Opinión

La denuncia de Juan Pedro y la importancia de ESI

Por Eduardo Marostica (*)

 

Días atrás, el país se conmocionó a raíz del relato de Juan Pedro Aleart, periodista y conductor del programa De 12 a 14, uno de los más vistos de Rosario. Denunció ante las cámaras los abusos que perpetraron su padre y su tío contra su hermana y su hermano, y contra él. Esta situación se produjo en la infancia y adolescencia de Juan Pedro, que hoy tiene 36 años.

El horror padecido tuvo su correspondiente silenciamiento, tan característico de estos casos. En su dolorosa declaración, ubica a su madre en un lugar de cómplice y víctima. Las vidas de estos grupos familiares quedan revestidos de una maquillada armonía, con adultos que son prestigiosos en sus ámbitos de pertenencia.

Los perpetradores del abuso construyen una vida con el ropaje de la doble moral: incuestionables públicamente y atroces en la intimidad.

Cuando en 2007 ingresé en la Municipalidad de Rosario al programa Políticas de género para Adolescentes, donde realizábamos talleres sobre derechos sexuales con perspectiva de género en el marco de un programa pionero y precursor de la ESI, los casos sobre abuso sexual intrafamiliar comenzaron a aflorar, dando cuenta de una realidad más frecuente de lo que suponíamos. En esas ocasiones reconocimos que cuando hablábamos de estos temas en las escuelas, muchas niñas y algunos varones, nos confiaron sus infiernos. Recuerdo que me preguntaron si no nos estábamos metíendo en cuestiones privadas de esas familias… A quince años de esa experiencia profesional estoy convencido de que ese espacio generó alivio en las víctimas. ¿Por qué? Porque, en primer lugar, les creímos.

Si no hubiésemos estado allí, estas adolescentes no hubieran podido aliviar ese dolor que, tal como dice Juan Pedro, lo hizo llorar mucho y sentirse “un muerto en vida”.

“¿A quién le vas a contar?” me dijo un adolescente una vez.

Y pienso en Juan Pedro y en que un tío suyo, en vez de ayudarlos, se abusó también de sus vulnerabilidades. Y así condenamos a niñas y niños a que vivan con psicópatas monstruosos, y nos quedamos con la versión de estos últimos. Vidas silenciadas por monstruos. ¿Qué hubiera pasado si Juan Pedro tenía la oportunidad, en el secundario, de participar en un taller de ESI? ¿Hubiese necesitado tantos años de sufrimiento para poder contar lo que le hicieron?

¿Por qué lo contó frente a las cámaras? Por un lado, creo que nuestra sociedad ha cambiado en los últimos años, y las muestra de apoyo y de condena social no se hacen esperar: de hecho, el rector de la Universidad Nacional de Rosario separó inmediatamente del cargo al tío de Juan Pedro, docente en sus claustros, iniciándole en paralelo un sumario. Son gestos solidarios que no he visto en otras instituciones donde trabajé. Por otro lado, y no es menor, el carácter prescriptible del delito movilizó al periodista a una denuncia pública.

La ESI, a pesar de las resistencias y la demonización que pretenden quienes gobiernan el país, es una poderosa herramienta contra el abuso sexual intrafamiliar. Para detener este flagelo, es necesario sostener en el aula los alcances de esta ley, generando espacios protegidos para que las víctimas puedan contar estas terribles historias cargadas de dolor y espanto de manera cuidada. Empatía y escucha frente a horrores que la mayoría de las veces suceden en los mismos hogares de los estudiantes.

Siempre recuerdo algo que me aseguró hace muchos años un adolescente después de contarme su infierno: “No podés volver el tiempo atrás, pero te sentís liberado. Es como que te sacás de encima un demonio”.

(*) Psicólogo y educador rosarino. Autor del libro Los príncipes azules destiñen – Supervivencia masculina en tiempos de deconstrucción (Galáctica Ediciones, 2023) y de la nouvelle juvenil El viaje de Camila y otros relatos (2020).

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