Por Nico Antoniucci
Siempre que estoy ante una hoja en blanco me pregunto cuál será el tópico que inspira la columna a mi cargo y esta vez pensé en unir dos pasiones que son parte de mi vida: la música y el paisaje. Si bien de la primera no soy un creador sí soy un consumidor, ya que es el combustible que impulsa mis horas de trabajo en el Estudio de Paisajismo. Y decidí someterme al desafío de relacionar el tema con mi disciplina. Antes que nada debo confesarles que en materia musical estoy totalmente incapacitado de hablar ya que no soy conocedor ni interprete de ningún tipo de instrumento ni género musical. Pero, digámoslo así, soy un ferviente usuario. Mi relación con la música es tan animal como pasional, dicho de otro modo: lo mío con la música es pasión animal. Y no por ingenuo y/o neófito en el tema me siento menos merecedor que el más entendido melómano, no. Una cosa no quita la otra. Es simplemente que así como tengo condición para una cosa no la tengo para otra. Y la música en mi vida es combustible creativo, permanentemente el Estudio de Paisajismo de Vivero Antoniucci irradia música de todos los géneros. Bueno, no de todos, pero casi todos. Se escucha un tipo de música específico para cada tipología paisajista en la que se trabaja. Cada espacio verde es concebido con un estilo musical diferente, y aquí viene el quid de la cuestión de la columna de este mes: “La música en el Paisaje”.
Así como la música, el paisajismo es en esencia un arte (aunque con una cuota muy alta de tecnología de diversas disciplinas como arquitectura, agronomía, diseño, etc). Y como todo arte está influenciado por distintos movimientos filosóficos correspondiente a cada momento de la humanidad. Por eso podemos ayudarnos a armonizar una recorrida en los jardines de Versalles escuchando en nuestros auriculares a Johann Sebastian Bach pero no funcionaría si quisiéramos ambientar un proyecto moderno, minimalista y despojado donde la filosofía “more is less” es contraria a las coloraturas de una música barroca y cargada de instrumentos y complejas armonías, variados ritmos y sazonadas melodías de la música clásica. La música adecuada puede ambientar los paisajes como un director de cine lo hace con sus escenas para reforzar su carácter mediante un segundo sentido lo que percibimos por la vista. Cerremos los ojos e imaginemos un capítulo de Tom&Jerry, cómo los tambores representan los latidos del corazón del ratoncito asustado, o los violines esos momentos que el gato es echado de la casa en medio de una tormenta de nieve y los platillos cada vez que el pobre se estrola contra una pared. También podríamos imaginar una escena de nuestra amada Mar del Plata un día de temporal, cuando las olas castigan una y otra vez los malecones costeros, las rocas del cabo y los cascos de los barcos que regresan al puerto.
También los paisajistas podríamos concluir una obra musicalizándola con las melodías adecuadas según el estilo filosófico de cada tipología arquitectónica y paisajística con el tema musical acorde. La música es un recurso que habitualmente no usamos pero que sería muy a tener en cuenta en la vanguardia de las futuras generaciones de nuestra disciplina.
Vivaldi es uno de mis autores favoritos y el responsable de la ambientación de muchos de mis trabajos de diseño. Que mejor que él para motorizar la inspiración cuando se diseña el parque de un casco de estancia donde los árboles nos precederán eternamente. Él mejor que nadie supo ponerle música a las estaciones y los árboles son actores principales en la escena de la vida. Solo un artista con la sensibilidad suya podía describir musicalmente tan bien los distintos paisajes de las cuatro estaciones. Tuvo que ser, además de un genio musical, un observador de alma extremadamente sensible para captar y representar artísticamente las transformaciones en el temperamento del paisaje natural. Porque, claramente, uno no puede ponerle imagen a esa música que no sea el de la naturaleza.
Desde mi lugar de oyente neófito, para no dar otro adjetivo, entiendo que hay recursos musicales para lograr esas imágenes porque todas las artes los tienen, más allá de su género. Pero para tratar de entender más fui en busca de la ayuda luminosa de una vieja amistad la cual siempre he admirado por sus conocimientos musicales. María Inés Morelli nació y creció entre reconocidos músicos de la ciudad, sus padres. Su infancia transcurrió entre los grandes clásicos de la historia, su violín y su piano. Hasta que por fin se recibe de Profesora Superior de Piano y como docente del conservatorio Luis Gianneo. Sin dudas era la persona ideal para desentrañar la magia detrás de la música.
“En efecto, Antonio Vivaldi fue uno de los pioneros de lo que podríamos denominar “música programática”, aquella que se propone deliberadamente evocar ideas en la mente del oyente, representando musicalmente una escena, una imagen o incluso un estado de ánimo. Literalmente se encargó de crear, o mejor dicho de re-crear, verdaderos paisajes sonoros. Ahora bien, para lograr esta maravillosa alquimia se valió de diferentes recursos, algunos más evidentes que otros.
Por un lado, todo parece indicar que él mismo nos facilitó un código para descifrar aquellas ideas que pretendía transmitir a través del lenguaje musical, al escribir cuatro sonetos, uno para cada Concierto. Aparentemente estos poemas fueron escritos posteriormente a la composición musical de la obra, y de alguna manera son una llave que permite traducir su contenido de manera directa en imágenes. Su lectura es sin duda una experiencia interesante, y resulta particularmente estimulante escuchar Las estaciones luego de haberlos conocido, ya que describen detalles pintorescos que estimulan la imaginación y dan vida a la composición.
