Cultura

Kierkegaard: del dandy excéntrico al “caballero de fe”, soledad y celibato

Un recorrido por la vida y el pensamiento del filósofo danés, padre del existencialismo.

Por Ignacio Nieto Guil (*)

El filósofo danés, Søren Aabye Kierkegaard, nació el 5 de mayo de 1813. Era el menor de siete hijos -tres niñas y cuatro niños-. Su padre, Mikael Pedresen Kierkegaard (1756-1838), fue un importante y rico comerciante de la industria textil que enviudó a los pocos años de casarse sin tener hijos en primera instancia, por lo cual contrajo segundas nupcias un año después con su criada, Ana Sorensdatter. El segundo matrimonio tuvo a Søren cuando su padre tenía cincuenta y seis años y su madre cuarenta y cuatro, denominándose a sí mismo como un “hijo de la vejez”. La figura atormentada y melancólica de su padre ejerció una notable influencia en el espíritu de Kierkegaard, quien lo introdujo en un estricto sentido del deber, además, de un cristianismo duro y sombrío. Su formación versó desde temprana edad en teología, ética, los métodos de la dialéctica, gramática griega y latín. Lo que despertó, sin lugar a dudas, un espíritu de gran inteligencia en el precoz niño.

Una vez que terminó su formación de estudios secundarios, Kierkegaard ingresó a la Universidad de Copenhague para estudiar teología. En ese entonces, el pensamiento hegeliano ejercía gran influencia en los grandes centros de estudios europeos y, por ese motivo, se impuso el racionalismo como método filosófico de la época. Estudios que ciertamente no tuvo dificultad alguna en sus inicios, ya que en esa etapa sintió cierta atracción por la lógica. Sin embargo, el joven Kierkegaard jamás se entregó a la corriente racionalista que tan de moda estuvo en su tiempo. Muy pronto empezó el combate en nombre de la realidad existencial en contra de la abstracción y el pensamiento puramente objetivista, propio del ambiente idealista. En su diario personal lo expresó de la siguiente manera: “Ser idealista de imaginación no es nada fácil, pero tener que existir como idealista es una labor de toda la vida y una labor fatigosa en extremo, puesto que la existencia constituye justamente el obstáculo a mano. Expresar existiendo o lo que se ha comprendido por sí mismo, nada tiene de cómico; pero comprenderlo todo, excepto a sí mismo, es muy cómico”.

A medida que avanzaron sus años buscó su independencia y aumentó su gusto por la reflexión solitaria, al mismo tiempo que se distanció de su padre a quien hasta ese momento admiraba. Con algo de disgusto e indecisión prosiguieron sus estudios teológicos para posteriormente volcarse al ministerio pastoral, como hubiera querido su padre inicialmente, aunque de hecho nunca ejerció en su vida el oficio religioso. No obstante, su vida intelectual giró hacia un nuevo camino: “Hallar una verdad, pero una verdad para mí, hallar la idea por la cual quiero vivir o morir”. Este camino admitió una suerte de “certeza objetiva” encarnada, pues requirió que lo “absorba vivo”, es decir, en su propia existencia. Y propiamente, Kierkegaard, a partir de su individualidad concreta, su filosofía estuvo implantada en él mismo, o sea, en su existencia. El corpus kierkegaardiano es justamente una emanación filosófica de su vida a través de su experiencia vital.

A pesar de sus debates internos y la duda que le generaba el camino que debía seguir en su vida, se despegó, precisamente, del cristianismo fuertemente inculcado por su padre, aunque no del todo, ya que intentó elaborar un nuevo y auténtico concepto de cristianismo o al menos desde una mirada diferente. Más allá de lo anterior, esta época por un lado lo atrapó en una vida licenciosa de café y placeres o lo que él mismo denominó “estadio estético” de la existencia y, por el otro, se alejó de la práctica religiosa. Atrapado, así pues, en las modas, las bebidas y comidas; de vestimenta excéntrica; de carácter difícil y burlón, poco amable, y con aires de superioridad, describen por estos años de juventud la personalidad del “dandy” danés. Como espíritu de contradicción sostenía las ideas más extrañas, aunque escondía su verdadera interioridad, pues con esta forma de vida trataba de ocultar su verdadera naturaleza melancólica inclinada a la tristeza y su fuerte vocación religiosa que, luego de brillar en ruidosos banquetes donde deslumbraba a los presentes, regresaba a su casa con harta desesperación en el fondo de su espíritu y sin ninguna satisfacción. Incluso anhelaba la propia muerte por el hastío que sentía en el ambiente burgués de la época que buscaba saciarse en los niveles más bajos y exteriores de la vida.

