En la belle epoque eran piezas de orfebrería. El turismo de clase media, primero, y después el social, masificaron la demanda de souvenirs. Hoy, estrambóticos en su estética, siguen transportando el nombre de la ciudad a todo el país e incluso al mundo.
Los investigadores del souvenir (en francés, recuerdo) hallan antecedentes en el Imperio Romano. Y aseguran que en el siglo XIX los europeos de fortuna que emprendían viajes de aventura acreditaban sus destinos con estos objetos. Luego, las grandes exposiciones mundiales les dieron su espaldarazo desde principios del siglo XX. Es más: en 1913 el Museo Social Argentino marcó presencia en la Exposición Universal de Gante (Bélgica) exhibiendo los orgullos nacionales con “postales souvenirs” que incluían imágenes de Mar del Plata.
En ese entonces la aristocracia que veraneaba aquí era gustosa de mostrarlo como símbolo de status. La postal y la foto resultaron funcionales y tal propósito y era frecuente que la “post-card” o “carte postale” no exhibiera un paisaje, sino a ellos paseando por la rambla.
En colecciones familiares y también en ofertas de internet podemos hallar antiguos souvenirs marplatenses. Por ejemplo, prendedores con imágenes típicas (el Faro, Playa Bristol) pintadas a mano sobre porcelana engarzada a una base de bronce. O servilleteros de alpaca con un motivo marino y el hoy célebre “Rdo. de Mar del Plata” escrito con cincel.
Las figuras que cambian de color según las variaciones del clima lideran el ranking entre los recuerdos de Mar del Plata más vendidos.
Los caracoles
El caracol no tardó en aparecer. Era representativo, barato por su abundancia y llamativo para una sociedad que descubría la costa marítima. Las antiguas piezas hacían alardes artísticos con paisajes pintados o tallados, estética que varió cuando el souvenir sumó otra exigencia: la economía extrema. El nuevo turismo, menos pudiente y desinteresado del status, deseaba cumplir el rito de “compartir el viaje” con quienes no habían venido. Y el “Recuerdo de Mar del Plata” pronto se adaptó a esa demanda a bajo costo.
Sabemos por relatos familiares que hacia 1910 llegó a Mar del Plata el inmigrante sirio Jalil Mahamud Hassein, renominado en migraciones como Julián Gali. Vio en los caracoles una fuente de ingresos gratuita y comenzó a fabricar las famosas cajas y costureros. Su esposa, la española Rita Fernández Tomé, escribió en ellas, miles de veces, “Recuerdo de Mar del Plata”.
No podemos asegurar que haya sido el primer fabricante, pero conocemos su trascendencia: prosperó en el negocio, se dedicó a la bijouterie fina y a la importación de nácar y levantó un edificio emblemático, el Palacio Arabe, en Córdoba y San Martín.
Otro dato indica que el comercio del souvenir tenía gran importancia antes que el turismo de masas lo llevara a su esplendor. En 1938, huyendo de la guerra, llegó a Mar del Plata el polaco Jerónimo Schleider y, por medio de un primo que ya trabajaba en el lugar, se incorporó al plantel de la casa de recuerdos “La Tentación”, que llegó a tener 24 empleados en su local de San Martín entre Córdoba y San Luis.
En 1945 Schleider abrió su propio comercio, “El Turista”, en Rivadavia 2335 y luego de cambiar varias veces de sede, se estableció en 1972 en San Martín y Boulevard Marítimo donde sigue funcionando.
Roberto Schleider –hijo de Jerónimo- recuerda el auge del rubro en la década del ’50 y afirma que el caracol, aunque presente, ya no domina el mercado. “Acá tengo algunos costureros, pero son importados de Filipinas”, dice.
“La gente -asegura- busca lo útil y barato” en un mercado que se apartó de lo artesanal y tiene su mayor demanda en los llaveros, mates e imágenes que cambian de color según las variaciones climáticas.
Roberto Schleider, propietario del comercio “El Turista”, sigue una tradición que inició su padre en 1945 y que se proyecta en sus hijos.
Otra mirada
Hace tres años el Museo de la Ciudad de Buenos Aires aportó una mirada novedosa sobre nuestros souvenirs en una muestra llamada “Recuerdos de Mar del Plata, de lo exclusivo a lo popular”. Al investigar el tema, los especialistas destacaron la imposibilidad de hallar un acercamiento sobre su origen y su significado social ante marplatenses y turistas.
Otro de los aspectos investigados fue el de sus cambios a través del tiempo hasta desembocar en la estética que los identifica. La definieron como kitsch, con su fuerte colorido, superposiciones y contradictorias mezclas de estilos.
Anabella Carmona, museóloga que participó en dicha muestra, nos hizo llegar un concepto que quizás nos ayude a ser más condescendientes con nuestros exóticos “Recuerdos de Mar del Plata”: “Los souvenirs son la materialización del recuerdo, funcionan como anclas, ellos mantienen vivos instantes en la memoria. Muchas veces esos recuerdos no son sólo para los que viajan, sino para los que no pudieron estar ahí. El faro, caballitos de mar, estrellas, arena y galeones son elementos únicos que parecieran estimarse aun más cuando están superpuestos y embotellados, combinados unos con otros como eslabones impregnados de lo kitsch. El souvenir de Mar del Plata no es el sello de un paseo, sino la intención anhelada de eternizarlo”.