La Ciudad

La araña de la Catedral, un largo camino entre luces y sombras

Desde París hasta el templo marplatense. Brilló por primera vez hace 111 años, pero no en ese templo, sino en un paraje correntino donde le dio efímera luz a un proyecto magnífico que tuvo final desastroso. Luego iluminó las galas del emblemático hotel Bristol de Mar del Plata y fue objeto de una subasta que tuvo sorpresivo final.

Por Gustavo Visciarelli

En la primera década del siglo XX la aristocracia criolla sufría una contrariedad: Mar del Plata, su villa socio-recreativa, devenía en páramo con los primeros fríos. ¿Por qué no construir, entonces, una ciudad con clima propicio para su solaz? Eso se le ocurrió en 1909 al médico y escritor correntino Andrés Demarchi, quien gozaba de mayor suficiencia creativa que financiera. Tenía, sí, un amigo diputado –Gregorio de Laferrere– que, además de dramaturgo (fue autor de “Jettatore” y “Las del Barranco”), era terrateniente y emprendedor.

De Laferrere, a su vez, tenía un socio diputado: el médico Pedro Olegario Luro, noveno hijo del propulsor de Mar del Plata, quien había heredado tierras desde Buenos Aires hasta el Río Colorado y era tan emprendedor como el primero.

Los proyectos “inmobiliario-fundacionales” no eran raros en esos tiempos. Mar del Plata, sin ir mas lejos, fue uno de ellos, de modo que la idea del doctor Demarchi estuvo lejos de resultarles descabellada.

Un sueño monumental

La localidad correntina de Empedrado, situada en la costa oriental del Paraná, 61 kilómetros al sur de la capital provincial, fue el sitio elegido para levantar una ciudad donde la aristocracia disfrutara de cálidas invernadas.

Sesenta y cinco inversores, coligados en la “Sociedad Civil Ciudad de Invierno”, aportaron una fortuna para financiar las obras. El presidente de la entidad fue Pedro Olegario Luro y en la nómina de socios rutilaron apellidos que competían en alcurnia y fortuna: Uriburu, Avellaneda, Anchorena, Alvear, Blaquier, Alzaga Unzué y Pereyra Iraola, por mencionar algunos.

La sociedad, con despacho en Avenida de Mayo 623 y profusa publicidad mediática, compró 1.237 hectáreas sobre el Paraná y pronto consiguió 110 compradores de lotes y chacras.

Los más reputados profesionales de la época -entre ellos el paisajista Carlos Thays– delinearon la “Ciudad de Invierno”, que tendría 158 manzanas, 197 quintas y 24 chacras.

El Hotel Casino Continental

La legislatura correntina autorizó el proyecto, que fue presentado por el doctor Gustavo Demarchi, aunque este después cedió los derechos a los inversionistas sin apartarse del negocio. El gobierno provincial tendió una mano: 35 años sin pagar impuestos, siempre y cuando avanzaran en el emprendimiento.

Lo primero y único que construyeron fue el “Hotel Casino Continental”, diseñado por el arquitecto Carlos María Agote; el mismo que proyectó el Club Mar del Plata, que ya refulgía en la villa balnearia atlántica.

El hotel Continental o “Mansión de Invierno” levantado en Corrientes fue inaugurado en 1913. Allí brilló por primera vez la araña de la catedral marplatense.

El palacete de Empedrado tenía 12 mil metros cuadrados, cuatro pisos, dos subsuelos y 114 habitaciones.

El jardín de invierno -una galería decorada con vitrales- conducía al “anexo casino”, donde 12 mesas de ruleta y baccarat, libres de impuestos, esperaban amortizar la inversión. En el citado jardín de invierno, entre plantas exóticas, se suicidaría luego un apostador arruinado.

La llegada de la araña

Durante la construcción, contingentes de obreros fueron trasladados desde Buenos Aires y hasta dragaron un sector del río para posibilitar el arribo de barcos con materiales y mobiliario.

En ese acarreo llegó una araña que Pedro Olegario Luro había comprado en Francia. Réplica de las que refulgen en el foyer de la Opera de París, su descripción ahorra comentarios: 600 kilos, estructura de bronce, 136 luces y 140 caireles de cristal Baccarat.

