"En Maten a Duarte", la periodista Catalina De Elía descifra los enigmas que no respondieron ni la Justicia ni la historia argentinas.
por Rodrigo García
El 9 de abril de 1953, Juan Duarte, hermano de la mítica Eva Perón, apareció muerto, con un tiro en la cabeza, en su departamento de Buenos Aires. ¿Fue un suicidio o un homicidio? Casi siete décadas después, las incógnitas en torno al “primer caso Nisman”, como lo calificó el presidente Alberto Fernández, siguen sobre la mesa.
El trágico final de Juancito, a los 37 años y apenas ocho meses después de que un cáncer acabara con la vida de su principal protectora, segunda mujer del entonces presidente Juan Domingo Perón, forma ya parte de la larga lista de enigmas de la historia argentina. Y su figura quedó en el olvido: ahora, un libro buscar arrojar algo de luz en medio de la oscuridad.
“Para la Justicia hubo tres carátulas (conclusiones) de lo que pasó: durante el peronismo (1946-1955) fue un suicidio, en la Revolución Libertadora (dictadura que derrocó a Perón) un homicidio, con (Arturo) Frondizi (presidente en 1958) un suicidio, y el caso se cierra ahí y se borra de la historia oficial”, cuenta a EFE Catalina de Elía, periodista y autora de “Maten a Duarte” (Planeta).
El rápido ascenso de un vendedor de jabones
Único varón de los cinco hijos de la relación extramatrimonial de Juan Duarte con Juana Ibarguren, Juancito empezó a trabajar desde niño, luego de que la muerte del padre, en 1926, dejara desamparada a su familia ilegítima.
Tras años de idas y venidas para ganarse el pan, su vida dio el vuelco definitivo cuando, en enero de 1944, Eva, que ejercía como actriz, conoció en un acto benéfico a Perón, en creciente popularidad como secretario de Trabajo de la dictadura que rigió entre 1943 y 1946.
Evita y Juan Domingo se enamoraron y ella le pidió que hiciera de su hermano su secretario privado. Duarte empezó así “a crecer políticamente de forma súper rápida, hasta ser su mano derecha”, afirma De Elía.
Dejaba atrás su pasado como vendedor de jabones para iniciar un vertiginoso camino al cobijo de su cuñado, elegido presidente en 1946, y su hermana, que como primera dama y con su rotunda imagen y personalidad y su discurso a favor de los más humildes se hizo conocida en todo el mundo.
Eran tiempos de bonanza económica y esplendor en los que Duarte alcanzó un enorme poder político, al tiempo que crecía su fama de amante de la vida nocturna y las mujeres, que lo llevó a contraer la sífilis.
La estrepitosa caída de un hombre bajo sospecha
Pero todo lo que empieza, acaba. Y la muerte de Evita, con solo 33 años, fue en 1952 el principio del fin de la época de oro de Perón, que había sido reelegido poco antes pero enfrentaba ya la llegada de las vacas flacas. También aceleró el ocaso de su hermano, sobre quien pesaban sospechas de corrupción.
“El Gobierno de Perón ya no era el mismo, atravesaba una crisis política y económica, lo denunciaban por corrupción y la cara visible de la corrupción justamente era Juan Duarte”, señala De Elía, para quien nunca quedó claro si esas supuestas tropelías fueron cometidas a sabiendas de él o no.
Según la autora, el general decidió avalar una investigación interna contra su cuñado, ya fuera para tapar su “debilidad” como presidente o porque en verdad le interesaba saber si eran reales las acusaciones contra su Gobierno.
“Empieza la investigación y encuentran papeles comprometedores y títulos de propiedad que para ser un secretario privado de un presidente quizás no tenía que tener”, señala la periodista, que empleó seis años en realizar su trabajo, con base en los expedientes judiciales que rescató del olvido y en diversas entrevistas.