Sin embargo, no resulta condición sine qua non, ya que su magistral composición logra inducirnos en sí misma a imaginar no solo los paisajes y sus mutaciones a lo largo del año, sino también las emociones y estados de ánimos que usualmente suscitan en nosotros. ¿Pero cómo logró este italiano del siglo XVII diseñar estos paisajes sonoros a través de un lenguaje tan abstracto como el musical puramente instrumental?
Cada uno de los conciertos está escrito en una tonalidad diferente que no está librada al azar. En general podemos encontrar en todos ellos una sucesión de distintos episodios separados por el retorno periódico de un tema principal, que Vivaldi confía a la masa orquestal y que expresa el matiz dominante de la pieza: el despreocupado buen humor en la primavera, la languidez abrumadora del verano, la danza para celebrar la cosecha del otoño, la desolación del invierno.
Para generar estas atmósferas Vivaldi apela, más allá de su indudable fecundidad lírica, a recursos de orquestación variados. Es notable la manera en la que conjuga los instrumentos y capitaliza sus posibilidades expresivas. Según el efecto que pretende producir, incluye un amplio abanico de posibilidades, desde emotivos solos de violín, hasta contundentes y enérgicos unísonos de toda la orquesta. De esta manera, por ejemplo, puede lograr un increíble efecto de ligereza utilizando los instrumentos agudos y suprimiendo los cellos y contrabajos, conseguir texturas más etéreas a través de la reducción del acompañamiento a una sola nota o un simple contracanto del bajo, o coloraturas más tenues mediante el empleo de sordinas. Cuando la magia ocurre, un simple acompañamiento en pizzicatos puede convertirse en sutil llovizna, o un tutti de la orquesta en arrasadora tormenta.
La primavera está escrita en la luminosa tonalidad de mi mayor y nos remite al despertar de la naturaleza en toda su magnificencia. De acuerdo a lo que describe el poema, la sección principal de la apertura, el movimiento Allegro, representa el alegre canto de los pájaros dando la bienvenida a la primavera, el rumor de un arroyo estremecido por una brisa suave, el trueno y el relámpago de una tormenta, y el canto de los pájaros nuevamente. El solo de violín del movimiento Largo evoca a un pastor durmiendo plácidamente en el campo, cerca de un arroyo (cuyo murmullo está representado por el acompasado tutti de los violines). Como un estallido de vida, el Allegro final vuelve a contagiarnos de animada inspiración y nos hace viajar imaginariamente por los brillantes paisajes que la primavera nos regala.
El verano está escrito en la dulce y melancólica tonalidad de sol menor. Según la descripción del propio Vivaldi, el hombre y los animales de la granja, cegados por el sol, permanecen aletargados. El aire es húmedo y abrasador. Pero repentinamente el viento cambia y el pastor teme la tormenta. Musicalmente esto es evidente porque el tempo se acelera y se vuelve “agitato”. El bello solo de violín del Adagio plasma la calma que precede a la tormenta, pero el miedo por lo que se avecina mantiene despierto al pastor. Así, las cuerdas graves irrumpen al unísono intermitentemente, recordándonos la amenaza constante de lo que vendrá. El movimiento Presto trae al relámpago y el trueno, y la furiosa tempestad que arruina la cosecha. El dramatismo de esta pieza es equiparable a la intensidad de su belleza.
El otoño por su parte, está escrito en fa mayor. El carácter festivo que Vivaldi pretende imprimir a esta estación tiene que ver ni más ni menos que con la celebración de una buena cosecha: el trabajo de la tierra finalmente ha dado sus frutos. Cantos campesinos, danzas rústicas, y bebidas espirituosas completan el cuadro, impregnando el ritmo, la cadencia y el temperamento de este Concierto.
El invierno está escrito en fa menor. El primer movimiento describe de manera muy interesante la sensación de estar helado hasta los huesos: los temblores, los pies congelados, los dientes que castañetean. La armonía y el pulso acelerado generan permanente tensión. Nieve, vientos helados, paisajes desnudos, toda la escena se presenta de golpe como un rayo en nuestra mente. El invierno se impone en toda su crudeza, no carente de belleza. El segundo movimiento, por el contrario, desarrolla una agradable y apacible melodía que nos remite a un momento de calma y confort, al resguardo de las inclemencias del tiempo. El calor del hogar, la proximidad de un ser amado. El acompañamiento de pizzicatos evoca delicadamente la lluvia. Por último, en el Allegro final se evoca la inestabilidad al desplazarse sobre el hielo pronto a resquebrajarse. Aún aún hay momentos de tensión y gran agitación, pero ya se intuye algo de la primavera pronta a llegar.
El final rotundo de esta pieza es la culminación de un ciclo destinado a su infinita repetición.
El paisaje se puede representar de muchas maneras, hasta Vivaldi, lo más corriente eran las artes plásticas y la literatura. Él sumó a la música pero La humanidad sigue evolucionando constantemente gracias a los genios/as que siguen floreciendo y los recursos artísticos que siguen desarrollando como verdadero poderes de la expresión humana. Ya veremos cómo nuestra especie se las ingenia para seguir sorprendiéndonos. Mientras tanto, humildemente, los invito a hacer este ejercicio: cuando visiten un paisaje sorprendente dejen de lado la música del momento, especialmente la de moda, y busquen entre la música del lugar. Los músicos, como verdaderos artistas que son, suelen tener la sensibilidad y los dones necesarios para encarnar ese espíritu en acordes y melodías bien representativas. Verán que de esta manera la conexión con el Genius Locci (Espíritu del Lugar) será superadora. Cada lugar tiene su música: la Pampa, la Puna, la Selva Misionera, el Litoral Costero Atlántico, los rincones de Buenos Aires y los bajos de Rosario y Córdoba. El descubrimiento en esa búsqueda también tiene su encanto y es parte de la magia.