El mejor team de snowboard del país dio cátedra en los fuera de pista y bosques de La Angostura y San Martín de los Andes. La intimidad del trip: aprendizajes, conocimientos, emociones y riesgos extremos de los riders.
“Algunas personas rezan por la victoria.
Algunas rezan por la paz.
Algunas rezan por tiempo extra.
Algunas rezan por una dulce liberación.
Algunas rezan por salud y felicidad.
Otras por riquezas y renombre.
Pero nada de esto importará mucho…
si las aguas no caen…”
La balada Rezando por la lluvia, endulzada por la voz de Don Henley, ubica las cosas en perspectiva, deslizando cómo lo realmente primordial no es en lo primero que pensamos cuando pedimos un deseo. Así en el campo como en la montaña, esta canción podría resumir lo que sintieron miles de personas en el sur argentino durante semanas, porque el agua en la ciudad es la nieve en la montaña y en este invierno tan difícil, en el que durante casi tres meses el clima dio la espalda a lo que muchos necesitan, generó una preocupación popular, sobre todo en las ciudades -con cerros- que viven del turismo.
Porque si no hay nieve, no hay temporada, y entonces no hay trabajo ni dinero. El clima condiciona hasta los humores, sobre todo en estos tiempos de una pandemia que tanto nos han golpeado…
Pero, claro, todo cambia cuando el pronóstico se modifica. Y, de repente, la Madre Naturaleza regala y la paciencia tiene recompensa. Cuando ya nadie espera, ni el más conocedor de los locales, la nevada cae. Uno, dos, tres días.
Con fuerza. El manto blanco cubre las montañas y las laderas se llenan de gente. Entonces, la tristeza y preocupación dan paso a la motivación y la felicidad..
Odriozola vuela en un bosque de San Martín de los Andes.
En San Martín de los Andes, puntualmente en las cabañas de Jorge Belardi, rider histórico (47 años) del snowboard argentino, hay saltos y gritos. Los celulares filman la nevada detrás del vidrio y la ansiedad invade la intimidad.
El team de las marcas Quiksilver, Roxy y DC prepara todo para el otro día subir con todo al cerro. Está Iñaki Odriozola (25), snowboarder de nivel internacional y avezado habitante de la alta montaña.
También Fernando Natalucci (39), quien combina la creatividad sobre la tabla y la experiencia de tantos inviernos por el mundo.
Y, como en el 2020, se sumó Jenny Somweber (36), hija de padre austríaco que dejó a su esposo e hijo para un nuevo desafío hacia lugares tal vez no desconocidos pero sí impredecibles, como varios rincones de la montaña. Todo con la idea de compartir momentos en equipo y disfrutar conjuntamente de la pasión que les cruza la vida.
No están solos: cinco personas más integran la delegación de invierno, con el fotógrafo Julián Lausi y el filmer Martín Campi como los obreros de lujo del grupo.
Natalucci es crack en obstáculo: como salir volando de un refugio abandonado en el medio de la montaña.
“La experiencia fue muy enriquecedora. Todos los miembros del team son muy profesionales y eso hace que todo sea fluido. La buena predisposición y la energía de unión en el grupo se sintió desde nuestro encuentro”, inicia Jenny.
“Disfrutamos mucho el haber podido hacer el viaje pese a todo los obstáculos y compartirlo con un colectivo hermoso de personas. Venía siendo una temporada de poca nieve y pensamos que el tour no se haría. Pero de repente, de un día para el otro, las condiciones se pusieron muy buenas”, comparte Fernando.
“Sí, apareció una tormenta increíble: pasamos de no tener nada de nieve, de estar suplicando al cielo que nos regale unos copos, a estar cubiertos y ver cómo nos podríamos trasladar. Así de mágico resultó el cambio”, agrega Somweber.
Claro, uno propone y el clima dispone. Ellos más que nadie saben que están a merced de las inclemencias y que hay que adaptarse. Por eso, cuando el panorama cambió, el Team tuvo que ir por vehículos que estuvieran a la altura de esos terrenos y esa condición. Y, de ahí, al Cerro Chapelco. Una forma de decir, porque los riders profesionales se mueven en los fuera de pista. Donde terminan los medios de elevación, ellos siguen subiendo. El famoso backcountry, el patio de atrás de la montaña.
Pero, como siempre, “la Naturaleza dicta su ritmo y nosotros somos simples espectadores. Se aprovecha sólo cuando el clima lo permite”. Los primeros días, mientras la nieve caía incesantemente en San Martín, el team aprovechó el bosque y algunos obstáculos de street, como barandas y rampas, para hacer maniobras y trucos divertidos.
Y cuando el manto blanco se había formado, ya en La Angostura, el equipo decidió jugarse y subir hasta el Cerro Inacayal, buscando una bajada en nieve virgen.
Iñaki mete truco en una reja. Diversión a pleno en el Quiksilver Snow Tour.
Ya arriba, tras horas de caminata, cuando todos estaban listos para tirarse, una nube grande se instaló, nunca se fue y una tormenta amenazó al grupo, que tuvo que recurrir nuevamente a la filosofía paciente de montaña para mantener la calma y la positividad.
