Cultura

La chica de la otra cuadra

por Laura Spina

La chica de la otra cuadra no era muy convencional. Al menos, eso era lo que el barrio pensaba. Y cuando daba vuelta a la esquina, ella opinaba lo mismo de los habitantes de su cuadra. Es que para desafiar a la normalidad hace falta coraje.

Lo breve de sus saludos, su vestimenta siempre a destiempo de la época y la falta de medias en invierno podía parecer locura incipiente, pero la chica tenía calor aún en los fríos más crudos. Es que su pasión por la vida hacía que los desafíos fueran extremos.

Así empezó a sentir que caminar era demasiado aburrido y sus pies se elevaban cada seis pasos, con un albedrío rítmico y juvenil, hasta que un día de agosto jugó a permanecer en el aire cinco segundos por reloj. Para el objetivo planeado, esos instantes fueron precisos, pero para su alma, el gozo fue como abrazar la inmensidad de un cielo cercano. En otra ocasión, casi naciendo la mañana, sus brazos se extendieron tanto que se escaparon por la ventana, más allá de las persianas semiabiertas, y llegaron al pan francés recién horneado que reposaba en la panadería de Mario, cruzando la calle. Nadie la veía en estas acciones que sentía heroicas.

Después de algunos meses, quiso volver a cierta calma en su exploración del mundo material. Salió a la vereda con el carro de las compras y se sintió libre de miradas externas. Los pocos vecinos ya no la espiaban con desdén y entonces cambió el artificio y saludó con efecto y sonoridad. Recibió sonrisas, manos en alto, un beso soplado y un mate. Y pensó que dar una vuelta a la costumbre puede ser saludable y divertido. También cruzó la calle por la esquina, respetando las luces rojas y dando paso a una viejita con su nieta. En una casa muy antigua descubrió los murales y los graffiti, y una leyenda olvidada en un día cualquiera: “Las vidas comunes salvan almas.”

Se acordó luego de todas las veces en que sus padres habían sucumbido al intentar cambiarla. Los cobijó en una nube memoriosa de cariño y salió corriendo hacia el kiosco de don Cosme, que para el mediodía vendía bolsas de estrellas con caramelos.

Y se dio cuenta de que hay etapas en la vida en que es mejor inventar situaciones y hacerle zancadillas al destino.

Miró por la ventana, la escuela estaba abierta, los chicos corrían y la maestra sonreía.

Haciendo equilibrio sobre el cordón, el cura esperaba el colectivo, el policía hacía guardia, y en cada hogar, la gente se animaba a vivir y hacía cuatro comidas al día.

Imaginó la tristeza fugándose cabizbaja. Y a fuerza de convencimiento y de obstinación consiguió eliminar el dolor que pugnaba en su pecho.

Una historia simple de contar, en este frenesí de martes y sinsentidos, en esta ciudad que separa y agrieta, en el vecindario alejado donde el paredón provoca desencuentros y las casillas no se muestran. Un texto abierto para que destaquen las diferencias y se puedan acortar las distancias.

Después de todo, nació otro bebé en cuna de oro pero uno más en el frío húmedo de la pieza oculta y alejada. También después de todo, murió una amiga querida rodeada de mimos, y encontraron al pobre anciano tieso como dormido, después de siete días de haberse caído en la bañera.

Un paso y una indecisión.

Senderos que proyectan y otros que encadenan. Cada cual que interprete a su modo.

Cada uno sigue un camino de verdades individuales que se perpetúan con prepotencia. Un vecino de nuestra chica le pidió perdón por su pedantería, otro la siguió examinando como siempre sin tenerla en cuenta.

Hay una historia para leer que necesita de valentía para ser vivida. Muertos de hambre y hombres que mueren por comer caviar en mal estado. Muertos de frío y otros gélidos de espíritu. Muertos de risa y rondas de ironías que asesinan al más puro. Bandas de música que nos hacen bailar y otras bandas que apagan la voz de los más débiles.

Incontables paralelismos en ciudades de diagonales y rotondas.

La chica de la otra cuadra vuelve a sus vuelos de rutina. Toma más centímetros de altura y se detiene sobre la rama de un árbol. Desde allí observa el trajinar de su lugar y se convence de que para seguir tiene que poder aceptar este relato de contradicciones.

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