Un misterioso cruce fantástico entre "La metamorfosis", de Franz Kafka, y un episodio de la actualidad, en el que no esta tan clara la línea que separa lo real de lo imaginario.
Por Dante Galdona
Cuando me desperté, ella se había convertido en una hermosa lectora, a mi lado, con media espalda apoyada en el respaldo de la cama y el libro sobre sus piernas flexionadas. “La metamorfosis”, de Franz Kafka, había sido arrancado de mi biblioteca.
La observé con sigilo, para admirarla un poco más antes de que se dé cuenta de mi despertar. Es posible que para ella me haya convertido en un horrible bicho.
Aprovecho esos momentos para recordar la historia de Gregorio Samsa y el modo en que Kafka planteó la cuestión del hecho fantástico: hasta ese momento, el gran problema de la literatura pasaba por la forma de instalarlo en una narración sin perder el verosímil y, acaso, someter al lector al embrujo de lo fantástico sin que advierta las formas en que se construye la historia, sin que se vean los hilos con los que se cose la trama.
Kafka lo resuelve de una manera práctica y simple. En la primera línea escribe: “Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”. A partir de esas quince palabras iniciales, el lector debe decidir si le cree o no. Si opta por la primera opción, seguirá un entretenido camino por el mundo fantástico de una familia tradicional que ahora deberá lidiar con el insecto gigante en que se ha convertido uno de sus miembros. En caso de la segunda opción, Kafka prescinde de ese lector, ya no le interesa y lo descarta sin remordimientos.
No toda literatura fantástica necesita de esta potencia en la instalación de los hechos no realistas. También existen grandes ejemplos de una forma progresiva de abordarlos, de modo que el lector va creyendo, y cayendo, de a poco y a través de algunos indicios puntuales en las atmósferas que el narrador le presenta.
Pero el verosímil no es sólo un problema de la literatura fantástica, lo es de toda la literatura de ficción. Se pueden narrar hechos reales, o realistas, sin el más mínimo de verosimilitud. A ciertos autores realistas se les cree menos que a Kafka.
Me muevo, me advierte despierto. No logro recordar cómo esa chica tan bonita llegó hasta el punto de amanecer en mi cama, sacar un libro de mi biblioteca y ponerse a leer a mi lado a la espera de que yo despierte.
“Buen día“, le digo. Ella me dedica una sonrisa celestial y me responde: “Buen día, Gregorio”.