Christian Felber explicó cómo la economía del bien común crece a pasos pequeños pero firmes, incorporando su doctrina en empresas, municipios y organizaciones a lo largo del mundo.
LA PLATA (Corresponsal).- Cuando escuchamos hablar sobre economía, lo más común es que escuchemos hablar sobre la dicotomía que se presenta entre el capitalismo y el socialismo, el mercado fluctuando libremente o con la intervención del Estado. Todos esos “ismos”, esos extremos, son peligrosos y hay que tener cuidado con ellos aseguró Christian Felber en su exposición sobre “La economía del bien común”, dictada en el CCK.
“No economista”
Este austríaco de 45 años que se define como “no economista” y que fue invitado a nuestro país por el GFDE (Grupo de Fundaciones y Empresas) en una jornada en la que se invitaba a “Repensar el rol de las instituciones en la sociedad”, predica desde hace una década la doctrina económica del bien común, en la que estados, empresas y personas, no deben buscar un rédito monetario como fin de sus actividades cotidianas, sino el bienestar social basado en valores como confianza, cooperación, aprecio, democracia y solidaridad.
Dado que la economía del bien común se basa en los mismos valores que hacen florecer nuestras relaciones, el marco legal económico experimenta un giro radical, cambiando las reglas del juego de afán de lucro y competencia por cooperación y contribución al bien común, por lo que las empresas que la practican serán recompensadas, mientras que el comportamiento competitivo conlleva desventajas.
Felber asegura que la concepción moderna del término “economía” rompe con la etimología de la palabra en donde se usaba para definir la administración del hogar. Según este filólogo moderno, el término que hoy les cabe a los economistas actuales es el de “crematísticos”, ya que responden con su actividad a los valores de la crematística en donde el rédito financiero es el fin y el dinero no es el medio para alcanzar el bienestar, sino el objetivo que lo proporciona.
Este teutón, que también fue bailarín y se formó en las universidades de Valencia y Viena en ciencias políticas, psicología y sociología, remarca que según una encuesta de la fundación Bertelsmann, el 80% de los alemanes y el 90% de los austríacos esperan un nuevo orden económico. Y se pregunta, ¿por qué motivos los ciudadanos de países donde el PBI per cápita es de 39.500 y 42.000 euros respectivamente buscan o pretenden para su sociedad un rumbo económico diferente?
El bien común
La respuesta , según su visión, es que no es el dinero lo que trae la felicidad y el bienestar a las personas, sino el bien común, por lo que se debe abandonar la crematística y volver a la economía, para obtener una sociedad más justa y feliz, que no mida el éxito económico con indicadores monetarios como el beneficio financiero o el PBI, sino con el balance del bien común (a nivel de empresas) y el producto del bien común (a nivel de sistema).
El balance del bien común sostiene que cuanto más social, ecológica, democrática y solidaria sea la actividad, mejores serán los resultados alcanzados y que las empresas con buenos resultados en este sentido podrán disfrutar de ventajas legales como tasas de impuestos reducidas, aranceles ventajosos, créditos baratos, privilegios en compra pública y a la hora de reparto de programas de investigación, etc. El mercado favorecerá a los actores éticos y sus productos y servicios, y castigará los de los no-éticos, indecentes y no ecológicos.
Esta misma forma de ver la economía muestra que el balance financiero será secundario y su otrora objetivo, ahora es el medio para obtener un bienestar. De esta forma la nueva concepción empuja a las empresas a alcanzar su tamaño óptimo, sin el temor de ser adquiridas, o sentirse obligadas a crecer para ser más grandes, más fuertes o con mayores beneficios. Por lo tanto, habrá muchas empresas pequeñas en todas las ramas, que podrán cooperar y practicar la solidaridad, transformando la economía en un sistema donde todos salen beneficiados (win-win).
El reacomodamiento en el tamaño de los protagonistas del mercado, conlleva además a que las diferencias de ingresos y patrimonios serán limitadas: ingresos máximos de por ejemplo 20 veces el salario mínimo equilibrando las posibilidades entre sus actores.
Esta concepción filosófica de la economía prohibe tomar como propiedad privada a la naturaleza y promueve que quien necesite un pedazo de tierra para vivir, sembrar o comerciar, podrá obtener una superficie limitada de forma gratuita o pagando una tasa de utilización, condicionado este préstamo a criterios ecológicos y al uso concreto. De esta forma se incentiva la reducción de la huella ecológica de personas privadas, empresas y naciones, hacia un nivel globalmente sostenible y justo.
La economía de bien común busca también una reducción en la carga horaria de la actividad laboral para poder trabajar en otros tres campos a los que considera importantes para el desarrollo: relaciones y cuidados (niños, enfermos, ancianos), trabajo de crecimiento personal (desarrollo de la personalidad, arte, jardín, ocio), trabajo en la política y actividades públicas, impulsando así un estilo de vida menos consumidor, y más sostenible.
Con esta visión el éxito empresarial posee un significado muy diferente al que actualmente recibe, se demandan otras competencias de gestión y las empresas ya no buscan a los gerentes duros y ejecutivos de “eficiencia cuantitativa”, sino a los más responsables y socialmente competentes, los más empáticos y sensibles. La economía del bien común no es ni el mejor de los modelos económicos ni el final de una historia, sólo el paso siguiente hacia un futuro más sostenible, justo y democrático.
Foco en la cooperación
La postura de Felber puede resultar inocente a los ojos de los economistas actuales (los crematísticos), pero este sistema económico alternativo apartidista, que propone construir en base a los valores humanos universales poniendo el foco de acción en la cooperación y no en la competencia, gana cada vez más adeptos entre empresas, municipios, universidades, asociaciones y organizaciones, con una propuesta que plantea que el objetivo de la economía es la satisfacción de las necesidades y la elevación de la calidad de vida para todos los seres vivos y el planeta, apoyada por un sistema económico que promueva y defienda la dignidad humana, la solidaridad y la sostenibilidad ecológica.
Según Felber, en un mundo que confunde la competencia (que etimológicamente significa buscar juntos) con la contrapetencia, en un planeta con recursos escasos que deben ser compartidos entre todos, es mejor avanzar dando pequeños pasos y a ese ritmo se mueve la economía del bien común, para situarse en el medio de la discusión entre el capitalismo y el socialismo y proponer una salida diferente a un sistema que hoy mueve el mundo.