28, de allí hasta la Diagonal Fortunato De la Plaza y por está hasta calle 30 para conectar con la avenida 9. Ese móvil policial, el primero que intervino era el 25.622, y se mantuvo a 100 metros de distancia sin poder recortarla. Fue desde la relativa lejanía que vieron sus ocupantes otro patrullero que por la calle 34 se detuvo, de frente a la fuga del menor, para “cortarlo”.

Los motivos que tuvo Luciano Olivera para escapar son irrelevantes. Hasta ese momento, para la policía y para cualquiera que no cargara con el prejuicio del “pibe chorro-visera-moto”, era uno más de los jóvenes que estaban divirtiéndose en la plaza principal de Miramar. No puede atribuírsele ninguna conducta delictiva ni riesgosa, ni siquiera puede afirmarse que hubiera advertido la presencia del patrullero para eludirlo o evadirse. Probablemente sí lo vio, pero no puede nadie estar seguro de eso, más aún si ese móvil policial llegó al lugar sin balizas ni luces.

Lo concreto es que, según los distintos testimonios y las mismas cámaras de seguridad, Luciano Olivera escapó y un patrullero lo siguió a 12 segundos. Otro, el móvil 23.305 en el que ocupaba el asiento trasero izquierdo Maximiliano González, se acercó hacia el itinerario de la fuga y se detuvo en 9 y 34. A pesar de que nada en la modulación por la radio alertaba sobre algún delito previo, mucho menos sobre algún arma, González descendió con su pistola 9 milímetros desenfundada. Entonces, se parapetó a un lado de la puerta, vio avanzar la motocicleta a velocidad y disparó.

La falsedad

Para la argumentación de la hipótesis acusatoria la fiscal Caro no utilizó los testimonios de los tres policías que acompañaban a González en el móvil porque los considera falsos, tan así que quedaron imputados por ello.

Sí en cambio los de otros efectivos que llegaron poco después, incluido el de la jefa de turno quien refirió que González, en estado de shock, le había dicho que “la moto se le venía encima, y que primeramente lo piso a Kevin, por lo cual temía por su integridad y no sé qué pasó, pensé que tenía un arma”. Esas palabras de González configuraron el relato inicial de la policía: que Luciano Olivera los había atropellado y por eso González había actuado en defensa propia y de sus compañeros.

Sin embargo el peritaje balístico, la secuencia fáctica realizada por la Policía Federal (la policía provincial fue naturalmente corrida de la investigación) y, con particular incidencia, la cámara de seguridad de la casa de calle 34 numeral 507 demostraron que nada de eso había sucedido. Todas las conclusiones indican que González disparó mucho antes de que la moto –ya caída, en arrastre y chispeando- les pasara cerca o los impactara.

Un vecino que se despertó por los hechos escuchó a uno de los policías reprocharle a González por medio de la frase “¿Qué hiciste?”.

La serie de eventos que desencadenaron el fallecimiento de Luciano Olivera quedó plenamente determinada por la investigación. Así lo entendió también el juez Saúl Errandonea que convalidó todo lo hecho por la fiscal Caro y dictó la prisión preventiva para González, quien no hizo ninguna declaración en las dos ocasiones que le fueron procesalmente ofrecidas. Apenas algunas palabras suyas se reproducen en el relato de otros testigos y tal vez sean aquellas que escuchó el médico al asistirlo por el golpe de la motocicleta en la pierna las más significativas. González, mientras se frotaba su pierna más por ansiedad que por mitigar el dolor que podría estar sufriendo a causa del impacto de la moto, dijo al médico “ojalá que no esté muerto”. El mismo médico había constatado segundos antes que el proyectil expulsado por el arma de González había acabado con la vida de Luciano Olivera.

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