La subyugante "Gruta de Egaña" estaba junto al mar, entre Punta Piedras, hoy Torreón, y la actual Playa Varese. En el siglo XIX fue una de las atracciones turísticas del floreciente balneario. Quizás la primera. ¿Qué pasó con ella?
por Gustavo Visciarelli
Estamos en 1884. El Torreón todavía no existe. Tampoco el camino costero hacia el sur. Sólo vemos rocas que se interrumpen en las arenas de la playa Saint James, hoy Varese.
Elvira Aldao, en sus “Veraneos Marplatenses de 1887 a 1923”, nos lleva a recorrer ese paisaje: “Del otro lado de la inmensa playa (Bristol), se iba hasta las piedras, y trepándolas y descendiéndolas en grandes saltos, al rumor de las olas que estallaban en ellas, se llegaba hasta la gruta”.
Ahora aparece en nuestra historia un tal Andrés Egaña. Algunos relatos lo definen como “un curioso inmigrante español” y otros como un visitante llegado en la génesis turística de Mar del Plata.
Sabemos que en esos tiempos un hacendado llamado Andrés Egaña perpetuó su identidad en una estación ferroviaria y en un pueblo del partido de Rauch, pero desconocemos si es el mismo que en 1884 descubrió nuestra caverna.
Oculta por peñascos
¿Dónde estaba la gruta? El historiador Roberto Barili la sitúa en una amplia franja entre “la Playa Central” (actual Bristol) y el “Hotel Saint James” (hoy Varese) y añade que al ser descubierta por Egaña estaba “oculta por grandes peñascos que fue necesario remover para facilitar el acceso”.
Ornamentada por musgos, líquenes, vértebras de ballenas arrojadas por el mar y algas que tapizaban el suelo, en su parte posterior había ocho peldaños naturales que conducían “a otro hueco, que tenía el techo abierto, entrando por él la luz y las ramas de las plantas del exterior”, narra Barili.
“En el lugar -añade el historiador- se había instalado una hamaca, cuyo asiento era de una cadera de ballena. El agua de mar que la bañaba a menudo, había decorado fantásticamente las rocas en su interior, con una capa finísima de musgo de tinte verde luminoso”.
Este relato nos ayuda a entender la fascinación que la “Gruta de Egaña” causó entre los visitantes que la convirtieron en la principal atracción del floreciente balneario.
Un centro social
Elvira Aldao describe con elocuencia “la alegre bandada de paseantes que invadía la gruta en bulliciosa charla”…”, “…predispuesta a reír y a gustar el lunch que se transportaba en cestos de mimbre” para luego tomarse fotos grupales “en la diafanidad del aire libre”.
La “romántica cueva” -tal como la definió Elvira- pronto se convirtió en un clásico escenario para el inicio de romances veraniegos o para dejar testimonio de historias de amor. Y aquí aparece un detalle significativo: en la gruta nació la costumbre de grabar nombres y fechas en las piedras de ese paraje costero.
El fotógrafo y editor Mateo Bonnin narra en una de sus publicaciones: “Casi todos los que visitaban el sitio dejaban esculpidos su nombre. Los enamorados grababan en sus muros de roca viva la fecha de sus compromisos, los filósofos fijaban sus sentencias, los poetas buenos y malos, sus versos, y hasta las casas de comercio aprovechaban el lugar para hacer su reclame chillón…”.
¿El primer “chivo”?
Llegamos así a un detalle desopilante. Sobre el acceso a la cueva había tres grandes inscripciones talladas en la piedra por manos tan expertas como anónimas. La de la izquierda rezaba: “Gruta Andrés Egaña. Descubierta por él mismo. Año 1884”. La de la derecha: “Mar del Plata – Fue fundado por Patricio Peralta Ramos- 1874”. Y en el centro, en prolijo alto relieve, alguien esculpió un aviso comercial: “Almacén Buenos Ayres de Domingo Calandria – Artes y Cuyo”.
¿Qué pasó con la gruta? Desapareció en la primera década del siglo XX cuando con piquetas y dinamita devastaron la barranca para construir el camino entre lo que hoy es el Torreón y Varese.
El arquitecto e historiador Roberto Cova indica que el picapedrero italiano Rizziero Manfredi y su socio Juan Lagroia cumplieron dicha tarea a requerimiento de la empresa Castello y Piquerez, constructora de la “Rambla Francesa”. De hecho, parte de la piedra allí extraída fue empleada en esa obra monumental.
Elvira Aldao lamentó en sus textos el final de la Gruta de Egaña: “Al desaparecer, sepultó entre sus enormes piedras toda la primera época de Mar del Plata”.