Esta vida de excesos lo llevó a tomar distancia de su padre y a cortar comunicación en 1837, mientras recibía una renta anual para asegurar su independencia con holgura hasta definir el rumbo que iba a llevar su vida. Sin embargo, en 1838 Kierkegaard se reconcilia con su padre antes de su muerte, puesto que en ese momento tenía ochenta y dos años de edad. En consecuencia, esta época es de capital importancia, ya que se produjo una revelación por parte de su padre que él mismo Søren lo definió como “el gran terremoto” -por el colosal impacto que le generó la confesión de su progenitor que prácticamente lo atormentó toda su vida-. Esto, además, le ocasionó un gran sentido de “culpabilidad” que jamás pudo superar. En efecto, el anciano creyó que el castigo prematuro de la muerte de sus hijos -cinco de los siete que tuvo- se debió por el hecho de que había maldecido a Dios a temprana edad en una colina de su ciudad natal, Jutlandia, sumido en el sufrimiento, el hambre y la pobreza.

Por ello, el pensador danés creía que moriría prematuramente y no pasaría más allá de los treinta y tres años, edad máxima a la que habían llegado sus hermanos; reflexión que, en ese sentido, le valió en su primera obra el título de “papeles de un superviviente”. Este suceso dramático confesado por su padre, encontró a Kierkegaard en una nueva fase de su existencia que lo llevó a ordenar su vida y proseguir y terminar con sus estudios teológicos y filosóficos; para finalizar, precisamente, en 1841 su carrera universitaria con la defensa de la tesis “Sobre el Concepto de la ironía” en relación a la figura de Sócrates. Ese mismo año pronunció, por otra parte, su primer sermón en una iglesia de Copenhague.

En 1840 Søren parecía encaminarse al “estadio ético”, pues dejaba la malgastada vida estética cuando decidió comprometerse con Regina Olsen, figura clave en la vida y obra de Kierkegaard. Pero su inclinación a la melancolía en contraste con el espíritu alegre y sencillo, además según él mismo, superficial de Regina, le hizo plantearse seriamente si el camino de “lo general” o la “vida corriente y práctica” está, no obstante, fuertemente en disonancia con la predisposición de Kierkegaard al camino intelectual y religioso que lo llamaba en la profundidad de su alma. Luego de algunas idas y vueltas en la relación, el pensador danés se dio cuenta de la dificultad que significaba romper con la joven Regina e ideó, en consecuencia, un plan para desilusionar a su prometida, en la que fingió ser frío e indiferente con ella por algún tiempo. En efecto, en 1841 la pareja rompe su relación. Y Regina Olsen dos años más tarde, en 1843, decide comprometerse con Fritz Schlegel, a quien había conocido antes que al mismo Kierkegaard, para luego casarse cuatro años más tarde e irse a vivir con su marido recién nombrado gobernador de las Antillas danesas. Antes de este suceso, Regina concibió la manera de buscar a Søren en la calle hasta dar con él y decirle con tierna dulzura: “Dios te bendiga y que todo se realice según tus deseos”. Kierkegaard respondió con un saludo sin decir una palabra. Sin embargo, Søren jamás olvidó a Regina ni mucho menos dejó de amarla a la distancia, pues estuvo, de sobremanera, presente en las obras del filósofo, hasta dedicarle escritos como “La Repetición”.

