Por Carolina Bugnone
Apaga el cigarrillo en el momento en el que prende el siguiente. Pálido, no está comiendo bien y se nota en la cara y en los huesos que quieren asomar desmedidos. Tampoco duerme demasiado. Le gusta lo oscuro, pero esto se le está poniendo negro azabache. Ella se hizo humo justo cuando más la necesitaba, y últimamente había reparado en eso: la necesitaba.
A veces para no morirse, a veces para tener el mejor sexo que podía esperar en esos tiempos, a veces para leerla, para hablarle, otras para que le hiciera una pizza casera.
Lo cierto es que su falta no le hacía la más mínima gracia, y en el medio de eso, las otras faltas se magnificaban y entonces se comían todo, lo que había, lo que no había, lo que podría haber. Ahuecado de faltas, sólo restaba intoxicarse. Así se mentía un rato más, hasta que el agujero y la falta le crecían de nuevo y se iba todo al carajo.
Ahora se hunde en los libros y deja que las palabras lo atormenten, total no podría estar más atormentado. Solamente ese oasis y el de escribir le dan un margen de aire. Que pronto sofoca con el próximo cigarrillo. Y el rostro de la mujer de humo otra vez.
Mientras el círculo recomienza a cada rato, hay otra que lo mira y él aún no la vio. La vio, pero no la vio. Salió de la nada, como las cosas que no importan, y no se sabe qué pero algo vio en él. Mientras apaga otro cigarrillo, ella mira curiosa sus gestos, sabe que su mirada lo ataca y no le importa quedar al descubierto. Porque ella sí que se las arregla con las faltas, algo hace, lo que sea pero algo hace. Y ahora lo que hace es mirarlo. Le dice ¿qué onda? vestida de informalidad y bañada en deseo. Y él, no la ve.
Porque en su cabeza el hueco es enorme y el alma viene agitada y reniega desde hace tiempo. Y ella insiste un poco, porque sabe lo que quiere y lo que quiere es a él, y además tiene que hacer algo con su propia falta. Y pide otra cerveza y lo mira servir, esas manos huesudas y blancas y ese descuido notorio en el aspecto que deja en evidencia el mal sueño y la bronca hacia adentro. Ella sospecha que una mujer se le fue, pero como a ella también se le fue un hombre, poco repara en el detalle.
Se encontraron dos faltantes. A unir las faltas a ver qué sale, y se ríe. Porque al humor no lo pierde. A él le parece tan rara esta mujer que sonríe tanto y mueve sus labios como si fueran oleajes y lo mira como si no le fuera a quedar otra mirada en la vida.
Lo incomoda y le gusta a la vez, pero aún no la vio. Y como él la deja pasar, le habla pero no la ve, y el humo se le cuela hasta por las orejas, ella se rinde.
Y él, que nunca la tuvo, la pierde.