Por Raúl “Bigote” Acosta
Poco a poco, en Mar del Plata, me estoy adaptando a la vida en la carpa de al lado. No es malo, todo lo contrario, no se si no es la salida que nos hace falta.
Sentado en el fondo de la carpa, mirando hacia el pasillo, a la izquierda, una familia que dice mi mujer que acaso sean gitanos. Llegan tranquilos, se sientan, comen, hay una música sin grandes ruidos. Hablan entre ellos. El pelo negro y el rodete no otorgan documento de gitano, pero las faldas largas tampoco y sin embargo el que acomoda las carpas dice “algo son”, repone las sillas y sigue trabajando. Nadie se distrae entre quienes trabajan en el verano en las carpas.
Las carpas son iguales y muchas. Viajar por el resto del mundo por el trabajo me lleva a una afirmación arriesgada pero, quien no toma riesgos no vive; no hay un sitio tan carpero como Mar del Plata. Tantas y tantas.
Enfrente, en línea recta, cruzando el pequeño pasillo y el “caminito de madera” que lleva hasta la orilla alambrada, una familia con dos hijos y una pariente grande, que se sienta y después hay que ayudar para que se pare. En la carpa de la derecha una historia que ya contaré.
El “caminito de madera” llega hasta un borde alambrado, después viene la playa, la de verdad, la que cualquiera puede caminar como lo que es: pública. Del alambrado para acá es territorio alquilado por nosotros y parte de una concesión que tiene lo suyo. El concepto de playa pública viene del camino de silga, supongo sin que nadie se oponga, y de aquello de circular libremente. Hay una tabla de mareas y horarios, también banderas para el se puede, se puede poquito, no se puede nada, una especie de margarita del peligro de meterse en el mar. No es mi tema. No me meto en el mar. Lo conozco hace mucho y comento cosas que nadie cree pero son reales. No todos los argentinos conocen el mar. En otros sitios no creen esta cuestión de las carpas. No hay como explicárselo, ni siquiera con fotos.
Una carpa al lado de la otra, separados por una lona y repito, todas iguales. En el comienzo del pasillo una verdadera familia numerosa alquiló dos seguidas y quitó la lona del medio. Es una “doble ancho”.
Enfrente y a la derecha una carpa de jóvenes señoritas y un señor con el pelo teñido de rubio. Tendida en el “chaisse longe” carpero, en la extendida catrera, una niña casi desnuda, casi, toma sol de espaldas. Se ha levantado y achicado prácticamente al espesor de un hilo la parte baja de una malla de baño que, en la parte superior, no tiene breteles prendidos y su espalda baja y baja hasta que las colinas suben y suben. Nadie se asusta ni cree que esta mal y es real. No está mal. Compartimos esa espalda donde el muchacho, con el pelo teñido de rubio, pasa una crema para un tostado mas parejo, calmo y menos agresivo.
Pasa hacia el mar un señor alto y todavía sin teñir ni tostar en su espalda y uno sufre pensando en su retorno en colorado agresivo, colorado estimulado por los capilares y esa piel que no sabía qué ardor le esperaba. Nos compadecemos y prestamos una crema que alivie ese ardor y ese calor que no tiene comparación y entendemos.
En las carpas nos saludamos, cuidamos a los chicos que quieren partir solos hacia el mar y recomendamos cremas. No hay saludos enojados ni desencantos.
En la zona del centro hay, pongamos un número, unas mil carpas (un número mínimo que a nadie enojará) y si, por el mínimo cálculo, en cada carpa hay 4 personas tendremos un grupo de personas separadas por una luna en donde todos se saludan, se prestan cremas y yerba para el mate. Qué cosa el mate. Soy morocho y de tierra adentro. Tomo mate desde que me acuerde. No le encuentro sentido, para estar 4 a 8 horas en las carpas llevar un termo y un mate. Después se debe conseguir más agua caliente y seguir la ronda. No me enojo ni critico, porque todos tenemos eso en la zona de carpas. Aceptamos al de al lado y sonreímos. No hay pelea, hay un objetivo común. Un sitio donde hay objetivos comunes y la posibilidad de sonreir es un buen sitio. Las carpas son eso.