“Por unos segundos sentimos la frustración, pero enseguida entendimos que la montaña es así de cambiante y rápidamente hay que adaptarse a lo que propone”, reconoce Jenny. La visibilidad pasó a ser prácticamente nula y cuando parte del team prendió las alarmas, sintió inseguridad y hasta miedo en un terreno pedregoso, con vientos, hielo y nieve, los profesionales mostraron su temple y experiencia.
“Yo, en esas condiciones, siempre y cuando sepa que estoy en lugar seguro, tengo un plan y cuento con todos los elementos de seguridad (sonda, pala y arva), me siento seguro. Es más, a veces me gusta, me motiva que la montaña me cague un poco a palos”, admite Natalucci, quien es capaz de subir 2000 metros, con nieve onda, en una hora cuando a un mortal le llevaría el triple de tiempo.
“Siguiendo los pasos de subida hacia abajo no sentí miedo ni inseguridad ya que varias veces pasa en la montaña: de pronto no se ve nada y hay que mantener la calma y seguir la intuición para bajar de la mejor forma”, cuenta Somweber.
Claro, sólo con ellos no se corre el riesgo. El fuera de pista no es para cualquiera. Hay que conocer el terreno, dónde vas a dar tu próximo paso porque un accidente o una avalancha puede hacerte perder la vida a apenas metros del último puesto de control.
“Es como leer un Brayle, sobre todo luego de una primera gran nevada. Tenés que ver cómo sopló el viento la noche anterior, dónde la nieve quedó acartonada o se cortó una placa por un cambio de temperatura, porque debajo de la nieve pueda haber una piedra o un tronco… Ellos los ubican, mientras vos sólo ves un manto blanco. Esa experiencia se consigue con años bajando la montaña, compartiendo con colegas y participando en rescate de personas. Ellos son bichos de montaña, esos lugares no son para un amateur”, cuenta Juan Cruz Lanzinetti, director de logística de la misión.
“Hay que saber leer la montaña y tomar las mejores decisiones, sobre todo tras una nevada así. El panorama es tentador, pero a veces el fuera de pista no es la mejor opción, porque la nieve polvo está, pero sin una base sólida. Por eso arrancamos haciendo cositas en lugares más seguros y luego fuimos a buscar más”, explica Natalucci.
“A la montaña abierta no salís con cualquiera. Porque tu vida puede estar en manos de ellos, o al revés. Así se forma un vínculo fuerte y genuino. Una comunidad”, agrega Lausi, el fotógrafo. “El espíritu de solidaridad es grande. Comparten conocimientos, te cuentan cosas y ayudan, siempre”, cierra Lanzinetti.
Tras seis días juntos en la montaña, cada uno repasa las sensaciones. “El poder hacer la travesía pese a todo, el reencontrarnos y el trabajar juntos, compartiendo la misma pasión, hizo muy especial este trip”, opina Natalucci, quien tiene una combinación de alegría, carisma y tranquilidad que lo hacen distinto.
“Yo siento la misma pasión que el día que conocí la montaña, por eso subo en todas las condiciones y disfruto de cada estilo de snowboard, el freestyle, el freeride y el street, sea con profesionales, amigos o mi hijo. Cuando me pongo la tabla me conecto con el presente y soy otro…”, relata.
Jenny lo escucha y amplía esa filosofía de montaña que cautiva. “Caminar horas para hacer una bajada de segundos es parte de nuestra pasión, de nuestra búsqueda a esos instantes gloriosos, pero a medida que pasa el tiempo te das cuenta que esa subida se transforma también en goce, es el sudor de un premio gigante, parte de la aventura, el disfrutar el camino tanto como el destino, y a medida que te alejas más del centro de ski, de los ruidos y la gente se siente cada vez más esa unión con la montaña que te envuelven de armonía, esa que te hace vivir instantes plenos de presencia absoluta…”, agrega.
Los riders no son los únicos. Los obreros del team, enamorados también de la montaña y su filosofía de vida, disfrutan a su manera. “Yo nací, me crié y vivo en Buenos Aires, pero cuando descubrí la montaña, me hice adicto al snowboard. Entonces busqué la forma de pertenecer a este mundo. Lo logré con la fotografía y eso me cambió la vida en estos 25 años. Me convertí en una persona más respetuosa y humilde. Porque si a la montaña no la respetás, terminás mal… Yo me pegué un palazo contra un árbol en el 2000, bajando más fuerte de lo que debía por un bosque, y me destruí la rodilla. Hoy tengo cuatro tornillos, pero aprendí. Siendo humilde y paciente evitás problemas y en la ciudad a veces no podés, es al revés, seguís a mil… También aprendí a valorar el concepto de amistad, de grupo, de equipo, porque si bien las bajadas son individuales, las operaciones son en equipo y uno debe ponerse en segundo lugar. Todas estas enseñanzas y cambios me sirvieron en otros ámbitos”, se sincera.
En la montaña, Lausi encontró otra profundidad, otra vida. “Sensaciones de plenitud que te llenan el alma, como deslizarse sobre nieve onda, que sacan lo mejor de vos.
Acá encontré un diferencial, desaceleré mi personalidad y soy feliz. Y encontré, en la fotografía, mi mejor versión, una forma de pertenecer a un grupo e inmortalizar instantes únicos. Con mi cámara congelo momentos de felicidad y aprendizaje. Así disfruto”, cierra.
Cada uno a su manera. Siendo profesionales pero con espíritu amateur.