Los detalles de la recuperación de la perra que había sido robada a una pareja de jubilados. Cómo la policía pudo llegar a Mara y cómo fue el reencuentro con sus dueños.
Por Fernando del Rio
Mara es tan dócil que apenas se la llama, viene. La oficial inspector Karina Gómez y un compañero miraron con sorpresiva satisfacción a aquél pompón grisáceo que avanzaba despreocupado hacia ellos. No hay dudas de que era la perra de los “viejitos”. No podía ser otra, el dato no podía haber fallado. Entonces la llamaron, y Mara apuró el paso.
Era las 11 de la mañana en las Torres del Fonavi y Gómez supo que tenía en sus manos algo más que una tierna caniche toy. Tenía el final feliz de una historia triste. También supo que ser policía es ser receptor de la ingratitud, del enojo, de la desaprobación, y que algunas veces es otra cosa.
Mara movió frenéticamente la cola ante Gómez, quien con el teléfono celular se comunicó con el comisario Paulo Corbela, su jefe en la comisaría séptima, y le pasó la novedad.
Mara era la perra que en la tarde del jueves un vendedor de bolsas de residuos se robó de una casa del barrio Constitución, a 5,2 kilómetros de donde apareció. Eduardo, un jubilado de 88 años, lo había atendido cordialmente y le había, incluso, entregado dinero sin pedir las bolsas a cambio. Para ayudarlo. Pero el desamorado visitante vio a Mara a través de la reja y desplegó un desleal ardido: le pidió a Eduardo un vaso con agua y aprovechó ese momento para llevarse a la perra.
Eduardo y Ana, su esposa de la misma edad, entraron en desesperación. La llamaron sabiendo que si los escuchaba, regresaría. Porque Mara si la llaman, viene. Miraron hacia la vereda, salieron a la calle, la buscaron dentro de la casa. Entendieron, con angustia, que ese hombre se la había llevado.
Una vecina les aconsejó hacer un video y hacerlo circular por redes sociales y medios de comunicación. LA CAPITAL fue uno de los primeros en publicarlo a las 20.30 con lo cual la historia se potenció en alcance. De pronto, al cabo de un par de horas, varias personas famosas, periodistas, medios nacionales, se habían hecho eco de la novedad. El tono de congoja del video, la tristeza manifiesta en los dichos de Ana y su extrema oferta de entregar a cambio la jubilación conmovió a todos.
Pero ni la policía ni la justicia tenían denuncia alguna. Corbela y su gente de la comisaría séptima se enteraron por las redes sociales. Hubo una comunicación con la fiscalía de turno y en la noche del jueves iniciaron de oficio una pesquisa. Hoy a la mañana alguien acercó un dato: busquen en las Torres del Fonavi. Hay ciertas cuestiones que no salen de los bordes del mundo policial y entre ellas están los “buches”, los “colaboradores”, figuras –imaginarias o reales- que acuden al rescate de la discreción.
El móvil con la oficial Gómez se dirigió hacia el complejo de edificios ubicado en Tres Arroyos y Alvarado, en el barrio Las Lilas casi al mismo tiempo que por la puerta de la comisaría séptima ingresaban Eduardo y Ana. Anhelaban ayuda y respuestas. Narraron una vez más el episodio para dejar formalizada la denuncia.
En el Fonavi el patrullero dio algunas vueltas, Gómez y su compañero empezaron a preguntar a las personas con las que se cruzaban. El poder de fuego de las redes sociales había hecho su trabajo también en el barrio sospechado, de manera que muchos de los que recibían la consulta de los policías sabían de qué se hablaba.
Y de pronto a alguien le resultó más inteligente deshacerse de la perra más buscada de Mar del Plata que mantenerla cautiva. Como si fuera una maldición, el captor, probablemente aquel vendedor de bolsas de residuos, se la sacó de encima y Mara corrió. Tal vez caminó un rato largo, tal vez apenas hizo unos pasos hasta las calles internas del Fonavi, donde una mujer policía empezó a llamarla.
El reencuentro con Ana y Eduardo fue en la guardia de la comisaría. Sin haber perdido la elegancia pese la peripecia vivida, con su cobertor verde esperanza sobre el lomo, Mara corrió a los brazos de los “viejitos”, que no podían creer que todo se solucionara. A Mara la llamaron y fue. Y volvió a mover la cola con un frenesí contagioso.