El llamado de un amigo dispara una reflexión acerca de la vida, la muerte y la literatura con un libro de Gabriel García Márquez como hilo conductor.
Por Dante Galdona
Mi amigo Adrián me avisa que tiene un libro que le presté -que me dejé robar, dejarse robar por amigos es una experiencia hermosa- hace muchos años, ninguno sabe cuántos, que lo va a releer antes de devolvérmelo -me dejo mentir, aunque no me guste-, que recuerda que le había sido insistente en el prólogo -me dejo recordar, porque me gusta que mis amigos me recuerden-.
El libro en cuestión es “Doce cuentos peregrinos”, un homenaje en clave de melancolía al exilio y a los amigos.
Cuando Gabo lo publicó, llevaba ya muchos años entre sus manuscritos, a los que empezó a darles forma después de la pesadilla que relata antes de los cuentos. Sabemos que sus sueños eran gran parte de la materia prima de sus textos.
La muerte, la vida, los amigos -esa forma tan simple del amor-, todos los temas de la literatura, o del arte en general, resumidos en un solo libro. Por más que uno se empeñe en buscar otros temas, todos se reducen a alguna de esas tres expresiones.
Cuenta que tal pesadilla lo ponía en su propio funeral, donde todos sus amigos estaban junto a él, alegres y festivos, y que a pesar de estar consciente -palabra válida para un relato onírico– de su muerte, él mismo gozaba de la fiesta. Al cabo de un tiempo, sus amigos deciden seguir la juerga en otro lugar y, cuando él se dispone a seguirlos, uno de ellos lo frena con vehemencia -recuerdo la palabra que usó- para decirle que para él la fiesta se terminaba ahí, que no podía seguirlos. Fue así como la alegría se transformó en tristeza, la de no poder seguir de fiesta con los amigos. Fue así como comprendió que eso era la muerte: no estar más con los amigos.
¿Quién se resiste a semejante prólogo? Si un libro empieza así, ¿es posible abandonarlo? Los cuentos que siguen refuerzan la idea.
Decido llamar a un par de amigos para decirles que quiero verlos, que quiero volver a verlos en una juerga en la que pueda ir con ellos mientras todavía estamos vivos, que nos vamos a morir y todo eso. Ellos se ríen, uno responde: “Vos y tus excusas para mamarte”. Pero Adrián sabe. Apoya la idea. Adrián leyó el libro y le asalta el mismo miedo: que un día estemos en el funeral y no podamos seguirla.