Acaba de publicar un libro dedicado a su hija recientemente fallecida. Sus cuentos son las lecciones de vida de un veterano periodista que es hijo de artistas. “Soy como un marino que retorna al puerto, algo cansado de sus aventuras, y quiere contarlas a sus nietas y a sus amigos”, dijo.
Pedro Lozano Bartolozzi (Pamplona, 1939) es un veterano periodista, escritor, profesor emérito de la Universidad de Navarra y docente de generaciones de periodistas. El maestro acaba de publicar su último libro “El barco de juncos”, un título personal, en el que recorre la memoria de su familia y amigos.
Sobre todo, se detiene en su hija mayor, María Lozano Uriz, fallecida en noviembre pasado. El autor encajó los juncos, un elemento de la infancia de sus hijos, para formar este barco frágil “que es la vida” y que pone a navegar a modo de legado de sus ocho décadas de existencia.
“Soy como un marino que retorna al puerto, algo cansado de sus aventuras, y quiere contarlas a sus nietas y a sus amigos”, le dijo el autor a la periodista Sonsoles Echavarren, quien lo entrevistó en el Diario de Navarra.
El barco de juncos es un juego familiar. “Lo hacíamos a la orilla del río, cortando juncos. Mis hijos lo ponían a navegar cargado de muñecos y de alguna rana. Yo siempre entendí la vida como un viaje y nosotros, barcos frágiles a través de un río. Pero, en este caso, al ser de juguete, tomas la vida como aventura, en busca de la isla del tesoro, lo más importante para cada uno (amor, trabajo…). Esta idea nos recuerda que somos argonautas y nos lleva a ver el viaje como relato, en el que cada uno escribimos nuestra propia odisea. El barco reaparece en la vida en diferentes puertos”, dijo.
E indicó que ese barco cobra vida en “la ilusión de la juventud; en la madurez y en el deseo de formar una familia; o en el de un marino, algo cansado, que retorna de sus aventuras y quiere contarlas a sus nietas y amigos, cargado de palabras contra el tiempo”, definió en esa charla.
“Todos somos personajes de cuento”, reflexionó el escritor que proviene de una familia de artistas. Su madre, Francis Bartolozzi; o su abuelo materno, Salvador Bartolozzi, ambos fueron pintores y relatistas.
“Los cuentos son parte de la vida y yo mantengo esa tradición de dibujante. Porque cuando escribo, dibujo con palabras. Los vocablos son los que nos permiten entendernos, comunicarnos, comprender la naturaleza y las ideas que nos rodean”, agregó.
El libro es un compendio de diecinueve episodios. No es una autobiografía pero puede considerarse un legado que deja a las futuras generaciones. “Está escrito con mi hija, a la que quiero recordar al contar, por ejemplo, todos los viajes que hicimos por Europa, y como un homenaje a ella. María lo leyó y me hacía correcciones. Ella escribía muy bien (era doctora en Comunicación y fue delegada del Gobierno de Navarra en Bruselas) y, a veces, me reprendía por haber puesto mal las comas o utilizado un adverbio de modo cuando no correspondía”, recordó.
Y aseguró que “el tiempo se va pero regresa en forma de recuerdos, ensoñaciones o vuelve a ser noticia. Cuando corres el riesgo de ver la vida como un abismo negativo lleno de problemas y tragedias, que nadie niega que las hay, el único modo de vencer las adversidades es agarrarte a que la bondad está por encima, a que la esperanza existe. Como digo al final, el barco puede terminar la navegación en una estrella”.
Junto a su hija María, el libro lo ha dedicado también al padre escolapio Joaquín Erviti, que le enseñó a “leer, escribir y rezar”. Sobre sus perfiles de periodista, escritor y profesor, señala que “las tres facetas son las varillas de un abanico unidas por un punto, que es el interés por contar la vida. Vivir es narrar y contar el tiempo es volver a vivir. El hombre es un ser de expresión”.
“Los libros, la imaginación, la fantasía nos pueden salvar de la rutina, del inconformismo… Durante el confinamiento, han sido una vía de escape”, reconoció desde su residencia en Pamplona.
Como abuelo, dice que disfruta de contarles cuentos clásicos a sus nietas: los de Perrault, Andersen o los Hermanos Grimm están a la orden del día. También los de la familia Pinocho o Pipo y Pipa, que son creaciones de su abuelo materno, Salvador Bartolozzi y las muchas historias familiares.
“Creo que todas las familias, sean o no aficionadas a la literatura, deben recuperar su historia y sus raíces. Saber dónde se conocieron sus padres, de dónde vienen sus abuelos o bisabuelos… Tiene mucho más interés que la recopilación de nombres de reyes y batallas”, consideró y defendió así la historia de las familias.
Bartolozzi nació en Pamplona en 1939. Ese año, sus padres que venían de Madrid eligieron Pamplona para vivir. Su vida se desarrolló en esa región de España y llegó a casarse con Margarita Uriz. Fue padre de cuatro hijos y es abuelo de cuatro nietas.
Contar historias parece estar en su ADN: “Es lo que he vivido porque nací en una familia muy vinculada al teatro y mi madre nos contaba historias”, dijo en esa entrevista del diario español, en la que se mostró acostumbrado a los relatos, a las ficciones y a las crónicas periodísticas.