El recorrido que hizo la escafandra robada hace 10 años de la Química Kubo es todo un misterio. Sin embargo, acabó tirada en una chatarrea y alguien la recordó.
Por Fernando del Rio
En la madrugada del 30 de octubre de 2014 al menos dos audaces ladrones ataron una cadena a la cortina enrejada de la vidriera principal de la química Kubo. El otro extremo lo unieron a una camioneta, a la cual hicieron avanzar lentamente para separar la protección de hierro del vidrio. Era evidente que todo aquello estaba planificado, porque los delincuentes, tras romper el cristal, solo tomaron una reliquia que se exhibía allí desde hacía décadas. Era una escafandra de casi un siglo de antigüedad.
En el local de Santiago del Estero entre Alberti y Gascón todos se lamentaron y fue el encargado de entonces, Alberto Surera, el que le explicó a LA CAPITAL la tristeza que generó en medio de la impotencia por el robo. “Lamentamos que se lo hayan llevado por el valor sentimental que tenía para nosotros, ya que lo teníamos desde hace 40 años”, dijo.
Según los rastros que quedaron en el lugar, los delincuentes habían usado un baldosón para romper la vidriera una vez que abrieron el espacio lo suficiente para poder sacar la escafandra. “Seguro la tenían en vista”, agregó y luego dijo que creía que iba a ser imposible que la vendieran, por lo que temía que ya tuviera un destino previo en alguna casa o, pero aún, en alguna fundición. “Será difícil que la empresa la recupere”, señaló con resignación el jueves 30 de octubre a la mañana, horas después después del robo. Se hablaba entonces de un valor de 30 mil dólares por ser una verdadera reliquia.
Publicación del diario LA CAPITAL en octubre de 2014.
Diez años más tarde agentes municipales de Inspección General y personal policial de la Comisaría 15a. llegaron hasta una chatarrera del barrio Las Dalias. Tal como es política preventiva de estos tiempos, las chatarreras son un objetivo a atacar porque suelen reducir elementos robados, mucho autopartes de vehículos, pero también metales procedentes de instalaciones de las redes de agua y gas.
Los inspectores hicieron una primera evaluación ocular de todo lo que allí se acumulaba y vieron cajones con restos de cobre, bronce, picaportes, caños y hasta el cuadro de una motocicleta que, tras una averiguación informática, se estableció que había sido robada.
En el círculo verde, el lugar donde estaba la escafandra.
Junto una pared había también llantas y neumáticos apilados, por lo que los policías, inspectores y personal de la Secretaría de Seguridad municipal, se abocaron a despejar ese sector. Al hacerlo descubrieron que debajo, cubierto con unas bolsas, había un objeto “extraño”, que quedó a la vista segundos después. Era una escafandra de buceo.
En ese instante se produjo una gran coincidencia. Uno de los policías del servicio de calle de la comisaría 15a. que participaba del operativo recordó que, cuando trabajaba para la comisaría 2a., se habían robado “algo así”. Buscó la información en viejas publicaciones periodísticas y encontró aquel suceso de octubre de 2014. De inmediato comunicó la novedad a sus superiores que autorizaron ponerse en contacto con alguien de la firma para que reconocieran la escafandra o descartaran que se tratase de la misma. El reconocimiento fue total, a pesar de los años pasados, de algún que otro faltante y de una decoloración propia del maltrato de la intemperie.
La escafandra era la orginal pero presenta varios faltantes. Algunas de las piezas que iban junto al visor ya no están y tampoco está la pechera de bronce con la cual estuvo tantos años exhibida en la vidriera de la química hasta ser sustraída.
La fiscalía interviniente a cargo de Daniel Vicente fue informada de estas circunstancias y tras comprobarse, sin margen de dudas, que pertenecía a la familia Kubo, la escafandra fue restituida.
El recordado Enrique Kubo, fundador de la química que lleva aún su apellido, había recibido de regalo la escafandra estadounidense fabricada en 1920 y, con gran visión comercial, la había colocado en su local para atraer a los clientes. También colocaba peceras, en una estrategia de marketing novedosa para mediados del siglo pasado.
Hoy la escafandra, aunque incompleta, regresa a sus dueños. Seguramente volverá a ser exhibida para cerrar un círculo que nadie imaginó que se iba a cerrar.