por Jorge Raventos
Las constataciones del Indec sobre el significativo crecimiento de la pobreza en el país (1 de cada 3 argentinos es pobre; 1 de cada 2 menores de 14 años es pobre), la persistencia de la inflación, el parate económico, la amplia brecha entre precios y salarios ensombrecen el paisaje social en un año en el que se dirimen la presidencia de la Argentina y, si se quiere, el rumbo que el país debe adoptar para salir de la crítica situación.
Aunque Mauricio Macri, interrogado por el escritor Mario Vargas Llosa, afirmó esta semana que si es reelegido “voy a tratar por el mismo camino lo más rápido posible”, el gobierno empieza a darse por enterado de que hay un malestar creciente en la calle que alcanza a su propio público, a su propia coalición electoral y a su propio partido.
Habrá que ver si es capaz de sacar las conclusiones adecuadas de esos hechos o si preferirá -como sugiere aquella declaración del Presidente- la autoafirmación retórica y la repetición. Los giros políticos sorprenden sobre todo a quienes prefieren amurallarse detrás de certezas que los cambios de la realidad han dejado desubicadas.
Una experiencia histórica
No está mal buscar antecedentes. Entre las claves de la victoria electoral de Raúl Alfonsín en 1983, por ejemplo, hay que contabilizar los cambios moleculares que se produjeron a lo largo de los meses anteriores en el seno de los círculos amistosos y, sobre todo, familiares de amplios sectores de las clases medias trabajadoras. En esos ámbitos, más íntimos y contenidos (y también más influyentes) que los del llamado debate público, la agenda temática que enarbolaba el líder radical se perfilaba como más pertinente y tranquilizadora que la que presentaba un peronismo todavía remiso en su renovación.
En la mesa familiar de muchos barrios obreros, el padre militante político o sindical y defensor de las banderas tradicionales del justicialismo empezaba a perder la discusión con su hijo estudiante, inquieto por las denuncias de un pacto militar-sindical y defensor apasionado de los derechos humanos. El arbitraje materno paulatinamente se iría inclinando por la posición del hijo y ese vuelco se objetivaría en las urnas, aportando la diferencia que distingue una derrota de un triunfo.
Es posible que en 2019 el oficialismo actual esté sufriendo deslizamientos parecidos a aquel que perjudicó 36 años atrás al partido que se veía como seguro ganador, de allí la “calentura” que ahora confiesa con énfasis el Presidente y su apelación al “aguante”.
El optimismo profesional
La Casa Rosada no puede sino registrar lo que las murallas de optimismo profesional de su entorno procuran asordinar: sus argumentos ya no convencen como antes a sus propios votantes, los contrastes de la gestión (no sólo los económicos: no hay que olvidar los del ámbito jurídico, como la falta de diálogo con una Corte Suprema a la que se intentó infructuosamente operar; o los políticos, como la sucesión de cortocircuitos que recorren su coalición electoral o los desmanejos de la inteligencia) se vuelven cada vez más difíciles de sostener en la conversación cotidiana.
Ya no se trata, por otra parte, de confrontar con interlocutores del kirchnerismo, a los que los seguidores oficialistas podían echar flit con rápidas y fáciles réplicas sobre la herencia recibida, alusiones a los cuadernos del chofer Centeno, citas de Fernández Díaz o de Feinmann y escuchas telefónicas propaladas por Majul. Ahora, en cambio, la base de Cambiemos tiene que defender a su gobierno en temas álgidos como la inflación que desobedece los pronósticos oficiales, el dólar que se dispara, la pobreza que se incrementa o las tasas escaladoras frente a argumentos de otra índole, cuyas fuentes pueden ser desde Roberto Lavagna hasta Ricardo Alfonsín, desde el socialismo que gobierna Santa Fe hasta Marcelo Tinelli o el ex embajador de Macri en Estados Unidos, Martín Lousteau, o dirigentes empresarios grandes y medianos.
Es sin duda valiente la actitud presidencial de afrontar con vehemencia estos momentos especialmente aciagos. Es probable, sin embargo, que ese gesto no sea suficiente para recuperar terreno perdido. Necesitaría como mínimo un éxito notable en algún campo que se encuentre entre las prioridades de la agenda de la sociedad. Necesitaría prestarle atención a esa agenda. Y necesitaría explicar cómo imagina un segundo gobierno dado que, a juzgar por las encuestas actuales, difícilmente pueda esperar un cambio sustancial de las relaciones de fuerza legislativas que hoy imperan.
Fuego amigo
Quizás es la percepción de que abajo se mueven esos estados de ánimo crecientemente escépticos lo que impulsa reacciones en los planos medios y superiores de la coalición oficialista.
El radicalismo está agitado y amenaza con apartarse de Cambiemos. El más que centenario partido debe, por sus normas internas, aprobar en una convención su participación en frentes o alianzas electorales. De hecho, fue la convención radical realizada en 2015 en Gualeguaychú la que dio luz verde a la constitución de Cambiemos y a su presentación en aquellos comicios que llevaron a Macri a la Casa Rosada. Este año debe haber una nueva convención para que la UCR pueda orgánicamente avalar la alianza. Y sucede que no es para nada seguro que lo haga, razón por la cual esa reunión, que debe ser convocada por el Comité Nacional, se viene postergando (ahora se supone que recién ocurrirá a fines de abril o mediados de mayo).
El presidente de la convención nacional de la UCR es el cordobés Jorge Sappia, y él ha opinado (en La Política Online) que “si no hay un giro de 180 grados, al radicalismo no le queda otro camino que terminar con Cambiemos”.Sappia acompañó a Ricardo Alfonsín a entrevistarse con Roberto Lavagna.