El hotel-casino, que dominaba la barranca y tenía salones de fiestas y teatros, fue inaugurado el 29 de junio de 1913 con la asistencia de personalidades, periodistas e invitados traídos desde Europa para fomentar el mercado internacional. Los comensales pudieron elegir entre 50 platos, sin contar la variedad de postres.

Como el Titanic

Por oprobiosa coincidencia, ese mismo día Bulgaria atacó Serbia y Grecia. La Crisis de los Balcanes era un polvorín que, con la chispa del crimen de Sarajevo, haría estallar en 1914 la Primera Guerra Mundial.

Como el Titanic, que se había hundido 14 meses antes, el “Hotel Casino Continental” navegaba por una ensoñación europeizada. Había allí canchas de tenis, golf y criquet, muelle, dependencias balnearias en la playa y un parque de 20 hectáreas con plantas exóticas y esculturas. Majestuosa, la araña comprada por Luro se lucía en uno de los salones debajo de una gran cúpula de bronce.

El director general del establecimiento, mister Saint Andrée, venía del Regina Hotel de París, frente al Louvre. El chef computaba 14 años de servicios en el Carlton Hotel de Londres. Y el maitre -que había ganado reputación en el Majestic de París, vecino de los Campos Eliseos- acababa de cumplir su primera temporada en el suntuoso Club Mar del Plata.

Un sueño desmembrado

La ciudad soñada iba a tener anchas calles, plazas, edificios públicos, escuela, estación de ferrocarril, usina, hipódromo y, por supuesto, las mansiones que allí levantarían los compradores de las parcelas, tal como estaba ocurriendo en Mar del Plata. Nada de eso llegó a hacerse realidad.

El hotel cerró pocos meses después por una batería de infortunios. Gregorio de Laferrere murió a los 46 años, en noviembre de 1913, tras una breve enfermedad. Lo mismo ocurrió con Demarchi. Y eso no fue todo. La guerra, la deuda con la banca británica y el fracaso de la cosecha 1913-1914 deprimieron la economía. Negocios y empresas quebraron en cadena.

De la “Mansión de Invierno” sólo quedan ruinas en la jungla de empedrado, a orillas del Paraná, como recuerdo de un fracaso estrepitoso. (Foto diario Epoca, Corrientes)

No obstante, algunos historiadores correntinos sostienen que el iceberg que terminó de hundir aquel Titanic fue la oposición que, con todo éxito, instrumentó la Iglesia contra el funcionamiento del Casino. El gobierno dio marcha atrás con la exención impositiva y el hotel se transformó en un desastre financiero.

Los socios lograron rescatar cuantos objetos pudieron antes de los remates, que empezaron en 1917. Hoy, del hotel sólo quedan algunas ruinas que asoman entre la vegetación, fruto de litigios, subastas, saqueos y una demolición con dinamita.

Luces en el Bristol

La araña vino a parar al Bristol Hotel de Mar del Plata y alumbró noches de opulencia en los salones de fiestas que, junto al comedor y el casino, funcionaban en la manzana del actual Bristol Center. Pedro Olegario Luro la hizo traer desde Empedrado en el reflujo de la quiebra.

El modelo “inmobiliario fundacional” había prosperado aquí desde que Patricio Peralta Ramos parceló parte de su estancia y consiguió la declaración del “Pueblo de Mar del Plata” en 1874. Tres años más tarde el vascofrancés Pedro Luro, estanciero y multiempresario, compró gran parte del ejido, desarrolló diversos emprendimientos e inauguró la “alocada” idea de replicar aquí las costumbres balnearias de la aristocracia europea.

José, uno de sus hijos, fundó en 1888 el “Bristol Hotel” en sociedad con otros hombres de fortuna. La historia reconoce a ese establecimiento como génesis de un turismo aristocrático que montó aquí su exclusiva villa veraniega, construyó sus residencias y revalorizó las tierras bajo el slogan de “La Biarritz Argentina”.

Una ciudad sobre otra

En 1913 -mientras la Ciudad de Invierno nacía y moría- Mar del Plata inauguraba su imponente rambla de estilo francés. Y, con el impulso de Pedro Olegario Luro desde su banca de diputado, empezaba a hacerse realidad el puerto de Mar del Plata.

