A los Juegos convencionales seguirán ahora los Parapanamericanos en la capital chilena. Aspectos positivos y negativos desde el punto de vista deportivo y también organizativo.
por Marcelo Solari / Desde Santiago de Chile
Concluyó en los Juegos Panamericanos de Santiago 2023 una enriquecedora aventura personal y profesional con las mejores sensaciones. Formar parte de la fiesta más importante del deporte continental (desde el lugar de cada uno) es una experiencia formidable. De aprendizaje. De corridas. De disfrute. Y también de cansancio. De sentimientos encontrados. Por un lado, de querer que nunca se termine. Y por el otro, que se termine cuanto antes para regresar -por fin, a casa-. Probablemente, muestras de la vida misma. Esa dicotomía disfrazada de ¿inconformismo?, que nos lleva a seguir buscando nuevos desafíos y objetivos.
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La fiesta en la capital chilena todavía no terminó, porque en breve llegarán los Juegos Parapanamericanos, y ese ritmo diario febril de cumplir cronogramas y solucionar contingencias, continuará un tiempo más. Llega el tiempo, también, de los balances y valoraciones. Del aspecto deportivo y del organizativo.
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Para profundizar en el deportivo, es prudente esperar un par de días, para tomar en consideración otros aspectos y no solamente las medallas conseguidas. Pero un análisis primario, enfocado en la cosecha definitiva de la numerosa delegación argentina (17 de oro, 25 de plata y 33 de bronce, 75 medallas en total), permite establecer que el número no distó demasiado de las proyecciones. Y también, que una vez más, los deportes colectivos volvieron a dejar bien alto el prestigio “albiceleste”. Con el resultado puesto, y por cómo venía la mano durante los primeros 8/10 días de los Juegos, el saldo terminó siendo positivo, especialmente para algunas disciplinas.
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Por otro lado, para calificar aspectos organizativos, bien valen las experiencias propias y las opiniones consultadas para poder establecer con alguna certeza diversas cuestiones. Para ser claros y directos. Los Juegos de Santiago no fueron los mejores de la historia, como se los presentaba en la previa, ni mucho menos, los peores. No estuvo todo perfecto -o casi- como reflejaban en forma cotidiana los medios de comunicación chilenos, ni tampoco fue un disparate, como intentaron explicar los quejosos que -por las dudas- siempre encuentran un motivo para reclamar.
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Aunque no tenga directamente que ver con lo organizativo, el nivel de las competencias, en general, fue de bueno a muy bueno, con figuras reconocidas y reconocibles en algunas disciplinas. Los escenarios deportivos, maravillosos. Un legado de enorme valor con la precaución de tener que arbitrar los medios para que no se transformen en colosos imposibles de mantener como corresponde. Un apoyo masivo del público (dato no menor). Y especialmente cuando había un atleta o un equipo chileno involucrado, los estadios se convertían en una fiesta. Muy bien, además, los animadores destinados a cada escenario para entretener e involucrar a los espectadores (aunque el cuasi relato de la voz en off del básquetbol explicando lo que no necesitaba explicación, fue innecesario).
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Los 12.000 voluntarios fueron -suelen serlo- una pata importante. Solícitos, bien predispuestos, aunque tal vez demasiado estructurados. El “se lo soluciono al tiro” -una expresión bien chilena-, podía demorarse más de lo aconsejable. Porque tenían que consultar a alguien más antes de tomar cualquier decisión. En muchos casos, por desconocimiento. Obviamente, la culpa o responsabilidad no es de ellos, sino de la comunicación vertical.
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Ahora bien, algunas cuestiones también tuvieron sus fallas. Las cuales podrían haberse evitado. En algunos casos con mayor inversión y en otros, con mejor gestión. Uno de los aspectos que no funcionaron del todo bien sin dudas fue el del transporte. Para los atletas y para la prensa. Los deportistas alojados en la Villa Panamericana no tuvieron mayores problemas, salvo el tiempo y la distancia de cada traslado (porque estaba lejos y porque el tránsito vehicular es complicado en Santiago).
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Pero en las subsedes hubo inconvenientes. Por caso, en Pichilemu, donde se desarrolló el surf. La transportación desde Pichilemu a Punta de Lobos no tenía la frecuencia adecuada, aunque con el correr de los días, eso mejoró. Pero una tarde, los surfistas argentinos llegaron a la playa cerca del atardecer, y apenas pudieron entrenar antes de que oscureciera. Eso provocó lógicos enojos y una queja formal.
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El transporte para la prensa funcionó pero la frecuencia de los traslados lejos estuvo de ser la ideal. En algunos casos, fue posible gestionar algunas modificaciones horarias, y en otros casos, no. Y para dirigirse a la Laguna Grande de San Pedro de La Paz, en Concepción donde se realizaron los programas de remo y canotaje, directamente no hubo transporte previsto.
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Razón de más para que, con todo el derecho del mundo, los deportistas de esa disciplinas, también los del surf y en menor medida los protagonistas de las competencias desarrolladas en Viña del Mar, no se sintieran plenamente parte de los Juegos. Y es entendible. Estaban lejos, no estuvieron en la Villa, en muchos casos no pudieron ir a las Ceremonias de Apertura y/o Clausura, tuvieron menor cobertura de la prensa… La dispersión de las subsedes fue un punto que jugó en contra.
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La otra cuestión a señalar que no tuvo la necesaria atención fue la señalética. Brilló por su ausencia durante todos los Juegos en el Parque del Estadio Nacional, la sede principal y en donde se realizaron gran parte de las disciplinas. En un predio de 64 hectáreas, con algunas zonas de acceso vedado (lo que obligaba a caminar -y caminar en serio- de regreso al punto de partida), las indicaciones gráficas son fundamentales.
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Algunos aseguran haber visto los carteles nuevísimos apilados en un depósito del estadio. ¿No habrán llegado a tiempo a colocarlos? Explicación oficial al respecto no hubo. Intentaron suplantar esa carencia con los voluntarios señalando el camino. No es lo mismo. Por caso, cada uno de los excelentes recintos deportivos exhibieron sus correspondientes denominaciones, pero en ninguna figuraba qué disciplina tenía lugar en cada uno de ellos.
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Obviamente, si uno pasa frente a un Patinódromo, es fácil deducir. Pero la cosa cambia cuando el escenario lleva por nombre, por ejemplo, Centro de Deportes Colectivos. Ahí era mucho más complicado acertar. En ese sentido, faltó una mejor orientación e información para el público.
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A modo de conclusión, y hechas las salvedades del caso, fueron más los aspectos positivos que los negativos. Fuera de los sitios de competencia específicos, el ciudadano chileno se sintió identificado y asumió a los Juegos como propios, involucrándose y sintiéndose parte. Bien como espectadores, bien para ayudar o guiar a los miles de extranjeros llegados de diferentes países. Eso siempre otorga un plus. Y en ese sentido, fue todo ganancia para los anfitriones.