Otra figura importante de la UCR, Federico Storani, también expone sus reticencias, considera que puede haber mejores candidatos que Mauricio Macri para la coalición y se queja de que la Casa Rosada no habilita una PASO, en la que a él le gustaría respaldar a Martín Lousteau como candidato a presidente. ¿Acordar con Lavagna? “Todas las opciones están puestas sobre la mesa”.
Entre las opciones no hay que descontar que el radicalismo, por temor a una convención borrascosa que pueda determinar una ruptura partidaria, suspenda sine die el encuentro y deje en libertad de acción a los distritos para que cada uno determine la táctica electoral que considere más conveniente.
Todos los fuegos, el fuego
Si los radicales están así de inquietos, también en el seno del Pro se cuecen habas. La liga de gobernadores del Pro -María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta- observan con preocupación que la caída de la imagen del gobierno nacional (empezando por la del Presidente mismo) afecta sus chances en los distritos que ellos encabezan y amenaza el capital político común acumulado en el Pro. Tanto Larreta como la gobernadora han caído en las encuestas (unos cinco puntos cada uno) y si bien todavía eso no entraña un riesgo existencial, en el tiempo que falta hasta el comicio la situación puede modificarse.
En la carta de tormentas que cruzan el Pro hay que registrar el affaire de la investigación clandestina sobre la gobernadora Vidal que apareció en los archivos del espía Marcelo D’Alessio. El sujeto declaró a la Justicia que trabajaba para dos cuadros de la AFI, la agencia de inteligencia oficial, conducida por un amigo personal del Presidente, el broker de futbolistas Gustavo Arribas, y una connotada dirigente del Pro, Silvia Majdalani. Es razonable que María Eugenia Vidal, que disciplinadamente acató la directiva de la Casa Rosada y no desdobló la elección presidencial para no perjudicar al Presidente, se encuentre ahora perpleja ante estos hechos misteriosos.
Como para mostrar que conserva cartas de autonomía, la gobernadora decidió cerrar la grieta con los sindicatos docentes de su provincia, aceptó aplicar la cláusula gatillo para equipar la inflación que el gobierno rechazara en 2018 y aceptó pagar una compensación por la pérdida salarial de 2018, como demandaban los gremios. Aunque no se la quiera definir de ese modo, es una política correctiva de la línea de confrontación sistemática que se ensayó el año pasado, en beneficio de una búsqueda de consensos.
En el fondo de estos acontecimientos se recorta (a la espera de confirmación) lo que quizás sea el principal error estratégico del comando electoral de la Casa Rosada: la apuesta prioritaria a una polarización con la señora de Kirchner, destinada a encerrar al electorado en una alternativa fatal, donde el remedo de Yo o El Diluvio vendría a ser, o el gobierno o el retorno al kirchnerismo.
La señora de Kirchner podría estar eligiendo un juego que dejaría al gobierno afeitado y sin visita: sin poner condiciones ni pedir nada a cambio, está retirando los candidatos de su corriente Unión Ciudadana en los distritos más importantes (lo hizo en Córdoba, lo acaba de hacer en Tucumán) para dar apoyo a los candidatos locales de la liga de gobernadores (Juan Schiaretti en Córdoba, Juan Manzur en Tucumán) y facilitar así un triunfo del peronismo (o, lo que es lo mismo, una derrota de Cambiemos).
La esperanza del Papa
Ricardo López Murphy, uno de los primeros socios políticos de fuste que tuvo Mauricio Macri, viene de destacar las dificultades que supone ser Presidente y simultáneamente candidato en una situación crítica como la que atraviesa el país.
El gobierno ha padecido largamente esa dificultad, ya que ha hecho depender su política de sus estrategias electorales. El papa Francisco, entretanto, da muestras de optimismo sobre el futuro próximo del país. Acaba de declarar que espera visitar la Argentina “pronto”. Dos semanas atrás, al comentar la declaración de los obispos argentinos, en la que informaban que invitarían a Bergoglio a visitar la Argentina, habíamos adelantado en esta columna: “Suponer que esa declaración responde a una ocurrencia local no consultada previamente con Roma sería un grave signo de desinformación. La invitación de los obispos es, si se quiere, una autoinvitación de Francisco. Y eso implica un indicio inequívoco de que el Pontífice entrevé a corto plazo una situación que permitirá superar el espíritu de la grieta, que ha sido el principal obstáculo a un viaje suyo a la Argentina”.
En efecto, el Papa esperaba que amainara la crispación y se abriera un camino cierto al diálogo y los consensos. Esta columna lo había analizado ya en septiembre de 2017, cuando se iniciaba la reestructuración del Episcopado argentino: “Con una Iglesia argentina reordenada para el año próximo, una condición importantísima para el viaje de Francisco se habrá cumplido. Otras tienen que ver con la política. Si en Colombia el Pontífice llegó para encontrarse con una sociedad que avanza enérgicamente de la violencia al orden democrático y la paz, de la división al diálogo y la convivencia, en Argentina todavía ese camino no termina de consolidarse. Se mantienen activos rastros elocuentes de la grieta que prevaleció durante una década larga”.
En enero de 2018, cuando una campaña envenenada enrostraba al Papa que, habiendo llegado hasta Chile, no visitara su propia patria, se analizaba aquí: “Los críticos de Bergoglio no deberían considerar “evasivas” las razones que una y otra vez han sido invocadas desde El Vaticano y desde la misma Iglesia argentina. El obispo Víctor Fernández ya señaló hace varios meses, ante otra embestida parecida a la actual, que ‘la Argentina está pasando por un momento de excesiva polarización y crispación. Y el Papa teme que su presencia pueda ser utilizada para exacerbar aún más esta división’”.
La esperanza recién manifestada por Francisco de poder estar pronto en la Argentina revela su fuerte expectativa en que se está abriendo un camino de salida de la grieta y el enfrentamiento.