La Ciudad

Historias de canillitas, toda una vida de sacrificio diario entre tinta y papel

Tres históricos referentes del rubro compartieron sus experiencias y anécdotas. Desde ayudar a tomar el colectivo a jóvenes marplatenses que se volvieron exitosos profesionales a venderle el diario a Monzón o entretener con revistas a Cristian Castro en su infancia.

 

Por Gonzalo Gobbi | Twitter: @gonzalogobbi

 

Referentes históricos de cada barrio. Diarieros, canillitas, vendedores de diarios y revistas. Marplatenses apasionados por un oficio que se lleva en la piel curtida por el frío y los años. Laburantes que salen antes que el sol en bicicleta o a pie a repartir el diario y que resisten a la era digital entre el olor a papel y tinta desde los emblemáticos kioscos color naranja a fuerza de trabajo y sacrificio.

La “bici” de Jorge tiene al menos 25 años y el fierro derecho achatado de tanto apoyarla sobre las paredes en frías madrugadas para entregar a tiempo el diario a domicilio, tarea que repite hace 42 años, antes de abrir su kiosco en la esquina de Talcahuano y Ortiz de Zárate.

Jorge Taulé tiene 67 años. Nació y se crió en el barrio. A su padre le habían prometido allá por los años 50 que asfaltarían Talcahuano y que de a poco se volvería una calle comercial. Hoy es uno de los principales centros comerciales. Allí, donde había baldíos y hoy abundan los negocios, desde 1979 está el kiosco de diarios, la sonrisa de Jorge y la calidez de Chela, su compañera de vida.

“Salgo todos los días en la bicicleta. A las 4 de la mañana busco el diario y 4.30 reparto LA CAPITAL. Me conocen todos y se ha generado una relación de amistad y confianza muy fuerte. He visto crecer a generaciones enteras de vecinos. Algunos que hace 40 años me compraban el diario hoy vienen a buscar revistas para sus nietos”, contó.

El oficio cambió. “Hubo que reinventarse”, asegura Jorge. “Lo digital hizo que la lectura de revistas y diarios cayera pero hay que ir manejando la situación. Hoy hasta me piden por WhatsApp el diario, no se puede creer”, afirmó con una sonrisa inocultable a pesar del barbijo.

Junto a él, siempre, Chela, su esposa. Gracias al sacrificio de abrir el puesto cada día, con lluvia o calor, criaron a su hija y hoy disfrutan de sus tres nietos. “Laburo desde los 12 años. Ese ejemplo de trabajo, la cultura del trabajo, es lo más preciado que puedo dejarles”, dijo y seguido contó cómo quizás sin pretenderlo impulsó a los vecinos a alcanzar sus propias metas y superar obstáculos.

“Una tardecita para un auto, baja un muchacho lleno de harina. Me dice… ‘Jorgito, me recibí de médico, recién llego de La Plata y te vengo a ver. Sos parte de mi educación‘. Enseguida lo recordé: lo ayudaba a tomar el colectivo cada mañana cuando era un nene. Hoy es un gran médico y trabaja en Estados Unidos”, contó Jorge.

Al instante recordó a otra joven que “se quejaba porque iba a trabajar mientras estudiaba para ser instrumentista y ganaba muy poco”. Jorge la escuchaba y la alentaba. “Aguantá, Valeria, aguantá, que ya te vas a recibir y ganar poco es mejor que nada”, le decía. Aquella joven no sólo se recibió sino que hoy trabaja en una multinacional. “Viajó por todo el mundo… ‘¿te acordás cuando tomaba el colectivo, Jorgito?’, me decía riéndose. Y se acordaba de cómo la alentaba”, relató orgulloso.

En noviembre Jorge cumplirá 42 años al frente del kiosco de Talcahuano y Ortiz de Zárate. “Quiero descansar, pero ¿a quién se lo dejo? Esto es un amor, como un hijo. Lo sostenemos de a dos, con Chela, experta en recomendarles revistas a las vecinas. Mi señora es el gran premio y en este puesto está toda mi vida“, agregó.

“Me crié en el kiosco”

Tito Fara tenía apenas 12 años cuando comenzó a atender el kiosco de diarios de Luro e Independencia. Lo heredó de su padre, Elías Fara, quien lo abrió en 1948.

Con la radio de fondo y cientos de revistas, diarios y libros, Tito afirma con orgullo que “se crió en el kiosco” rodeado de bancos y oficinas, pero también muy cerca del viejo Teatro Opera, gracias al que conoció a decenas de artistas.

“Lo más lindo es el trato con la gente. Nos conocemos de años. De chiquito salía a las 5, venía a abrir, a las 8 me iba a la escuela y después volvía. Es sacrificado, con frío o con lluvia se sale a repartir igual. El diario no puede faltar”, dijo. El canillita de Luro de Independencia recuerda los días en los que tenía “lindas charlas” con Carlos Monzón y le vendía el diario, o cuando “entretenía con revistas infantiles a Cristian Castro” mientras su madre cantaba en el Opera.

Tito Fara vende diarios desde los 12 años en el puesto de Luro e Independencia que heredó de su padre.

En esta esquina hay una vida. Recuerdo la vez que más diarios LA CAPITAL vendí: fue después de la nevada del 1 de agosto de 1991. Me los sacaban de las manos”, dijo.

“También cuando fallecieron Olmedo (1988) y Claudio Levrino vendí muchísimo”, dijo con nostalgia. En aquel entonces abría el puesto las 24 horas. “La gente hacía la cola para ver el diario. Otra época, otro tiempo”, recordó.

El avance de la era digital enfrió la venta, pero como puede, Tito sostiene su oficio, heredado de su padre y también de su tío, creador de la mutual de Canillitas. “Por ellos estoy acá y por mis dos hijos y mi nieto”, agregó.

Atento con la gente, es un histórico referente del centro. “Sigo levantándome a las 5. Si no vengo y abro no sabría qué hacer. Nunca pensé que la actividad iba a caer así, pero yo resisto, sigo acá. Esta es mi vida“, completó.

“Seguimos resistiendo”

Marcelo Marcos (61) está por cumplir 40 años como canillita. Se hizo cargo del kiosco de Juan B. Justo y Córdoba en 1982, con apenas 22 años, y allí sigue en pie resistiendo a la caída de las ventas, el avance de la era digital y ahora la pandemia.

El kiosco naranja, lleno de mercadería y calefaccionado está próximo al Hospital Privado de Comunidad y varios cafés. Pacientes y familiares que acompañan han comprado allí al menos una vez una revista, el diario o un libro para amortiguar la espera o largas jornadas de internación.

“La venta cayó. Lo que salen son las colecciones, las revistas infantiles y de moda. Si no lo tenés seguro no lo vendés. Podés no vender lo que tenés, pero tratamos de tener de todo”, contó.

En el año de la guerra de Malvinas, el antiguo dueño del kiosco lo invitó a trabajar y Marcelo nunca más se fue. Llegó a tener diez empleados y abrir 24 horas, pero hace una década “comenzó un gran cambio por lo digital que se aceleró con la pandemia y eso nos afectó”, dijo.

“Nuestra actividad se fue degradando, hay mucho manoseo”, cuestionó pero enseguida remarcó la “satisfacción” del trato diario con la gente del barrio: “Es la más fiel. Este es mi oficio y a pesar de todo, sigo acá luchándola, repartiendo el diario todas las mañanas”.

Marcelo Marcos está a cargo del kiosco de diarios y revistas de Juan B. Justo y Córdoba desde 1982.

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