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La gran hazaña de Mar del Plata

Aquel 2-1 sobre el Palmeiras subcampeón de América. La selección local fue invitada a participar al heptagonal de 1969 y dio la nota en su último partido. Historias de un triunfo mágico.

Por Sebastián Arana

El verano de 1969 fue casi tan decisivo como el anterior para la proyección de los torneos estivales marplatenses. Las reformas al estadio San Martín (se cambió la orientación de la cancha y se ubicaron plateas nuevas en las tribunas que daban a Champagnat y en la cabecera de Garay), impulsadas por Alberto J. Armando, presidente de Boca y uno de los organizadores del certamen, presagiaban el ingreso de lleno de Mar del Plata a la agenda de los torneos internacionales con un estadio acorde a los tiempos que corrían.

El Vasas de Hungría -primer campeón en suelo marplatense-, Peñarol de Montevideo y la selección de Checoslovaquia habían sido los visitantes del año anterior. Aquel verano llegaron nada menos que cuatro: MTK Budapest (Hungría), Slovan Bratislasva (Checoslovaquia), Rapid de Viena y Palmeiras, entonces subcampeón de la Copa Libertadores, acompañaron a Boca, al Estudiantes campeón de América y del mundo y a un séptimo participante muy especial: la selección de Mar del Plata. No era extraña en aquellos años la fórmula -luego archivada- de combinar en un mismo torneo a los equipos más populares o exitosos del país, los extranjeros ilustres y el agregado de una representación local.

En un momento de ebullición y de apogeo del fútbol en esta ciudad -apenas un año más tarde llegaría la inolvidable consagración en el Campeonato Argentino de 1970-, la Liga Marplatense encomendó la formación del equipo a Juan Manuel Romay. Y el “Mazorquero” recurrió a la combinación de veteranos con mucho recorrido, como Ludovico Avio o Luis Cardoso -antiguo compañero suyo en Independiente de Avellaneda, a comienzos de los años ’50-, ambos con pasado en la Selección Argentina, y chicos muy jóvenes, como el “Mono” José Rubén Palacios, Carlos “Rulo” Moreno o Víctor Tamagnone, quienes andaban por los veinte años.

El “Combinado”, como lo llamaban los medios periodísticos, a priori, era el equipo más débil del certamen. “Somos el Patito Feo en el Lago de los Cisnes”, declaró Romay en aquella ocasión. Pero el “Patito Feo” supo estar a la altura de los demás.

Ya en el debut, con gol de aquel implacable artillero que fue Norberto Omar Eresuma, le arrancó un empate muy festejado al Slovan Bratislava. La formación eslovaca no era, por cierto, un equipo menor. Meses después obtuvo la Recopa de Europa imponiéndose 3-2 a Barcelona en la final. Y cuatro titulares (el arquero Vencel, Jan Zlocha, Alexander Horvath y Josef Capkovic) en aquel bautismo de fuego para la “Roja” integraron la selección de Checoslovaquia que fue al Mundial de México en 1970.

A continuación, puso en muchos problemas a Rapid de Viena, que había llegado a Mar del Plata precedido de resultados importantes. Los austríacos se impusieron 3-2 (los goles locales fueron de Avio, de penal, y, cuándo no, Eresuma), pero el combinado salió nuevamente aplaudido de la cancha. “La igualdad final hubiera sido el resultado que más fielmente reflejara lo acontecido en el field”, decía, con el estilo de la época, la crónica de LA CAPITAL.

Ante Boca, tercer partido en cinco días, otro buen papel. El concepto de rotación de plantel que hoy enarbolan casi todos los entrenadores no existía y jugaban siempre los mismos. Mientras las piernas aguantaron, en la primera parte, el partido fue parejo. Boca se llevó un 2-0 al descanso aprovechando sus chances, pero Marzolini salvó sobre la línea un remate de Eresuma, que exigió a fondo un par de veces más al “Tano” Roma. Sobre el final, los visitantes rubricaron un 3-0 exagerado.

También el combinado le hizo fuerza al MTK Budapest (victoria 3-1 de los magiares, todavía una fuerza de peso en el Viejo Continente); no así a Estudiantes de La Plata, que con su practicidad lo maniató y le ganó 4-0.

Había pasado prácticamente todo el heptagonal y Mar del Plata no había saboreado el dulce de la victoria. Quedaba sólo Palmeiras, el subcampeón de América, que venía de ganarle 2-0 a Boca y se encaminaba a obtener el campeonato.

El partido

El 26 de enero, en el partido del primer turno, se jugó el Mar de Plata-Palmeiras. La única pretensión de la Selección era despedirse del certamen dejando una buena imagen. Pero aquella tarde, en el afán de lograrla, fue mucho más allá.

