por Vito Amalfitano
Los Juegos Olímpicos son la medida de tus sueños.
“Ahora sí puedo decir que soy olímpico”, dijo el marplatense Mariano Mastromarino al llegar como el argentino mejor ubicado de El Maratón de Río 2016. Esa fue su medalla. Y vaya si tiene valor. Oro. Por el esfuerzo, por el camino, por ese sueño que no lo detuvo jamás, al contrario. “El Colo” confesó ayer que la misma tarde que no dio la marca para Londres 2012 fue a verlo a Leonardo Malgor y le dijo que quería empezar a entrenar enseguida para estar en estos Juegos.
Antes de meternos en el Maracaná para nuestra última cita en Río 2016, también con un sueño cumplido a medida, llegamos a ver el cierre de la final de vóleibol entre Brasil e Italia, en el Maracanazinho, esa suerte de Bombonera cerrada que fue una “bomba” que estalló en cada cita de estos Juegos.
En medio de la algarabía del final, cuando esa “bomba” detonó más que nunca, con Brasil campeón, nos conmovió una imagen. Justo nos ubicamos, junto al colega de Reuter Marcelo Androetto, al lado a unos periodistas italianos de una cadena de televisión. Uno de ellos, apenas Brasil se quedó con el match point, tiró los auriculares, se sacó la credencial y se puso a llorar desconsoladamente con los brazos puestos sobre su cabeza sobre la mesa. Con esas lágrimas que salen a borbotones, y se nota así por el movimiento del cuerpo. Su compañero, sin abandonar el relato en la transmisión, le puso el brazo encima para consolarlo.
Cuando pasó el momento y el hombre del llanto indetenible cerró la transmisión como pudo y se paró, nos encontramos con un verdadero gigante. Un hombre de 2 metros 5. Se trataba nada menos que de Andrea Luchetta, una gloria viviente del vóleibol italiano, quien jugó nada menos que 292 partidos para la selección “azzurra”. Integró el famoso Módena de la década del 80, ganó 22 títulos en diferentes clubes y cuatro ligas mundiales con la selección. También con la “azzurra” ganó el oro europeo en Suecia en 1989 y fue campeón del mundo en….Río de Janeiro 1990. Aquí justamente volvió como comentarista de la televisión. Pero no solo como eso. También por una asignatura pendiente. Luchetta obtuvo medalla de bronce en los Juegos de 1984 en Los Angeles. El único título que le faltó. El Oro olímpico. En la humildad de un grande, que quiso como nadie que los chicos que estaban abajo obtuvieran lo que él no pudo, entendimos su llanto a mares, como un niño.
Estos Juegos fueron la medida de mis sueños como periodista. También la de “El Colo” como maratonista. Aunque nada termina aquí, y él y yo y todos intentaremos superarnos y aprender siempre. Para el gigante Luchetta, en cambio, solo el Oro de sus continuadores era la medida de sus sueños. Tan cerca del techo, todo lo demás ya lo había logrado.