Imagino hacia el lado de allá, lo que se ha denominado complejo Punta Mogotes, donde hay no menos de 20 balnearios con no menos de 200 carpas cada uno y eso, sin dudas, es una ciudad para cuya declaración como tal se requieren, legalmente, 10.000 habitantes. Mogotes es una ciudad dentro de varias ciudades en lo que es Región Mar del Plata. El trabajo, el domicilio, los negocios intercambian personas y necesidades con MDQ en el centro. Eso es una región, aún cuando las pequeñas poblaciones quieran la independencia y el gobierno pertinente. Igual: región.
Desde delante vienen hacia el mar, por el “caminito de Madera” una señora, su pareja, tres nenes que todos miran y otro señor arrastrando tres baquetas multicolores. Van rumbo al mar. Saludan. Contestamos el saludo. Nuestra bandera común es el verano.
En las tibias aguas de la isla madre, Sicilia, las playas son más agrestes y en ningún caso con carpas, acaso las de un súper hotel, el resto sombrillas particulares o nada. Meterse en el mar transparente viendo como los pececillos siguen su curso cerca nuestro, alrededor nuestro. El Mediterráneo en España y Francia igual. Como el frío mar del imperio de las islas. Con Inglaterra y eso tan hermosamente definido como Irlanda. Nada de carpas en esas playas y con esas aguas. No hay una oferta playera al estilo Mar del Plata.
¿Qué es la oferta playera estilo Mar del Plata? La playa, la sombrilla particular, la sombrilla alquilada y las carpas. En las carpas el vecindario de un sitio igual al otro. No hay carpas “avant scene” ni 5 estrellas. Las hay con más o menos servicios hacia arriba. Baños, comedores, carritos para los inválidos, cambiadores para bebés, confiterías más elegantes o más rápidas. Quítele o póngale los plus que quiera, desee o pueda. El eje es esa carpa cuadrada, con vigas de madera y lonas. Sin puerta ni llamador. Mesas, sillas, reposeras. La vida en común. Los chicos que corretean. Las más bellas que van y vienen, las áas distraídas que se tuestan demás. Una zona donde todos somos diferentes y particulares pero sonreímos.
Hay una forma de vida diferente en Argentina, provincia de Buenos Aires, ciudad de Mar del Plata. Es la vida en la carpa. Sin disimulos. Cambiándose a la vista de todos. Compartiendo pasillos, baños, mar, territorio, sol y comidas. Sonriendo. La vida comienza cuando usted llega. El pasado es su historia y cada quien la cuenta como quiere. A nadie interesa porque, si es triste no hace falta contarla y, si es alegre se le nota en la cara y eso es lo bueno, todos sabemos que la cara refleje el alma.
A mi derecha, como muchos otros años, la carpa de un tipo que es un ser de luz. Primero un hijo y sus hijos, esto es: sus nietos. Después otro. Lo visitan. Van rotando. El verano es de todos. Él no se cansa de saludar y prestarse a las fotos. Comenta la vida. Su señora menciona las noticias de los diarios. Recuerda la cola para entrar a habitar (fueron los terceros en la cola) el “Edificio Havanna”, que debe conservar ése nombre para el rigor de estas reflexiones. Nos saludamos. Sabrán quien es. De sus frases hoy recuerdo una que es, si se quiere, la más “patafísica”, le hubiese gustado a Alfred Jarry y, sin dudas, la hubiese robado Tristán Tzará para su manifiesto. “Toco el aire”…”Toco el aire”.
A poco que se piense el aire no se toca. Sin embargo en las carpas todos compartimos todo, incluído el aire. A poco que se piense el aire si se toca, solo que no lo advertimos. Como no advertimos que la vida en carpa es, sin ninguna duda, una vida en común de los que somos, en ese tiempo “carpero”, un país sin complejos ni peleas, sin ayeres conflictivos ni amenazas para mañana. Si tengo que elegir me gustaría un país donde todos seamos eso: la carpa de al lado. Para mirar, en la “lontanáncica” un día mejor. Compartiendo el mate, el pan, el agua, el sol, sin puertas ni secretos mal vestidos. Cierro como corresponde (gestito de idea).