Cultura

La gente anda leyendo: Abismales pájaros nocturnos

Un cruce surrealista entre el poema "El cuervo" y los murciélagos marplatenses.

Por Dante Galdona

Pájaros de la noche vuelan sobre Mar del Plata, son negros, dan miedo, dan asco. Vuelan, comen, vuelven al taparrollos. Hacen ruido sobre la cortina al entrar, repiquetean. Chillan.

Aunque son inofensivos, no son bienvenidos. Los detesto.

No me dejan concentrar en el poema colorido que estoy escribiendo. Atardece y ellos están despertando, en su mejor momento. Salen, vuelan, comen, vuelven. Chillan.

Quiero escribir colores, pero los negros quirópteros me llevan todo a negro. Al lúgubre momentum y entonces es negro sobre negro el poema. Siento tristeza, siento caída, siento asco, siento negro sobre negro sobre negro. Tengo tristeza de asco. Caigo negro. Bebo negro. Asco negro. Triste negro.

Esta rara medianoche, mientras intento escribir colores, llaman a mi persiana. Un asqueroso visitante, me digo, sólo eso y nada más.

No hay busto de Palas pero sí una estatua de Buda que adorna mi escritorio. No busco el poema, busco Filosofía de la Composición y descubro que el color verde -mi color era verde- del pájaro parlante fue un problema inicial para Poe, rápidamente resuelto con el pájaro lúgubre, pájaro también de la noche y de la muerte.

Mis colores ya no están. Palidecen los versos, palidezco yo.

Repiqueteo, chillido, repiqueteo intenso. Se cuela por el agujero de la cinta de la cortina y con un vuelo en círculo abismal invade mi paz y mi cansancio. Es un murciélago, me dije, sólo es y nada más.

Cual si fuera una barata copia del poema magistral de Edgar Allan Poe, la negra y torva bestia se posó sobre la estatua de Sidharta. El pálido semblante de aquel milenario príncipe de yeso contrastó con el asqueroso negro sucio del quiróptero maldito.

Sólo para seguir el juego de literarias coincidencias, pregunté a ese tétrico especímen: “¿Cuál es tu nombre avernal en esta rara mediatarde?”. Dijo el bicho: “Nunca más”.

Con los ojos absortos mirando su horrible semblante, balbuceé: “¿Es que no sabés, espantoso bicho, que los murciélagos no hablan?”. Repitió: “Nunca más”.

Por las musas y diosas de la paz y la poesía decime, bicho asqueroso, que estoy desesperado, si alguna vez escribiré el poema colorido que ella está esperando. Y él dijo: “Nunca más”.

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