Un legado que viajó de generación en generación desde hace 113 años. Un oficio que se transformó en pasión. Y un trabajo artesanal que resiste al paso del tiempo para que un ícono de la ciudad funcione en todo su esplendor. La historia de los Castelvetri y el reloj del Espacio Cultural del Paseo Aldrey.
Por Matías Varela
Las agujas del imponente reloj de la torre marcan las 13. A los 73 años, y como cada viernes desde hace más de una década, Marcelo Castelvetri sube en el interior del edificio dos pisos a través de una extensa escalera caracol para “darle cuerda” a la asombrosa maquinaria que permite que marplatenses y turistas con solo levantar la mirada puedan saber con precisión cuál es la hora.
En tiempos de instantaneidad, dispositivos móviles y la digitalización abarcando cada vez más aspectos de la vida cotidiana, Castelvetri gira una manivela que acciona una pesa de unos 360 kilos para mantener en funcionamiento el engranaje que luce impoluto a pesar de tener más de un siglo de antigüedad.
“Es un trabajo bien artesanal. En la última restauración se podría haber hecho algo más electrónico, pero perdería totalmente el valor histórico de esta joya que está como el primer día. Es un trabajo manual, todo a pulmón, como se hacía antes, hace casi 120 años”, menciona Castelvetri en diálogo con LA CAPITAL.
Con su labor, el hombre no solamente permite que el reloj no detenga su marcha, sino que mantiene el valor histórico de una reliquia que arribó a Mar del Plata en 1911, proveniente de Londres, Inglaterra, con el objetivo de engalanar la que en aquel momento fue una flamante estación de trenes para el turismo aristocrático que llegaba a la ciudad.
Además, de esta forma mantiene ligado su apellido a este ícono local, en una relación que ya lleva más de 100 años y que se sustenta en el amor por la profesión de la relojería.
“Este trabajo para mí es una alegría, es la historia de la familia. Es un orgullo estar en este reloj en el que estuvo mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre”, dice Castelvetri y se emociona, pero con esa frase adelanta los primeros datos de una tradición que viajó de generación en generación.
El reloj marcó el tiempo de una antigua estación ferroviaria y de una terminal de ómnibus. Hoy observa, con todo su valor histórico, el moderno emprendimiento que lo rodea, conservando su valor patrimonial.
Historia y legado
Los Castelvetri son un linaje de relojeros que desarrolla su meticuloso oficio en el país desde hace más de 120 años. Ernesto, el primero de ellos, arribó a la Argentina en 1897 desde Ferrara, Italia, y trabajó durante décadas en el Ferrocarril del Sud.
Allí llegó a ser jefe y en 1911 recibió la misión de viajar a Mar del Plata para instalar, en la torre de la nueva estación de trenes, un reloj de la firma inglesa Gillet & Johnston, famosa por ornamentar con sus creaciones otras torres y campanarios de distintos países. Un ejemplo cercano de ello es la Torre Monumental (ex Torre de los Ingleses) de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), que luce en lo más alto un reloj muy similar al de Mar del Plata.
En la flamante estación de trenes, Ernesto Castelvetri trabajó con personal de diversas especialidades para instalar en la cima de la torre la compleja y pesada maquinaria, ubicada dentro de una cabina de madera y vidrio.
En las puertas de la cabina pueden leerse aún hoy decenas de inscripciones que trabajadores ferroviarios dejaban como registro de su tarea y la primera de ellas fue inmortalizada por Castelvetri, que escribió, mezclando el español con algunas palabras de su idioma natal, la siguiente frase: “Enero 1911 – Concluido de armar la máquina y los cuadrantes todo en perfecto orden. Posto en marcha el DIA 10 de enero de 1911. Ernesto Castelvetri”.
Los antiguos relojeros registraban todas sus intervenciones en las puertas de la cabina de madera y vidrio que protege al reloj.
La última anotación del relojero italiano fue “El día 23 de enero de 1927 E. Castelvetri colocó los vidrios y limpió, terminando servicio en esta empresa cumplidos los 30 años. Dejo el reloj de Mar del Plata en perfecto estado, dejándolo a conservarlo a mi hijo Duilio”.
