Opinión

La Argentina necesita más institucionalidad, Juntos por el Cambio también

Por Emiliano Yacobitti

Nuestros cuarenta años ininterrumpidos de democracia en la Argentina tienen lugar en un contexto mundial donde las democracias liberales reciben el ataque de los intolerantes, llegándose en ellas a un grado de polarización, discordia y sectarismo inédito desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

En la Argentina también padecimos en estos 40 años de democracia episodios autoritarios, gobiernos ineficientes, y la exhibición impúdica e impune de la corrupción, acompañado por un largo periodo de crisis que demuele en cámara lenta el tejido social, naturaliza el escándalo de la pobreza y la vuelve un factor permanente y en crecimiento.

La “grieta” fue el modo en que se expresó este creciente malestar democrático. Fue utilizada por sectores de la política y potenciada por el uso intensivo de las nuevas tecnologías de la comunicación, que se mostraron especialmente eficientes para difundir “fake news”, propagar insultos, y convertir maliciosamente al trato político civilizado y a los acuerdos imprescindibles que impone nuestra Constitución como evidencias de arreglos espurios.

Encontraron en la palabra “casta” toda la carga despectiva y tóxica que guardan hacia la democracia estos neo iluminatti (que tienen la bombita quemada). No es casualidad que haya sido la izquierda antisistema la que haya sido la primera en usarlo en otras latitudes, siendo los recogido aquí por la nueva-pero-

vieja-extrema derecha.

Juntos por el Cambio nació por la necesidad de representar a un amplio sector de la sociedad que rechazaba cualquier forma de autoritarismo. Más allá de los diferentes orígenes partidarios, funcionó en armonía porque contaba con una idea fuerza.

Asumió el compromiso de crear, consolidar y respetar reglas e instituciones que moderarían el gran mal argentino de los ciclos agudos económicos políticos, donde después de un periodo de crecimiento el país vuelve a recaer una y otra vez en una crisis que lo hace retroceder más de lo que había podido avanzar.

La coalición institucionalista en el poder no tuvo el resultado esperado por la sociedad, a tal punto que en un hecho inusual en los presidencialismos latinoamericanos, el presidente Mauricio Macri no pudo obtener la reelección, y para peor, el populismo retornó desordenadamente, con una crisis por ausencia de conducción y cooperación al interior del oficialismo peronista que configuro un gobierno prepotente en su impotencia.

En ambos casos, la causa de los problemas fue la misma, el desprecio por la institucionalización, tanto al interior de la coalición gobernante como en las relaciones con la oposición y con los actores sociales.

Tenemos que ser consecuentes con lo que creemos mejor para el país y con lo que le propusimos a los argentinos. Sabemos que las decisiones colectivas, las conversaciones entre distintos actores, son más trabajosas, llevan más tiempo, pero son más eficaces y perduran dando previsibilidad y generando confianza.

De eso se trata la democracia y las instituciones fuertes. Y si lo impulsamos para la Argentina, ¿cómo no lo vamos a promover para nuestra coalición?.

Por eso la conducción del radicalismo se reunió, discutió y decidió no adherir a ninguna candidatura de las dos que se presentan para el balotaje.

La misma postura tiene la Coalición Cívica, el Peronismo Federal, Confianza Pública, todos los gobernadores y todos los intendentes que se pronunciaron hasta el momento.

Se iba a realizar una reunión de la mesa de Juntos por el Cambio para acordar una postura común, pero no llegó a hacerse porque Mauricio Macri eligió cerrar un acuerdo express con Javier Milei.

Podría haber buscado hacerlo de otra manera, pero parece que además se quería dejar en claro que hay una sola persona que manda y todos los que tienen cargos electivos y partidarios tienen a aceptar su providencia.

Argumentó que no lo consultó con nadie salvo con un miembro de su familia. Una falta de respeto para todos los dirigentes y militantes que trabajaron para la elección y que hicieron un gran esfuerzo para construir una coalición que le ofrezca una alternativa a la sociedad.

Es una decisión antagónica con lo que venimos pregonando: terminar con el decisionismo y la concentración de poder. Tanto la experiencia comparada en otras partes del mundo, como nuestra historia reciente, nos enseñan que estas formas siempre son perjudiciales para la democracia y para el desarrollo económico.

No es una cuestión de nombres propios ni de discursos, sino de prácticas y de respetar la institucionalidad, aunque sus resultados no sean los que nos gustan.

El colmo de esta afrenta contra Juntos por el Cambio, es haber acordado con alguien que basa su popularidad en la exacerbación de la polarización política.

Si la grieta dio pésimos resultados, mucho peor será si la potenciamos y le sumamos violencia y una combinación de propuestas irrealizables y otras intolerables para cualquiera que valora la división de poderes, la educación pública y el respeto de las libertades públicas.

Por eso vamos a seguir insistiendo en que no admitimos ninguna tipo de asociación o confluencia institucional de Juntos por el Cambio en coaliciones ajenas a nuestras fuerzas, sin importar las agresiones que recibamos, ni las promesas de cargos que reciban quienes crearon esta nueva alianza política.

Los ciudadanos que nos eligieron son los dueños soberanos de sus votos y ellos decidirán libremente cuál es su decisión.

Solo resta entonces repetir una vez más las palabras de Roque Sáenz Peña, el presidente que comenzó la transición desde ese orden conservador resistido por la abstención electoral del radicalismo, impulsando la democratización de su sistema político.

¡Sepa el pueblo votar!

(*): Diputado nacional por la UCR.

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