por Carlos Aletto
La novela “Pirse, el improbable”, del escritor y actual director de la Biblioteca Nacional Juan Sasturain, es -al estilo de Borges o Umberto Eco- una pesquisa donde el lector no hallará, a través de las aventuras del protagonista Roberto “el Bobo” Pirse a un criminal, sino un manuscrito de la primera versión del libro “El último Hammett”, que el autor creía perdido para siempre en la ciudad de Rosario en los años 80.
Desde el momento en que Sasturain decidió hace tres décadas que alguna vez escribiría la continuación de “Tulip”, la novela que dejó inconclusa Dashiell Hammett, supo que el texto final que resultara de ese experimento, “ese salto al vacío, ya que trabajaba sin permiso y no sabía adónde iba”, incluiría una crónica (entre verdadera y ficticia, como siempre) del proceso de gestación de su relato, que justificara o explicara el hecho mismo de la ambigua tarea que se había impuesto.
Pasaron más de treinta años de intermitente escritura hasta que el autor de “Manual de perdedores” llegó al voluminoso manuscrito final en donde “estaba todo”.
Para la publicación de “El último Hammett” en el 2018 tuvo que elegir si incluía o no en el cuerpo general de la compleja trama la historia material de la producción del texto. Entonces Sasturain descubrió que esa crónica era otra novela de pleno derecho, que merecía su espacio, su registro, su propia vida. Y decidió anunciarla en el párrafo final:
“Al hipotético lector:
La última aclaración o salvedad o promesa tiene que ver con la materialidad del texto, con el manuscrito mismo de esta novela que alguna vez se llamó The Last Dash y cuyos avatares de escritura y peripecias ulteriores serán merecedores de una próxima crónica no menos novelesca que este relato. Pero ésa es otra historia. La que vendrá”.
La novela, “Pirse, el improbable”, que terminó en el otoño del 2019, es esa historia prometida.
Sasturain nació en 1945 en la ciudad Adolfo González Chávez. Es egresado en Letras, docente y divulgador de literatura, periodista, autor de “Manuel de perdedores”, “Picado grueso”, “Dudoso Noriega” y una treintena más de títulos. En la actualidad es el director de la Biblioteca Nacional, en un año signado por la pandemia que obligó a la institución a no abrir al público por las medidas sanitarias y que tuvo una reapertura breve con protocolos y un sistema de reserva de turnos previos que debió suspender por el aumento de casos de Covid desde el 29 de marzo.
– ¿En “Pirse, el improbable” aparece una matriz del policial, sobre todo en la reconstrucción del hallazgo del original?
– Me parece que la idea es un poco más amplia y abarcadora que “lo policial”. Creo que si hay una matriz, un rasgo común que caracteriza o contamina las ficciones que he podido escribir es la idea de la “aventura”. Son relatos de aventuras -incluidos los policiales de Etchenike, por ejemplo, o las peripecias de “Perramus”- pero no como pura peripecia sino en el sentido oesterheldiano: alguien, cualquiera, en una coyuntura epifánica o trágica o meramente casual, descubre (se inventa, sueña, encuentra) un sentido para su vida. Y comienza a obrar en consecuencia. Nada menos. Eso es Borges, también, claro.
En el caso de Pirse, el relato es la crónica de una doble pesquisa, una doble aventura: por un lado, la del narrador que se confunde alevosamente conmigo, el autor, y tiene que ver con la escritura, pérdida y recuperación de un manuscrito; así, escribir aventuras se confunde con la aventura de escribir. Y la pesquisa del personaje, el Bobo Pirse, que sale en busca aventurera de su padre, intuido en un personaje de ficción que descubre en un desvío de la trama de “El halcón maltés”.
– ¿De dónde surge la idea de que Roberto Gabino Pirse se sienta hijo de un personaje literario?
