Por Nino Ramella
El tiempo lo cura todo. No es cierto. Exactamente hace hoy 20 años el absurdo nos robó a Juan Carlos García Reig y nos duele como aquel 6 de febrero de 1999. Tenía 38 años. Se murió del corazón. De qué otra cosa.
Suelo jugar a adivinar qué diría hoy Cachi sobre tal persona o situación. Qué intrascendente cosa lo inspiraría para escribir lo inesperado, lo que sólo a él podría ocurrírsele. Y estoy seguro que no acertaría. En alguien que no tiene molde no hay pistas para seguir.
Construía universos con aquello que ninguno veíamos y que parecían creados sólo para que él los descifrara. Un detalle resultaba el principio de una catedral. También podía ser un disparo a su costado más vulnerable. Una palabra podía desgarrarlo. Teníamos que tener cuidado con eso. “A mí, sabés, no me es muy fácil andar por la vida”. Es que compartir la existencia con quienes andan en otra frecuencia no es sencillo. Ser único destierra de las convenciones.
Esa alteración de la obviedad constituía en Cachi la cantera de situaciones que sus amigos atesoramos como para una antología de las anécdotas más delirantes, que luego él interpretaba con argumentos más excéntricos todavía. Si bien la ironía es producto del infrecuente encuentro entre el humor y la inteligencia, en Cachi era natural y espontánea.
No conocí a alguien que, tratándolo, dejara de quererlo. Fue siempre una debilidad para sus amigos y conocidos. Una debilidad producto de su talento, pero básicamente porque todos intuíamos que había que protegerlo. Era fácil adivinar que bajo la piel de ese ser tan dotado se escondía un niño expuesto a las acechanzas que implica vivir.
Dos fueron sus libros de cuentos. “Bacará” (1983) y “Los días de miércoles” (1986). Con ellos se colocó entre los escritores más reconocidos de nuestra ciudad. Sus cuentos aparecieron un varias antologías aquí y en el exterior. Era, por otra parte, muy localista. Sus historias reflejan ese escenario y los personajes de ambos libros suelen inspirarse en sus relaciones marplatenses.
No fue sólo por su aporte como escritor el reconocimiento que merece. Fue un funcionario que inspiró y concretó valiosos proyectos en el por entonces Ente de Cultura. Fue su idea recuperar el Premio Municipal de Literatura, olvidado por años, que luego llevó el nombre deOsvaldo Soriano. Se empeñó también en recordar la gesta de los jesuitas al cumplirse 250 años de haber llegado a nuestra región y se hizo con una rica programación. Cuando decidimos realizar el mural de Borges que Miguel Rep regaló a la ciudad, fue él quien tuvo la responsabilidad de gestionar su concreción.
Más tarde ocupó la dirección del Centro Cultural Victoria Ocampo. En esas funciones lo encontró la muerte. En ese lugar, fusilados de tristeza, a sólo cuatro días debimos celebrar el aniversario de la ciudad. Fue el cumpleaños más desgarrador que recordarse pueda. Plantamos al mes de su partida un ginkgo biloba que hoy crece robusto en Villa Victoria.
Diez años antes de su partida Cachi escribió en el dorso de una postal: “Nino, en 1986, para tu cumpleaños, te regalé una botella con un pergamino enroscado adentro. Te hice un gran regalo. Es lo único que escribí en serio en toda mi puta vida. Desenroscalo y leelo una vez más. Pasan los años y no paro de reírme. Te quiere y te abraza. Cachi”.
Lo desenrosco, lo leo y también me río: “Guía del náufrago solitario. Sobrevivientes del último naufragio del mundo. Coronados por el desvarío del tiempo. Comprendimos al fin que todo es simplemente bello. Burlamos las trampas del amor y la verdad. Para nosotros ya no hay rescate. Estamos condenados a morirnos de risa”.