Cultura

Itinerarios de lectura: El poder de las historias vividas y terminadas

Nadie como Tolkien para ejemplificar ese poder. En esta entrega, Nomi Pendzik analiza El señor de los anillos para ofrecer respuesta al elemento de la misión, el héroe y la metaficción.

Por Nomi Pendzik

Si alguien me formulara ahora la consabida pregunta sobre qué libro me llevaría a la isla desierta, yo contestaría sin dudar: El Señor de los Anillos. Los tres volúmenes, por supuesto: forman una sola obra. Una obra casi inabarcable: partiendo tanto de su imaginación como de mitos y personajes preexistentes, Tolkien ha creado un universo variado y coherente, con sus diversas criaturas, sus costumbres, sus paisajes, sus idiomas, sus villanos y sus héroes, y un sistema de normas y creencias que los llama a cumplir con una suprema misión. El eje argumental de la saga son las aventuras de los hobbits Frodo y Sam, quienes deben llegar a la Montaña de Fuego y arrojar allí el Anillo para destruirlo definitivamente y evitar la propagación del mal.

En el fragmento que hoy propongo, los dos amigos, que a su pesar se han adentrado en las lúgubres tierras dominadas por Sauron, se encuentran en la etapa final de su travesía. Están exhaustos, rodeados de enemigos en un paisaje inhóspito, muy distinto del de su dulce Comarca. El Anillo le pesa a Frodo como si no quisiera dejarse destruir, y cada vez se le hace más difícil al hobbit concretar su misión. En el último remanso que disfrutan antes de los más oscuros episodios, conversan sobre las historias que tanto disfrutaba Sam. Es un diálogo metaficcional: la ficción habla sobre sí misma. Como el Quijote, que cabalga hacia su destino pensando cómo contarán esos lances sus futuros aedas, los hobbits imaginan que su hazaña está lograda, que ya se convirtieron en personajes de una epopeya, y sueñan con las alabanzas de sus lectores -los lectores somos nosotros, claro, quienes tenemos delante esa misma epopeya-.

Es evidente su deseo de cumplir la misión, de volver a casa. No saben si alguien compondrá esas canciones, pero manifiestan su anhelo de haber superado el peligro. Y mientras la aventura transcurre, Sam y Frodo analizan su propia aventura y comentan sus respectivos roles en ella, a la luz de las viejas sagas narradas alrededor del fuego.

Y el lector de la novela repasará en ese diálogo el espléndido arco que trazaron estos personajes, la evolución que sufrieron desde el comienzo de su viaje hasta este momento crucial en el que tienen en sus manos el destino de toda la Tierra Media. Frodo no es ya el joven alegre y despreocupado: el peso que lleva lo marcará para siempre. Y Sam, el jardinero simple y juguetón, que emprendió este periplo casi por casualidad, ahora es protagonista. Su fidelidad a Frodo, su humildad, su fortaleza y su esperanza lo convertirán en héroe, aun sin pretenderlo. Han crecido los dos, se han curtido. Y saben que, aunque consigan volver al hogar, ya nunca serán los mismos.

El diálogo termina con una vuelta al presente de la narración, ese presente en el que todo está por lograrse. Pero la refrescante proyección al futuro renueva sus fuerzas. Y el recuerdo de las antiguas sagas les garantiza que su aventura, aun cuando resulte inédita, hunde sus raíces en las verdades eternas. Como dice Sam, significando que el destino del hombre es la trascendencia, “Las cosas hechas y terminadas y transformadas en grandes historias son diferentes”.

***

“El Señor de los Anillos. Las dos torres”

Libro Cuarto, capítulo 8: “Las escaleras de Cirith Ungol”

(Traducción de Luis Domènech y Matilde Horne)

—A mí no me gusta nada de aquí: piedra y viento, hueso y aliento. Tierra, agua, aire, todo parece maldito. Pero es el camino que nos fue trazado.

