Por Federico Bagnato
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Para cuando Ernesto bajó la escalera, Lola lo insultó de pies a cabeza. ¡Que no tenés que andar desnudo por la casa! Pero a Ernesto no le importa porque es su prima y ella se pone mal porque está vestida de rosa y juega al elástico y él se ríe y se le exhibe porque sabe que eso a ella le rompe la cabeza. Pero como Ernesto no se viste ella cambia de tema y hablan del plomero que nunca llega. Y de que todos… los electricistas, plomeros, gasistas, techistas y demás son igualmente irresponsables. Pero cuando el médico dice que tal o cual cosa, o la televisión recita actividades de alto impacto, Ernesto las hace sin chistar como que va a la iglesia cada domingo por la mañana. Y Lola, que se enoja cuando lo ve desnudo, se ríe a escondidas de lo tonto que es. Porque ella vive en un Tupper, pero no le falta ningún patito de la hilera cuando le quiere arruinar el día y arma falsas citas con sus amigas que son cómplices y se prestan para jugarle la broma al tonto de Ernesto. Y ella se ríe porque Ernesto se viste y perfuma y agarra un libro de la abuela sobre los buenos modales en la mesa para invitarla a salir con los ahorros de la comunión. Y Lola sale corriendo detrás de él con sus amigas, menos Antonella, que ese día lo está esperando en el restaurante para mentirle en la cara y esperar a que diga alguna estupidez para dejarlo plantado en la mesa mientras las chicas aprovechan para sacarle una foto y reírse para el resto de su vida. Y Lola, que vuelve antes a la casa y se sienta en el living con la boca abierta y conteniendo el ¿cómo te fue con esa chica?, lo mira mientras él sube la escalera y vuelve a bajar desnudo otra vez y vuelve a ponerle los pelos de punta a Lola mientras ella busca algo más grave para hacerle entender que va en serio, que no quiere verlo desnudo por la casa. Y eso sólo le causa gracia a Ernesto, que es de piedra y al día siguiente olvida el papelón del restaurante. Y Lola es la que la pasa mal, hasta que piensa en lastimarlo y martillarle los dedos de las manos para que deje de desvestirse. Y con la excusa de un encuentro con múltiples mujeres, Ernesto se descuida y Lola le inhabilita ambas manos para que ahora tenga que vestirlo y desvestirlo a su gusto. Pero Ernesto, que es idiota, no deja de reír. Nunca deja de reír.