Un ave que deja un rastro de destrucción allí por donde pasa y a la que hasta el momento no se ha podido combatir con éxito. Un decreto de Vidal autoriza su caza.
LA PLATA (Corresponsalía).- El 13 mayo pasado el Ministerio de Agroindustria de la Provincia de Buenos Aires, a través de la Dirección de Flora y Fauna, actualizó el listado de las especies susceptibles de caza deportiva menor, caza deportiva mayor, caza comercial, caza plaguicida y especies dañinas o perjudiciales, con el que se autorizó la casa de estorninos, entre otras especies, con el objetivo de garantizar la administración y preservación de los recursos naturales que permita el uso sustentable tanto a corto como a mediano plazo.
Por medio de este nuevo decreto se podrá tratar la caza de plagas que se han presentado en estos últimos años invadiendo distintos espacios públicos, como los estorninos y las cotorras que se han reproducido de manera exponencial en la última década, desplazando a especies autóctonas y provocando daños no solamente a nivel agrícola, sino también materiales, ensuciando con sus heces paseos y vehículos.
La medida de la gobernadora responde a una creciente preocupación por indiscriminado aumento de la población de especies no autóctonas, que rompen el equilibrio de las zonas, arrasando cosechas y provocando contaminación visual y sonora.
Este es el caso de los estorninos, que avanzan sobre las ciudades de la provincia de Buenos Aires, pero no solamente sobre las que tienen una producción agrícola, sino sobre cualquiera que les permita reproducirse y dada su alta capacidad de adaptación, no hay lugar en el que no puedan hacerlo.
Plaga en tan solo 30 años
Cuando a mediados de la década del 80 se encontraron las primeras colonias de estorninos en los parques de la ciudad de Buenos Aires, la postal era casi pintoresca y no causaba preocupación alguna a los observadores de aves que los detectaron.
Hoy, casi 3 décadas después de aquel momento, el estornino es considerado una plaga en el territorio bonaerense, que debe ser controlada antes de que las consecuencias de su permanencia sean catastróficas.
Originaria de Europa y Asia, llegó al país de la mano de vendedores de animales exóticos que, al no poder ubicar los casales en el mercado, los liberaron. Las primeras parejas fueron avistadas en la localidad bonaerense de Bernal.
Esta especie exótica invasora, que compite por el alimento y los sitios de nidificación, es combatida en todos los países en los que decide asentarse, pues se convierte rápidamente en un flagelo, destructor de cultivos y expulsor de aves autóctonas.
Informes de organismos especializados en la temática, sugieren que esta ave debe ser controlada cuanto antes, porque el ritmo de crecimiento de esta plaga (es la plaga aviar más importante del mundo) es exponencial. Por lo cual, es primordial actuar rápido, ya que el costo de postergar el control puede ser muy alto.
De Bernal a la costa y de Buenos Aires al país
Su población hoy se encuentra por toda la llanura pampeana, y desde que fueron avistados por primera vez y a pesar de algunos intentos iniciales de erradicación, el ave ha logrado ampliar su área de reproducción a una tasa promedio de 7,5 kilómetros por año, llegando ya a varias ciudades de la costa atlántica bonaerense.
En la provincia de Buenos Aires la especie hace uso de una variedad de sitios de anidación naturales y artificiales, en particular los agujeros de pájaros carpinteros, lo que sumado a su capacidad reproductiva –ponen 5 huevos dos veces al año y pueden duplicar su población de una temporada a la siguiente-, la ausencia de predadores naturales -lo que les permite competir y ganarles el espacio a las especies autóctonas- y su adaptabilidad a comer casi de todo, desde insectos hasta alimento balanceado, basura, granos y gramíneas, los convierte en una especie de difícil (casi imposible) control.
Especialistas aseguran que la mitad de su dieta se integra con insectos, aunque aprovechan además todo tipo de recursos alimentarios tales como granos, basura, frutales, leguminosas, gramíneas y cuando detectan un feedlot o un tambo, se precipitan sobre los comederos y todo parece cubrirse con un inmenso manto negro que al retirarse se transforma en blanco, porque dejan todo cubierto con sus heces.
En la capital provincial se han hecho denodados esfuerzos para combatirlos y se cree que si su población sigue creciendo de manera exponencial, podrían acabar en el lapso de dos años con los gorriones tan típicos de la ciudad de las diagonales, que ciertamente tampoco son una especie autóctona, ya que fueron introducidos en el país por el cervecero Emilio Bieckert y no por Domingo Faustino Sarmiento, como se dice por allí.
Pero los esfuerzos por combatirlos no son nuevos, ya en julio de 2010 el senador provincial por la Coalición Cívica, Gerardo Reverberi, presentó un proyecto para que se declare como plaga a los estorninos y se apliquen medidas de control, ya que la especie invasora amenazaba la producción agrícola.
“Quizás las medidas de control para retirar del medio silvestre a esta especie pueden parecer antipáticas a los ojos de algunos; pero los intereses de la conservación de la fauna nativa y los intereses de producción agropecuaria regional están muy por encima de cualquier otra consideración”, aseguró el senador Reverberi.
El estornino pinto- es un ave de tamaño mediano y plumaje oscuro, muy parecido al tordo que habita nuestra llanura pampeana. Pero a diferencia de éste, su alta capacidad reproductiva y de adaptación le ha permitido diseminarse ya por los cinco continentes a expensas de la producción agrícola.
En nuestro país, el estornino ocupa hoy un amplio corredor que va desde el sur de la provincia de Santa Fe hasta Magdalena, con pequeños focos en la costa atlántica bonaerense. Pero además está poblando La Plata y otras ciudades vecinas desplazando a otras especies locales sin encontrar nada que ponga freno a su avance.
Su estancia en otros países
En los Estados Unidos fue introducido a finales del siglo XIX y ya para principios del XX había colonizado la ciudad de Nueva York. En apenas medio siglo ocupó un área de 8 millones de kilómetros cuadrados que llegó hasta Canadá, causando pérdidas anuales de 2 mil millones de dólares, pero la inversión para prevenir daños quintuplica esa cifra, por lo que en muchos lugares del país del norte se lo dejó de combatir.
En los aeropuertos su población puede provocar daños y demoras, ya que es capaz de ubicarse dentro de las turbinas de los aviones e inutilizarlas en el momento en que se encienden previo al despegue.
En Bélgica, donde daña los cultivos de cereza, los planes de control consisten en explotar con dinamita los dormideros de las bandadas durante la época de la cosecha, lo que permite salvarla y bajar la densidad local de población. Pero semanas después vuelven a invadir el lugar.
Un ejemplo de su sagacidad a la hora de alimentarse se da en la estación Victoria del tren londinense, donde los ómnibus que pasan por allí traen en las ranuras de las ruedas pequeñas partículas de insectos aplastados y otros potenciales alimentos.
Los estorninos esperan a que el ómnibus pare, se acercan rápidamente y picotean las ranuras sacando el alimento, pero huyen cuando sienten el sonido de la liberación del freno hidráulico, por lo que no sufren bajas poblacionales con esta práctica.