¿Qué leen los marplatenses en las calles, en las plazas, en el transporte público? ¿Cómo y cuándo? En esta oportunidad, una escena de lectura en el colectivo.
Por Dante Galdona
El colectivo, ese universo variopinto. Trabajadores, docentes, estudiantes, perdidos y encontrados que de un punto a otro buscan no estar en el momento, salir de esa caverna. Todos somos filósofos cuando no queremos estar en un lugar. Celulares con universos -sombras de las cosas- y ventanillas como pantallas hacia la luz. Todavía es un lugar donde el papel sabe ganar algunas batallas. A veces me subo solo para ver gente leyendo. Pienso que el nombre colectivo es la cosa colectivo.
No sé si antes o después de pensar esto “El nombre de la rosa” aparece asomado sobre un bolsillo del morral de cuero del señor canoso que está sentado al fondo. Algunos otros libros y unas cuantas lapiceras enganchadas del capuchón indican a esta altura que el canoso es profesor de literatura. Aunque nunca se lo haya preguntado, la observación es correcta porque es simple, como las explicaciones de Guillermo -de Ockham o de Baskerville, da igual-.
Umberto Eco, un fetiche de profesores de literatura, semiólogos y correctores de estilo. “El nombre de la rosa”, una novela, muchos géneros. ¿Filosofía, literatura, religión, semiología? ¿Policial, romántica, histórica, política? Se puede leer en muchos niveles, en todos sorprende. Se debe leer varias veces, se debe entender otras tantas.
El colectivo da una vuelta por una calle que desconozco, luego otra vuelta y un corte de calles lo pierde, me pierde. Como en la biblioteca-laberinto de la abadía, ante una bifurcación se debe girar a la izquierda, es lo obvio. El hilo de Ariadna o el del hábito de Adso de Melk sería una buena solución, pero los colectiveros confían más en su sentido de ubicación y las ciudades funcionan con la lógica opuesta. Tendrán razón, quién soy yo para cuestionarlos.
Franciscanos y benedictinos dirimen a las piñas quién tiene la razón en cuanto a la pobreza de Jesús. La grieta del siglo XIV. Jorge de Burgos, el bibliotecario ciego del laberinto, anuncia un apocalipsis. Nuestro “Georgie” jamás haría eso, menudo homenaje.
El colectivo frena en una parada, fuera del laberinto. Yo freno en Borges y su poema “El Golem”. “Si (como afirma el griego en el cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa / en las letras de rosa está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo”. Pienso que hay cosas que ya no son y que ya no tienen nombre, o nunca lo tuvieron: este viaje, la navaja de Ockham, las manzanas en la bolsa de los mandados, el profesor que se bajó de la caverna 571 hace dos paradas.