—Sí, es verdad —dijo Sam—. Y de haber sabido más antes de partir, no estaríamos ahora aquí seguramente. Aunque me imagino que así ocurre a menudo. Las hazañas de que hablan las antiguas leyendas y canciones, señor Frodo: las aventuras, como yo las llamaba. Yo pensaba que los personajes maravillosos de las leyendas salían en busca de aventuras porque querían tenerlas, y les parecían excitantes, y en cambio la vida era un tanto aburrida: una especie de juego, por así decir. Pero con las historias que importaban de veras, o con esas que uno guarda en la memoria, no ocurría lo mismo. Se diría que los protagonistas se encontraban de pronto en medio de una aventura, y que casi siempre ya tenían los caminos trazados, como dice usted. Supongo que también ellos, como nosotros, tuvieron muchas veces la posibilidad de volverse atrás, sólo que no la aprovecharon. Quizá, pues, si la aprovecharan, tampoco lo sabríamos, porque nadie se acordaría de ellos. Porque sólo se habla de los que continuaron hasta el fin… Y no siempre terminan bien, observe usted; al menos no de ese modo que la gente de la historia, y no la gente de fuera, llama terminar bien. Usted sabe que´ quiero decir: volver a casa y encontrar todo en orden, aunque no exactamente igual que antes… como el viejo señor Bilbo. Pero no son esas las historias que uno prefiere escuchar, ¡aunque sean las que uno prefiere vivir! Me gustaría saber en que´ clase de historia habremos caído. —A mí también —dijo Frodo—. Pero no lo sé. Y así son las historias de la vida real. Piensa en alguna de las que más te gustan. Tú puedes saber, o adivinar, que´ clase de historia es, si tendrá un final feliz o un final triste, pero los protagonistas no saben absolutamente nada. Y tú no querrías que lo supieran.

—No, señor, claro que no. Beren, por ejemplo, nunca se imaginó que conseguiría el Silmaril de la Corona de Hierro en Thangorodrim, y sin embargo lo consiguió, y era un lugar peor y un peligro más negro que este en que nos encontramos ahora. Pero esa es una larga historia, naturalmente, que está más allá de la felicidad y más allá de la tristeza… Y el Silmaril siguió su camino y llego´ a Ea¨rendil. ¡Cáspita, señor, nunca lo había pensado hasta ahora! Tenemos… ¡usted tiene un poco de la luz del Silmaril en ese cristal de estrella que le regaló la Dama! Cáspita, pensar… pensar que estamos todavía en la misma historia. ¿Las grandes historias no terminan nunca?

—No, nunca terminan como historias —dijo Frodo—. Pero los protagonistas llegan a ellas y se van cuando han cumplido su parte. También la nuestra terminará, tarde… o quizá temprano.

—Y entonces podremos descansar y dormir un poco —dijo Sam. Soltó una risa áspera—. A eso me refiero, nada más, señor Frodo. A descansar y dormir simple y sencillamente, y a despertarse para el trabajo matutino en el jardín. Temo no esperar otra cosa por el momento. Los planes grandes e importantes no son para los de mi especie. Me pregunto sin embargo si algún día apareceremos en las canciones y en las leyendas. Estamos envueltos en una, por supuesto; pero quiero decir: si la pondrán en palabras para contarla junto al fuego, o para leerla en un libraco con letras rojas y negras, muchos, muchos años después. Y la gente dirá: “¡Oigamos la historia de Frodo y el Anillo!” Y dirán: “Sí, es una de mis historias favoritas. Frodo era muy valiente ¿no es cierto, papá?”. “Sí, hijo mío, el más famoso de los hobbits, y no es poco decir”.

—Es decir demasiado —respondió Frodo, y se echó a reír, una risa larga y clara que le nacía del corazón. Nunca desde que Sauron ocupara la Tierra Media se había escuchado en aquellos parajes un sonido tan puro. Sam tuvo de pronto la impresión de que todas las piedras escuchaban y que las rocas altas se inclinaban hacia ellos. Pero Frodo no hizo caso; volvió a reírse—. Ah, Sam si supieras… —dijo— De algún modo, oírte me hace sentir tan contento como si la historia ya estuviese escrita. Pero te has olvidado de uno de los personajes principales: Samsagaz el intrépido. “¡Quiero oír más cosas de Sam, papá! ¿Por qué no ponen en el cuento más de las cosas que decía? Eso es lo que me gusta, me hace reír. Y sin Sam, Frodo no habría llegado ni a la mitad del camino, ¿verdad, papá?”.

—Vamos, señor Frodo —dijo Sam— no se burle usted. Yo hablaba en serio.

—Yo también —dijo Frodo—, y sigo hablando en serio. Estamos yendo demasiado de prisa. Tú y yo, Sam, nos encontramos todavía atascados en los peores pasajes de la historia, y es demasiado probable que algunos digan, al llegar a este punto: “Cierra el libro, papá, no tenernos ganas de seguir leyendo”.

—Quizá —dijo Sam—, pero no es eso lo que yo diría. Las cosas hechas y terminadas y transformadas en grandes historias son diferentes. Si hasta Gollum podría ser bueno en una historia; mejor que ahora a nuestro lado, al menos. Y a él también le gustaba escucharlas en otros días, por lo que nos ha dicho. Me gustaría saber si se considera el héroe o el villano…

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