Otro capítulo singular en la vida de Søren Kierkegaard fue el conflicto con la revista satírica El Corsario y la Iglesia oficial luterana de Copenhague. Respecto a la revista, a fines de 1845, el colaborador Peder Ludvig Møller, publicó un artículo en el que criticaba con cierto sarcasmo dos obras del filósofo danés: “O lo uno o lo otro” y “Etapas del camino de la vida”. Søren, por su parte, respondió a la polémica con dos escritos: “Actividad de un esteta ambulante” y “El resultado dialéctico de un asunto de política literaria” bajo el seudónimo Frater Taciturnus en el diario La Patria (Fedrælan), para denunciar la bajeza moral y la pobreza intelectual contra el diario satírico que para el filósofo era “un órgano innoble de repugnante ironía”; y, en especial, arremeter contra las inconsecuentes críticas de Møller. Tras varias idas y vueltas entre artículos y respuestas mutuas cada vez con mayor tensión, Kierkegaard publicó un tercer titulado “El resultado dialéctico de una investigación policial en literatura” donde acusa a la revista de prostituirse y abusar de su persona, lo que resultó un golpe certero por parte de Søren, puesto que la revista difícilmente se recuperó luego del embate -su director Goldschmidt renunció y Møller abandonó Dinamarca en 1847 para nunca volver-. Sin embargo, El Corsario días después sacó una serie de caricaturas ridiculizantes de Kierkegaard, lo cual le dio bastante notoriedad a su figura en la sociedad danesa que ya iba de a poco en aumento. Lo anterior provocó en el autor cierta curiosidad burlona por parte de sus semejantes daneses y suscriptores de la revista. Estos hechos infundieron una honda tristeza y aislamiento en su persona, pues entendió, no obstante, que tales empresas significaban grandes sacrificios y, por ende, su proyecto iba encaminado al rumbo exacto que había trazado: ser un fiel testigo de la verdad; en otras palabras, se trató del martirio del individuo frente a la multitud y la mediocridad. Un verdadero “Caballero de la fe”, a pesar que nunca pudo denominarse como tal.

En relación a la Iglesia oficial identificada con el ambiente burgués y el Estado, Kierkegaard también emprendió una ardua lucha, entre otras cosas, por la falta de apoyo a la hora de atacar la revista El Corsario, lo cual significó una decepción muy grande hacia su persona. El suceso principal se desató a la muerte del Obispo Mynster cuando fue descrito por el renombrado profesor y teológico Hans Martensen como “un testigo de la verdad” que, en la mirada del filósofo danés, resultó de una gran antipatía por el carácter acomodaticio de la Iglesia oficial. En consecuencia, el filósofo danés se vio obligado a presentar un reproche público -el 18 de diciembre de 1854- contra la supuesta figura del buen obispo, ya que, según él, había llevado a identificar el cristianismo con el orden establecido, abusando de honores y provechos con el ejercicio de su cargo, semejante a una función pública.

Kierkegaard manifestó sobre lo sucedido: “Un testimonio de la verdad es un hombre cuya vida está profundamente iniciada en los combates internos, en el temor y en el temblor, en las tentaciones, en la desolación del alma, en los sufrimientos morales. Un testimonio de la verdad es un hombre que atestigua la verdad en la pobreza, en la humillación y el menosprecio, ignorado, aborrecido, escarnecido, desdeñado, ridiculizado, Un testimonio de la verdad es un mártir”. El resultado no fue otro que la ruptura por parte de Søren con la Iglesia establecida y el conformismo burgués que hacía de la religión “una caricatura del cristianismo auténtico”.

Esta realidad práctica antes descrita en la vida de Kierkegaard, lo llevó a un proyecto de soledad, celibato y pensamiento de las cuestiones trascendentales. Su carácter “esencialmente religioso” como lo describe en la obra “Mi punto de vista”, pues dijo: “He sido un escritor religioso, que la totalidad de mi trabajo como escritor se relaciona con el cristianismo, con el problema de «llegar a ser cristiano»”. Además, su personalidad poética, volcada a la mística, lo condujo a ser un escritor eminentemente de las cosas de Dios. Sin dejar, de igual manera, su personalidad irónica y paradójica ni su agudeza crítica a la Iglesia establecida de Copenhague y a las costumbres sociales burguesas que reinaban en su época e iban contra el verdadero espíritu del cristianismo. Antes de morir, con un sentido mensaje a su amigo de la juventud, Emilio Boesen, confesó: “Saluda a todos los hombres, yo les quería a todos. Diles que mi vida ha sido un sufrir agudo, incomprensible e ignorado por todos excepto por mí. Quizás he dado la impresión de altivez y vanidad; no había nada de ello. No soy mejor que los otros, lo he dicho y jamás he dicho otra cosa. Llevaba mi aguijón en la carne, por eso no he cesado ni he podido desempeñar cargo alguno. He llegado a ser la excepción”. Finalmente, el 11 de noviembre de 1855 a la edad joven de cuarenta y dos años se entregó a Dios, confiado a la Providencia que tanto había sentido su presencia a lo largo de su vida a pesar de los temores y temblores sufridos.



(*) Abogado, escritor y redactor de La Prensa y El Litoral. Autor de “La noticia eterna” (Alfa).

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