Una bella explanada había urbanizado el camino costero desde el Torreón hasta Playa Grande, donde florecía la venta de tierras y nacían nuevos chalets cerca del Golf Club. El cementerio desmerecía la zona con su tráfico funerario, de modo que lo cerraron. La nueva necrópolis funcionó en lejanos terrenos desde 1911 hasta 1927 y de su existencia sólo quedan recuerdos ingratos. El predio era inundable y el agua producía macabras exhumaciones.

La máquina inmobiliaria nunca se detuvo y terminaría construyendo una nueva ciudad sobre la demolición de la primera.

El fin de una época

En LA CAPITAL del 6 de mayo e 1944 hallamos este título: “La bandera de remate sella el destino del hotel Bristol”. El texto informativo no contiene lamentaciones: “Cumplido su ciclo de existencia, por efecto de los dictados del progreso avasallador, el martillo, subastando sus muebles, inicia el proceso de lo que vendrá después: la demolición del Bristol, que en la trayectoria del progreso de Mar del Plata ha marcado rumbos”. El establecimiento, que había cerrado sus puertas un mes antes, pertenecía entonces a la Compañía de Grandes Hoteles.

Las subastas comenzaron el 10 de mayo y, a razón de una o dos por semana, se prolongaron hasta los primeros días de julio. Los medios capitalinos publicitaban la salida de pullmans de El Condor y Micromar “a las 6 y 7 am” para que los interesados llegaran puntualmente. Y en la previa de cada compulsa detallaban los objetos a subastar en nóminas que, por extensas, resultan irreproducibles.

Heladeras, maquinaria, pianos, dos autos de la década del ’30, ropa de cama, bebidas importadas, sillones de caña de la India, 150 juegos de dormitorio de Thompson y Maple, una vitrola, cristalería, porcelana y la platina de Christofle y Elkinton fueron algunos objetos ofrecidos al mejor postor.

La araña en subasta

Las subastas se realizaron en el otrora salón de fiestas, debajo de la araña, que salió a remate el lunes 3 de julio de 1944. Un artículo de LA CAPITAL recordó con discreción que Pedro Olegario Luro la había hecho traer de París “con destino a la ciudad de invierno que se proyectaba por aquel entonces y que por circunstancias especiales no pudo concretarse”.

“Después de alguna alternativa -reza la crónica- el precio osciló hasta ascender a la suma de 2.500 pesos“, el equivalente a casi tres sueldos del intendente local o 12 salarios mínimos docentes de la época.

La araña “presenció” el remate del mobiliario del Bristol Hotel en 1944. También ella fue subastada, pero la compulsa tuvo sorpresivo final.

Lo sorprendente es que el comprador, Odilio Gasparotti, actuó en nombre de la “Compañía de Grandes Hoteles”, e inmediatamente anunció que la araña sería obsequiada a la Basílica San Pedro, tal como se llamaba la actual Catedral de los Santos Pedro y Cecilia.

Ruido de piquetas

El remate del mobiliario del Bristol discurrió con ruido de piquetas. Estaban demoliendo ya los chalets con dormitorios que habían sido el núcleo original del hotel en la manzana de Entre Ríos, Corrientes, Rivadavia y San Martín. Los lotes fueron rematados el 2 de julio y uno de los compradores fue Tiendas Harrods que pronto levantó una moderna sucursal en San Martín y Entre Ríos.

También demolieron el anexo de dormitorios, que había sido recientemente expropiado por el gobierno bonaerense. Se hallaba sobre terrenos fiscales de la manzana 116, donde hoy se encuentra la Plazoleta de las Provincias, frente al extremo norte del Casino Central.

El edificio donde estuvo la araña sobrevivió tres penosas décadas. Adquirido por una firma capitalina, devino en una galería comercial donde menudeaban cines, locales, bares y alguna confitería bailable. En la década del 70 fue demolido y allí levantaron el Bristol Center.

La araña traída por Luro sigue brillando en la Catedral de Mar del Plata como solitaria sobreviviente de 111 años de luces y sombras.

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...