Romay, aconsejado por Luis Cardoso, aquel marcador central que jugó en Boca e Independiente, el propio Palmeiras (1953) y la Selección Argentina, diseñó un movimiento especial para intentar controlar al goleador Luis Artime. Y también, según las crónicas, acertó con la manera de neutralizar a Dudú y, sobre todo, al “Divino” Ademir da Guía, la usina generadora de fútbol de los paulistas.

“No recuerdo mucho de aquel partido. Se hablaba permanentemente de Artime, pero el ‘5’ rubio era un fenómeno”, recuerda Carlos “Rulo” Moreno, quien no jugó aquel partido por una lesión en el hombro sufrida frente a Boca. El “5” rubio, que solía actuar con la “10” en la espalda, era el propio Ademir, máximo ídolo en la historia de Palmeiras e hijo de Domingos da Guía, un famoso defensor central que jugó para Boca Juniors en la década del ’30.

Los equipos brasileños solían jugar todavía con el 4-2-4 que tantos resultados les había dado a partir del Mundial de Suecia. Con Avio suelto para distribuir el juego, Palacios sobre Ademir y Néstor Villegas (un mediocampista que había jugado, entre otros, en Independiente de Avellaneda y había llegado a la ciudad apenas siete meses antes) con Dudú, Mar del Plata discutió de igual a igual y, por momentos, arrebató a los visitantes el control del mediocampo.

“Sabía que con ellos dos tomando a Ademir y Dudú y yo libre, podíamos dominar el medio. Además, había que tocar el balón, asegurarlo. Yo siempre le digo a Palacios que no tiene que correr tanto la cancha, que debe pararse más, porque yo también tuve 18 años y sé que la vitalidad de la edad te lleva a perderte en la cancha”, les explicaba, con mucha sabiduría, Avio a los periodistas después del partido.

Mar del Plata golpeó primero, a los 10’, con Héctor Buyatti, encargado de rematar una buena jugada colectiva. Tres minutos después igualó el citado Ademir, aprovechando la única falla del partido del arquero quilmeño Oscar Pérez.

Los dos equipos cambiaron ataque por ataque en el primer tiempo. Con las fuerzas que le quedaban, Mar del Plata salió, sin cambios, a llevarse por delante a Palmeiras en el complemento. Eresuma tuvo a mal traer a la defensa rival y finalmente convirtió el 2-1 a los doce minutos.

Eresuma era un monstruo, de lo mejor que vi en Mar del Plata. Con los años, en una oportunidad, cenando en la casa del Gordo Martínez, coincidí con Menotti cuando era técnico de la Selección y le pregunté qué opinaba del ‘Colorado’. ¿Sabés que me respondió? ‘No lo convoco porque la gente no lo conoce’. Faltaba poco para el Mundial ’78 y no quería generar más problemas. Y eso que ‘Cacho’ ya era grande”, recuerda el “Gato” Jorge Mignini sobre uno de los más grandes goleadores que haya pisado las canchas marplatenses.

Después de ese gol de Eresuma, Mar del Plata se replegó para defender esa ventaja. Pérez y la última línea respondieron a la perfección. Dudú y Ademir en el medio y Artime en el ataque fueron permanentemente anticipados. El “Combinado” resistió y se llevó una victoria que asombró a todos.

“Fue una hazaña. Una de las alegrías más lindas que me haya dado el fútbol. Teníamos un equipazo”, sostiene hoy, con orgullo, “Tito” Raimondi, integrante de esa defensa que lo resistió todo al final. Esa proeza significó muchas cosas. En primer lugar, dejó tan alto la imagen de la Selección que luego fue invitada a dos torneos de verano más, en 1971 y 1973.

Para el “Monito” José Rubén Palacios fue un partido consagratorio. El chico de Alvarado, en el medio de los festejos en el vestuario, recibió la noticia de su vida. Acababa de consumarse su pase -mucho tuvo que ver una “apurada” histórica de Floreal Munar, presidente del “Torito”, a Alberto J. Armando, pero esa es otra historia- a Boca Juniors, donde fue campeón y se dio el gusto de jugar una Copa Libertadores de América.

Pero, tal vez, para nadie significó tanto aquel partido como para Luis Cardoso. Esa misma noche, el hombre nacido en Nueva Pompeya, decidió ponerle fin a una carrera brillante que lo llevó, entre otras cosas, a jugar cuatro años en Independiente de Avellaneda, cuatro en Boca y a ganar el Sudamericano de 1959 con la Selección Argentina. Avio intentó convencerlo para que siguiera un año más, pero no hubo caso. Aquella expresión de “retiro con gloria” difícilmente pueda estar mejor aplicada que para este caso. Cardoso colgó los botines en una de las jornadas más grandes del combinado de su ciudad.