El 6 de abril de 1953, mientras avanzaba la investigación, el hermano de la “abanderada de los humildes” se vio obligado a renunciar al cargo. Y el día 8 Perón se refirió en un discurso a la posibilidad de que hubiera personas deshonestas en su Gobierno: “estén seguros de que van a la cárcel, así sea mi propio padre”, sentenció.
Tras esa advertencia, según revela De Elía, el general declinó recibir a su cuñado cuando este fue a verlo, aunque esa misma mañana ya le había avisado de que al día siguiente debería presentarse a declarar ante el militar encargado del caso.
Pero nunca lo hizo: el 9 de abril apareció muerto.
Un tiro en la cabeza y tres investigaciones
En calzoncillos, arrodillado ante su cama, con un tiro en la sien y rodeado de sangre. Así fue hallado Duarte por su peluquero, José Gullo, y el ministro de Industria y Comercio, Rafael Francisco Amundarain. Y según el primer comisario del caso, en una mesita se encontró una supuesta carta de despedida dirigida a Perón.
Las horas previas a la muerte siguen siendo un cúmulo de misterio y desde el primer momento se estableció la versión de que Juancito “se suicidó”. Según De Elía, el juez opinó lo mismo, no ordenó autopsia y Perón pidió cerrar el caso rápidamente.
En 1955, la dictadura que derrocó a Perón reabrió el caso: “agarraron el caso Duarte para usarlo políticamente y acusarlo a Perón de que lo había mandado a matar, y es la primera vez que llaman a declarar a los vecinos, pero con interrogatorios superviolentos”, dice la periodista.
Esos testimonios quedaron grabados en discos que, junto a los expedientes, quedaron olvidados en la caja fuerte del último juzgado que llevó el caso, y que la escritora logró encontrar.
Ni el matrimonio de servicio ni los custodios escucharon disparos, pero vecinos aseguraron que esa madrugada “vieron mucho movimiento” de funcionarios del Gobierno en casa de Duarte.
Una mujer testimonió haber visto a dos hombres cargando a un tercero “como si estuviera muerto” y otra dijo que vio una mancha de sangre en el ascensor. Esa segunda investigación concluyó que fue “un homicidio”, pero sin determinar “ni quién, ni cómo, ni cuando”.
Ya en 1958, al volver la democracia pero aún con el peronismo proscrito, un tercer juez avaló la teoría del suicidio.
En el libro, De Elía llega a la conclusión de que Duarte no se quitó la vida por voluntad propia, aunque reconoce que hay puntos que quedan en el aire por las pruebas que se perdieron “y cómo fueron manipulados los expedientes según los vientos de la política”.
“A quienes más les servía muerto era al mismo peronismo, aunque también uno pude pensar en la oposición (…), que lo mataron ellos para acusarlo a Perón”, agrega, convencida de que el peronismo ha querido olvidar a Duarte por sentirlo un tema incómodo.
El primer caso Nisman
Inevitablemente, el caso hace pensar en otro que conmovió a Argentina y sigue sin esclarecerse: la muerte del fiscal Alberto Nisman en 2015, días después de denunciar a la entonces presidenta y actual vicepresidenta Cristina Fernández por presunto encubrimiento de terroristas.
“La verdad es que cuando lo miré (el libro) dije: ‘este es el primer caso Nisman’, (en el) que se puso en duda el suicidio, y la verdad es que el trabajo que hizo De Elía es impresionante”, dijo el presidente Alberto Fernández en una entrevista.
Nisman también estuvo cerca del poder durante años y fue hallado en su departamento con un tiro en la cabeza el día anterior a declarar, pero en su caso ante el Congreso para explicar su denuncia.
Hubo pruebas que también se perdieron por negligencia o intención y sigue sin comprobarse si se suicidó o fue asesinado.
Como tampoco se pudo comprobar que Duarte tuviera bienes procedentes de la corrupción ni que Cristina Fernández encubrió a nadie.
EFE.