Duilio es el protagonista de una foto increíble para la década del 30: se lo ve en el exterior de la torre, parado al lado de los cuadrantes del reloj, que solo puede comprenderse si el relojero y el fotógrafo se hallaban sobre un andamio utilizado en la “intervención racionalista”, que modificó el aspecto del edificio entre 1935 y 1940. Posteriormente, fue sucedido por su hijo Eduardo.
Duilio Castelvetri, abuelo de Marcelo, en la parte externa de la torre, junto al reloj. La foto fue tomada entre 1935 y 1940.
Este último atravesó la nacionalización de los ferrocarriles en 1948 y en 1950 la Estación Sud se convirtió en Terminal de Ómnibus y pasó a llamarse Presidente Juan Domingo Perón. Desde aquel momento, el antiguo sector de andenes comenzó a funcionar como plataforma de micros y en toda la Terminal se generó una maraña de boleterías, comercios y oficinas.
Vuelta al esplendor
En el marco del proyecto con el que se restauró el edificio histórico de la vieja estación de trenes para destinarlo a actividades culturales, como así también la puesta en valor del espacio en el que actualmente se encuentra el Paseo Aldrey con su shopping, salas de cine y una plaza central, la “reinauguración” del reloj fue parte de los festejos del aniversario de Mar del Plata, el 10 de febrero de 2013.
El encargado de reacondicionarlo fue Marcelo Castelvetri -bisnieto de Ernesto, nieto de Duilio e hijo de Eduardo-, quien heredó el oficio de relojero y hoy cuenta con su propio local en la Diagonal Pueyrredon casi Belgrano.
Marcelo Castelvetri, manteniendo el legado de su bisabuelo, su abuelo y su padre, concurre todas las semanas a darle cuerda al reloj.
“Cuando me dijeron del proyecto, me volví loco”, confiesa Marcelo a LA CAPITAL y recuerda que para volver a poner el reloj en condiciones, hubo que hacer “un trabajo importante que llevó casi un mes”.
“El lugar estaba lleno de palomas, era un desastre. Hubo que desarmarlo completamente y pulirle todo el mecanismo”, rememora Castelvetri y hoy, ya con más de una década del reloj funcionando de manera ininterrumpida, pondera: “Este reloj es un ícono de la ciudad, un punto de referencia, en la postal de la zona está este reloj, por eso que funcione es tan lindo”. “A la noche, cuando se lo ve tan iluminado, es un orgullo para la ciudad también”, agrega.
Con los ojos llenos de lágrimas, Castelvetri continúa su relato: “Me emociona porque acá estuvo mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre”. Y confiesa su deseo de cara al futuro: “Que se mantenga exactamente igual. Me gustaría que más personas lo vengan a conocer, porque la gente no se imagina lo que es esto por dentro”. “Me faltan pocos años de trabajo en esto, pero el que siga, que lo mantenga como empezó desde el primer día”, concluye el relojero, manifestando su anhelo.
“Tic tac” es la onomatopeya que habitualmente se emplea para describir el girar de las agujas del reloj, pero la realidad es que en este caso esa construcción literaria no permite representar el atractivo sonido que se escucha en el interior de lo más alto de la torre de la calle Sarmiento casi Alberti, al que se arriba tras atravesar dos pisos subiendo los 80 peldaños de la ya mencionada escalera caracol.
La maquinaria del reloj se conserva en impecable estado original, resguardada por la misma cabina de madera y vidrio que la protege desde su instalación en 1911.
Allí, en ese lugar mágico, parece materializarse el paso imparable del tiempo. Se escucha con claridad cómo transcurre cada segundo, sin ningún tipo de apuro, pero sin lugar para alguna pausa. Es, como alguna vez pensó Platón, la imagen móvil de la eternidad.
Castelvetri terminó su labor semanal. Cuando llegó a su lugar de trabajo, el reloj marcaba las 13. Esta vez no importa qué hora indican las agujas cuando se va. Porque, como escribió la poeta Nerea Nieto, “cuando el amor es verdadero, el reloj marca el infinito”.