 

Víctor Oscar Tamagnone: “Hubo unos secretitos para controlar a Artime”

Aquella noche ante Palmeiras si algo preocupaba a Juan Manuel Romay era cómo controlar al gran Luis Artime, que venía de convertirle a Boca y de meterle cinco goles en un partido al Rapid de Viena. Junto a Luis Cardoso en la zaga central, uno de los encargados de hacerlo fue Víctor Oscar Tamagnone, quien por entonces contaba con veinte años y era uno de los jugadores promovidos a la Selección por el “Mazorquero”. Lo hizo tan bien que el ex goleador de River e Independiente no convirtió y tampoco contó con oportunidades para hacerlo.

Tamagnone había llegado a Mar del Plata desde Bahía Blanca y apareció poco antes de ese torneo en la primera de Peñarol. Después pasó por Kimberley, Quilmes, Independiente, Atlético Mar del Plata y terminó su carrera en Alvarado, donde se dio el gusto de ganar un título marplatense y jugar el Nacional de 1978. Se retiró poco después, a los 32 años, cuando, según él, “estaba mejor que nunca”.

Hubo unos secretitos para controlar a Artime -recuerda hoy el protagonista de esta historia desde su casa en Sierra de los Padres- aquella noche. No venía jugando, pero esa noche lo hizo Luis Cardoso, que andaba por los 37 años, había jugado en Brasil y lo conocía perfectamente”.

Artime convierte de cabeza adentro del área en el “San Martín”. Fue la tarde de sus cinco goles a Rapid de Viena. Foto El Gráfico.

“Los brasileños eran de juntarse a tocar, a triangular. Pero Artime escapaba a esos encuentros.

Si la jugada venía por la izquierda, él se iba a la derecha. Si nacía por la derecha, buscaba la izquierda. Siempre buscaba recibir libre en el lado opuesto para rematar. Cardoso tenía muy claro cómo jugaba”, explicó el zaguero derecho.

“Por entonces -continuó-, uno de los centrales encimaba al ‘9’ y el otro barría a sus espaldas. Nos pusimos de acuerdo con Luis para cambiar posiciones y encimar yo a Artime cuando iba para la derecha. Y cuando se movía por la izquierda volvíamos a nuestras posiciones originales. Así lo tuvimos controlado todo el partido“.

“Gracias a ese secretito pudimos frenar a una gran delantera. Ellos venían de ganarle a Boca y si nos vencían a nosotros se encaminaban a obtener el torneo. Tal vez jugaron un poco confiados. Y les arruinamos el campeonato porque se lo terminó llevando Boca”, completó.

“Mar del Plata entró de relleno a ese heptagonal. Los equipos europeos eran muy buenos, pero dimos la nota. Jugamos algunos partidos en un nivel alto, pese a que los resultados no se nos dieron del todo. Nos costaba un poco estar a la altura físicamente. Nosotros por entonces entrenábamos dos o tres veces por semana a la tardecita. Estudiantes de La Plata, que nos ganó 4-0, en ese sentido era una máquina. Corrían como liebres y no sabés cómo se insultaban entre ellos cuando las cosas no les salían. Ellos y Los Matadores de San Lorenzo, a los que enfrentamos en 1973, fueron los mejores equipos contra los que me tocó jugar”, continuó.

“Nos acompañaba una buena cantidad de público. Antes era distinto y además el de Mar del Plata era el único torneo de verano del país. Cambió todo mucho. No sólo el acompañamiento del público. Hoy se destacan cosas que antes eran corrientes. Por ejemplo, salir jugando desde el área. En nuestros tiempos, al que la reventaba a cualquier lado lo insultaban los hinchas y los propios compañeros. Eso sí, no había prácticamente arquero que jugara con los pies”, destaca Tamagnone, quien fue un central de esos que cuidaba la pelota. Pero cuidó mejor a Artime aquella noche de la hazaña.

El Señor Gol

Muchos cracks pasaron por Mar del Plata. Estupendos goleadores. Pero ninguno tan efectivo como Luis Artime. El “9” mendocino todavía tiene el récord de goles para un partido en el torneo de verano marplatense. En el certamen de 1969 su equipo de entonces, Palmeiras, goleó 5-0 a Rapid de Viena con cinco tantos suyos.

Artime fue el goleador de aquel heptagonal con siete goles y volvió a Mar del Plata con Nacional de Montevideo en 1971 en el medio de la temporada veraniega para disputar un amistoso contra River. Los “millonarios” ganaron 4-3. Los tres tantos “charrúas”, por supuesto, los hizo Artime.

“No hice goles de afuera del área, pero igual, lindo, feo, de afuera, de cerca, con los tobillos o con el empeine, todos los goles valían, y siguen valiendo, uno”, sentenció en repetidas oportunidades. Pocos tuvieron claro el negocio de hacer goles como él. Mar del Plata se dio el lujo de disfrutarlo.

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