Opinión

La peor ocurrencia: unir Turismo con Cultura

Por Nino Ramella

A contramano de lo que marcan los tiempos, el Departamento Ejecutivo anuncia que por decreto unificará las áreas de Turismo y Cultura. La vocinglería de la superficie gritará que nunca más adecuada esa decisión. Y como las administraciones suelen querer quedar bien con la opinión pública… allá vamos. Para nuestros dirigentes el oportunismo político no tiene secretos.

Y digo a contramano de lo que marcan los tiempos porque ya hace mucho que las gestiones serias han separado Cultura de otros organismos, como Turismo o Educación… con las que habitualmente se juntaban en el pasado. Pero sobre todo es el peor momento para hacerlo porque en la emergencia social en la que estamos, las gestiones de Cultura no sólo no deben jibarizarse sino potenciarse.

La confusión

La principal confusión deviene de lo que en el imaginario colectivo se instala como propio de la gestión cultural: programar espectáculos, organizar muestras o hacer agradables algunos actos. Lamentablemente ese reduccionismo de la dimensión cultural suele ser compartido por quienes tienen poder de decisión y lisa y llanamente ignoran otros alcances.

Agrada a los oídos de esta ola sacralizadora del mercado escuchar que se reducirán algunos sueldos. El Estado como responsable de la vida pública anda de capa caída y lejos de representar los equilibrios sociales se ha convertido en el enemigo de nuestra vida.

La dimensión de lo cultural

Ahora bien, en un país con el 43% de gente bajo la línea de la pobreza, lo que representa a unas 20 millones de personas, la gestión cultural no es un lujo, es imprescindible. Porque Cultura no se termina en las bellas artes. Ya hace mas de cuarenta años que UNESCO fijó en su Declaración de México los alcances de lo cultural.

“La cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”, determina.

El propósito de una gestión cultural en medio de la tragedia social que vivimos es construir ciudadanía, cambiar paradigmas, profundizar el camino de la paz, establecer derechos, despertar la creatividad, sumar a la mayor cantidad de personas al circuito de bienes culturales… y un largo etcétera.

Para eso hay que tener un proyecto, saber qué se propone una administración en torno a la gestión cultural. Sobre esas miradas influye siempre lo ideológico. La ideología no es más que un sistema de valores y a partir de estos se desprenden las prioridades en la acción de gobierno.

Hoy la inseguridad es uno de los primeros ítems que aparecen cuando se le pregunta a la gente qué le preocupa. Pues el antónimo de inseguridad no es seguridad… es convivencia. Y esa convivencia es une ecuación estrictamente cultural. No crece en los prados.

¿Resolveremos con programas de cultura la pobreza estructural de nuestro país? No. Pero habremos contribuido al diseño de una nueva realidad y a construir ciudadanía. Recomponer el diálogo entre sectores que se perciben como una mutua amenaza es un imperativo para la vigencia de la paz social.

La cultura no es un derecho primordial y básico del ser humano como pueden ser los alimentos, la salud o un techo, pero instala los derechos que sí lo son. Participar del circuito de bienes culturales sin exclusiones es imprescindible para la construcción de una sociedad equitativa que incorpore a la dinámica social a quienes hoy están afuera.

¿Se ahorra algo?

Un argumento para esta absurda unificación es ahorrar dinero. Un par de sueldos tal vez. Por estos días cabe recordar que se invirtieron 90 millones de pesos para contratar a una productora que puso en escena algunos espectáculos durante seis días de las vacaciones de invierno.

Se olvidan que una gestión fuerte y activa incluye la búsqueda de la participación del sector privado en los proyectos culturales y, algo muy necesario, la participación de los organismos no gubernamentales que tienen el la experiencia de sus acciones territoriales que muchas veces no tiene el Estado. Hay que incorporar a esas ONGs a la mesa de debate de políticas pública en materia cultural. Es decir, una buena gestión multiplica los recursos sin agotar las arcas estatales.

Alguien puede pensar que esta opinión surge de un idealista a la violeta creyendo en fantasías. Pues no. Me consta lo que muchos programas han significado para gente de toda edad. Fueron en infinidad de casos una bisagra que cambió definitivamente su hasta ese momento vulnerada vida. Por poner un ejemplo las orquestas escuela, o la publicación de su primer libro a internos de los institutos que cobijan a menores en conflicto con la Ley Penal.

Además, las políticas culturales para la transformación social no deben perder de vista que su objetivo es destrabar la capacidad de producción simbólica -es decir, proyectar sentido- de los marginados. Es imprescindible, pues, que nadie sea considerado “beneficiario” o espectador pasivo de lo que se pone a su alcance, sino un real protagonista

Destinatarios

Otra confusión habitual en las gestiones culturales es saber para quién se trabaja, es decir quiénes son los destinatarios del esfuerzo del Estado en esas áreas. Suelen aparecer los actores culturales como los principales destinatarios, pero siendo estos herramientas fundamentales e imprescindibles de la gestión cultural no son los últimos destinatarios. La principal y última destinataria debe ser siempre la comunidad en su conjunto.

Por lo general los actores de la cultura expresan sus demandas, pelean por sus derechos y no eluden los conflictos que suelen reproducir los medios de comunicación. He aquí otra responsabilidad del funcionario del área: ser la voz de los sin voz. Es decir de aquellas personas vulneradas que no gritarán en la ventana del secretario de turno para que diseñe programas que los ayuden a salir de su situación.

Experiencia fallida

A comienzos del milenio, también por una crisis social, la administración municipal decidió unificar Turismo y Cultura. Hoy se recuerda como un bache memorable. Fue una pésima experiencia para unos y otros. Rápidamente se debió volver a separarlas.

Finalmente cabe decir que gestores y organismos públicos de cultura deben replantear roles, misiones y formas de trabajar. Tienen la responsabilidad de ser la voz de quienes no la tienen y el imperativo moral de resignificar valores en una sociedad cuyo imaginario colectivo también conecta con ideas de un pasado ya lejano e incorpora slogans autodestructivos.

La grieta no es la distancia entre los bandos en los que binariamente hemos jibarizado nuestro pensamiento crítico. La verdadera grieta es otra. Es social y debería interpelar las conciencias de todos. Eso habilitaría también otra conclusión: hablar de meritocracia en una sociedad desigual es sencillamente inmoral.

 

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