Cultura

La crónica: un género periodístico que permite tender puentes hacia la diferencia cultural

En "Camino al Este", Javier Sinay condensa su peripecia viajera entre Occidente y Oriente, narrada en la intersección entre autobiografía e investigación periodistica.

“Vengo pensando que la mejor opción de nosotros aparece en movimiento. Yo, que solía ser el tipo que no viajaba”, sostiene el periodista Javier Sinay al final de “Camino al Este“, el libro que condensa su peripecia viajera entre Occidente y Oriente, narrada en la intersección entre autobiografía e investigación periodistica que ofrece el versátil formato de la crónica.

– ¿La crónica es una herramienta para tender puentes hacia la diferencia cultural? ¿Es un formato que permite entender o empatizar con historias tan contrastantes como las que aparecen en libro como la del hombre que va a una plaza para buscar un novio para su hija?

– Absolutamente. La crónica es un género periodístico que busca entender profundamente a las personas. Por eso es tan importante ir, estar, mirar, preguntar, escuchar, entrar en confianza, pensar. Y después compartir todo eso con la sociedad. Solo si uno va con los sentidos bien abiertos y sin prejuicios, y si repite la experiencia tantas veces como le sea posible, puede comprender un poco a un jubilado chino que todos los días va al parque a buscar un novio para su hija.

– Mario Vargas Llosa dijo alguna vez que lo primero que tiene que crear un escritor es la voz, el tono, el punto de vista ¿En qué lugar se posiciona un periodista cuando escribe una crónica?

– La posición depende de cada cual. Hay irónicos, ideologizados, livianos, filosos, crípticos, divertidos, exquisitos, sensibles y tantos otros más. Saber expresar una posición, un punto de vista, depende del talento y de la experiencia. Pero, yendo un poco más profundo, la esencia de esa posición se corresponde con la personalidad de quien escribe.

– ¿Cómo regulaste el tema de la implicación del yo en los relatos que componen “Camino al Este”?

– No tuve dudas de que debía usar una primera persona fuerte porque la historia contada en el libro estaba dada por un viaje relacionado con una situación personal. Y esa situación (la visita a una pareja) fue la que guió la consigna general del libro: ¿qué estamos dispuestos a hacer por amor? Por otro lado, en tiempos de exposición en redes sociales, no me pareció raro mostrar un poco de mi circunstancia. Pero a diferencia de lo que pasa en Instagram, quise reflexionar sobre lo que conté, y lo fui enhebrando con historias tan diferentes como la de alguien en Francia, en Mongolia o en Japón. No hubo pudor. El resultado es un libro demasiado periodístico para ser un diario personal y demasiado introspectivo para ser un libro de investigación.

— Conocer y quitarnos algunos velos de ignorancia o de prejuicio

– Decís al comienzo del libro que no se viaja en busca de respuestas sino de preguntas más adecuadas ¿Cuáles serían los alcances de esa noción?

– Viajar es un modo de conocer y de quitarnos algunos velos de ignorancia o de prejuicio. Por eso podemos preguntar mejor sobre nosotros, sobre nuestro hogar, sobre el mundo, sobre los otros. Viajamos y aprendemos, y al aprender surgen más preguntas y queremos seguir aprendiendo, como si fuera un círculo virtuoso.

– ¿Por qué el amor ha sido abordado desde ciertos consumos culturales ligados a la banalidad o al chisme y ha sido tan relegado por el periodismo “serio”?

– Seguramente tiene que ver con que los diarios y la prensa comenzaron su misión informando sobre el comercio, la economía, el poder y la política. Hizo falta la mixtura con la literatura para que el periodismo pudiera abrir su campo de interés y preguntar y reflexionar sobre el amor y otros asuntos sensibles. Al género periodístico policial le pasó algo parecido: durante mucho tiempo fue relegado a un lugar secundario y, sin embargo, cualquier página de policiales viene cargada con más historias humanas que el resto del diario.

– En el libro hay algo que tiene tanta gravitación como la cuestión del amor y es la incidencia del azar y lo fortuito: el propio libro es el resultado de hecho de una coyuntura azarosa con la beca de Higashi y tu pérdida del trabajo.

– Me fascina la pregunta por el azar, la decisión y el destino. Es cierto que el libro es el resultado de una coyuntura azarosa, pero no creo que, de una manera tan fácil, el componente fortuito pueda desequilibrar dogmas sostenidos por años. Hay que estar seguro de lo que uno quiere (y de lo que uno no quiere: quizás esto sea más importante) para que el azar no lo lleve a cualquier lado. Cuando el diario mexicano prescindió de mi trabajo, yo podría haber iniciado un plan de economía de guerra y haber descartado el viaje a Japón. Pero no lo hice porque estaba seguro, en ese momento, de que no quería limitarme a eso. Hubo una decisión que se impuso al azar: salir de viaje, generar movimiento. Igual, es cierto que las cosas se dan de un modo misterioso y a veces vencen nuestra voluntad.

– Para construir la perspectiva del cronista es necesario “deconstruir” los otros paradigmas que confluyen en la peripecia del que viaja, es decir, los tics del turista o del viajero a secas?

– El turista y el viajero hacen rutas distintas a la del cronista. El turista viaja para descansar o para consumir, y muchas veces arrasa a su paso. Por eso en ciudades como Barcelona hay movimientos populares anti-turismo. El viajero anda sin demasiado plan: vive el momento y se deja llevar, a veces durante años. Como dijo hace tiempo Martín Caparrós, en el medio, entre el turista y el viajero, está el cronista: alguien que quiere responder una pregunta específica, alguien que registra lo que va encontrando y que luego lo comparte con el mundo.

– ¿Las formas de experimentar el amor están atadas a las estructuras económicas de los países donde transcurre cada una de las experiencias que recogés en el texto?

– Me parece que hay un ida y vuelta fuerte entre los sentimientos y el entorno económico, político e histórico. Todos, en todo el mundo, sentimos que el amor es algo íntimo pero no una tendencia social. Y, peor, todos creemos que llamamos “amor” a lo mismo, pero en realidad el amor va transformándose con los kilómetros. La historiadora Uve Frevert dice que las emociones no solo son formadas por la historia, sino que a su vez la forman. Y para la socióloga Eva Illouz, el yo moderno elige en el consumo y en la política, pero también selecciona a quién amar. En las dos Coreas esto se ve con claridad. En Seúl entrevisté a algunos exiliados de Corea del Norte que me dijeron que, en un país tan vigilado como ese, el amor también se vive bajo control. Pocos se animan a ir de la mano o a besarse en público. En Corea del Sur, en cambio, el amor es una mercancía más en un gran mercado capitalista. Y existe Between, una app en la que se puede tener un único contacto: es una app para parejas de enamorados.

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