– Siempre, o cada vez más y con más fuerza, he intuido que la manera más fiel de explicar (nos) el sentido del universo o de la realidad o de lo que somos y nos pasa, es considerarnos parte de un relato. Todo es relato. Esto que hay es la respuesta a una sugerencia impensable fuera del tiempo: Contame algo. Alguien lo ha dicho mejor: si el universo es una respuesta, ¿cuál fue / es la pregunta? De ahí nuestra compulsión a narrar, a engrosar con nuevos hechos –pretendidamente reales o imaginados- la “prolijidad” de lo que convenimos en llamar la realidad. En este sentido, Roberto “El Bobo” Pirse no hace sino llevar a un extremo absolutamente coherente y lógico –en términos de ficción personal de cabotaje- la pregunta por el origen, por el Padre, por el sentido de la ficción en la que se encuentra involucrado.
– ¿Cómo se cruzan la idea de “improbable”, verosímil y veraz en la historia?
– Como se especula en un pasaje del largo coloquio con que arranca la novela, entre el narrador y el donante de la maravillosa colección de libros policiales, Roberto Gabino Pirse es “improbable” en el doble sentido de la palabra: en términos estadísticos por su rareza, por su condición extraña y anómala con respecto a la generalidad: no es o era de de lo que suele haber y por lo tanto cabe que no haya sido; y –conexamente- es también improbable porque –como todo ente de ficción- no puede ser probado, sujeto al criterio de verdad: verdadero o falso. Hay trampa ahí, claro que sí: se entreveran sin pudor las categorías de lo veraz propio de la “realidad” y de lo verosímil, que establece las reglas del juego tácitas de la “ficción”. Ese entrevero es intencional, inevitable.
– ¿Cómo trabajó la reconstrucción de los contextos culturales de Rosario?
– El contexto temporal rosarino abarca tres momentos. Los años de la juventud de Pirse, el ambiente cultural de los cuarenta en el Litoral, son pura ficción anclada, como siempre, en las referencias y nombres propios verdaderos mechados en un cuerpo de ficción. Me divertí mucho imaginándolo.
El segundo momento –el encuentro primero del narrador con Pirse- arranca a comienzos de los setenta y tiene que ver, libremente, con experiencias personales en la docencia universitaria durante la “primavera camporista” y culmina en los ochenta, con el reencuentro con el personaje y la escritura de “The Last Dash”. También hay mucho de autobiográfico en las referencias a la vida cultural de la época.
El tercer momento, ya en los 2000, tiene que ver con la maravillosa experiencia de mi vuelta a Rosario para conocer a Rodolfo, el “caballero verdadero” a quien está dedicada la novela de la que devino personaje. El reencuentro con el manuscrito perdido tres décadas atrás dispara la memoria y la acción. Otra vez, los hechos reales –el regalo inesperado de una biblioteca entera- y la ficción novelesca se (me) mezclan. Rosario ha sido muy importante en mi vida por muchas razones.
– ¿Y el contexto histórico del peronismo, la Triple A, Malvinas…?
– La historia y la política con todos sus avatares están siempre en las ficciones que suelo escribir. Pero no son nunca el tema. Aparecen sobre todo como clima que se respira, telón de fondo “natural” e ineludible. Y lo mismo sucede con las referencias culturales, ambientes, medios, libros, usos, hechos y personajes. Son historias siempre situadas en contextos precisos. Lo mismo me pasó –quiero decir que no es “intencional”, se da así- con las circunstancias en que transcurre la historia de “El último Hammett”, en los USA de 1953. En “Pirse, el improbable”, además, como sucedía con la Mar del Plata y alrededores de “Dudoso Noriega”, el arco temporal de la ficción es amplio y el narrador, en este caso, recorre momentos de su experiencia que van de la impune juventud a la equívoca madurez. El que escribe siempre es escrito por su tiempo y sus maneras.
– ¿El protagonista de la novela, Pirse, termina siendo un ser querible, incluso para el autor?
– Como el jubilado Julio Argentino Etchenique, como el General Rosca o Nick Frascara, como el iluminado San Jodete, como el arquero Pirovano, como el mismo Salvador Noriega, como el gordo Arroyo, como Campodónico el agrónomo; incluso como el pibe Martínez devenido Zenitram, casi todos los personajes de mis ficciones se (me) hacen merecedores de atención, afecto o mera o tramposa simpatía sentimental a partir de cierta obstinada convicción que los guía, los lleva generalmente al carajo o sus alrededores.
En cierta medida, el Bobo Pirse participa de esa naturaleza antiheroica, si la categoría no resulta excesiva. No es poco.