Para la tía Elena eran parecidísimos: el galán "franchute" y Martín Mansilla.
Por Enriqueta Barrio (*)
A Alain Delón. Tomá. Superame esa.
Desde hacía más de sesenta años que, mientras se peinaba frente al espejo cachado del baño, se decía esa frase.
Alain Delón.
Era uno de esos asados en los que se juntaba toda la parentela y no se juzgaba: el tío borracho, la prima rapidita, el abuelo con arteriosclerosis (en esa época se le decía así a la enfermedad que hoy llaman Alzheimer)… todos participaban del encuentro, cada uno con su raye, y los chicos aprendían mucho escuchando y viendo. Después las personas se fueron volviendo más intolerantes y selectivas en las relaciones.
Sus primos y él eran felices corriendo a las gallinas en el terreno del fondo y asustándose cuando las aves perdían la paciencia y los arrinconaban a picotazos; mientras los tíos tomaban vino junto al asador humeante y las mujeres preparaban las ensaladas.
En una de las carreras enloquecidas entre las piernas de los adultos, lo manoteó en el aire la tía Elena y lo envolvió con sus asfixiantes brazos, ahogándolo en un mar de Mary Stuart y spray para el pelo.
-¡ Pero qué lindo está este muchacho! A verte…
Lo separó un poco de su pecho y le tomó la barbilla con fuerza, ladeándole la cabeza para uno y otro lado para descifrar mejor sus rasgos esbozados de niño.
-¿Sabés a quién te parecés, Martincito?… A Alain Delón!!! ¿No es cierto, José, que Martincito tiene un aire a Alain Delón?- decía sin soltarlo mientras le pellizcaba la mejilla.
Se liberó como pudo y siguió jugando “a las gallinas”, pero le quedó grabado lo cantarino del nombre, del tal Alain Delón, al que él desconocía completamente.
Unos años después, sentado bajo uno de los secadores de pelo de la peluquería de Doña Ester, jugando mentalmente al astronauta mientras su madre y otras mujeres parloteaban, vio en la revista 7 Días que se patinaba del regazo de la Negra Sartore, al tal Alain Delón.
Se lo quedó mirando fascinado. ¿A este tipo se parecía él? Sí, puede ser, eh…, pensaba, algo en la boca… en la manera de levantar la ceja… puede ser, puede ser…
Recorrió durante un buen rato los rasgos suaves, casi femeninos, del galanazo, deslizándose por el tobogán fácil de la nariz, admirándose frente a la descuidada perfección con la que le caía el pelo, hundiéndose en la claridad de esos ojos…
Concluyó en que, a pesar de su pelo ondulado, su nariz aguileña y el pequeño desvío de su ojo derecho (que le valió el apodo barrial de “El Virola”), “algo” tenían Alain Delón y él, Martín Mansilla, en común. “Un aire”, pensaba resumiendo la idea para sí mismo.
Nunca habló de este parecido con nadie, aunque tiró un par de insinuaciones algunas veces, a ver qué pasaba.
Una tarde de domingo, en el departamento de soltera de Zulema, con quien estuvo un tiempo engayolado, pasaron una película aburridísima en la que actuaba el franchute. Fingió un entusiasmo artístico y arengó a Zulema para verla juntos desde la cama desordenada.
Ella aceptó de mala gana y se acomodó entre las frazadas.
Martín la pispeaba por el rabillo del ojo, tratando de adivinar el momento en el que ella descubriera el parecido, pero lo único que vio fue cómo se entrecerraban los ojos de su amada y su respiración se hacía pesada y ronca.
-¡Mirá, ahí viene el asesino!, la sobresaltaba para despertarla.
Zulema salía del sopor del sueño por un instante, hacía foco en la televisión y se volvía a dormir, vencida por la proverbial lentitud del cine francés.
El se fumó la película entera como un duque, y la verdad es que en varias escenas notó la similitud de la que le habló la tía Elena a los ocho años, aunque se reconocía más viril. Apagó la televisión y abrazó desde atrás a Zulema, acá está tu Alain Delón, pensó sin decirlo.
Una vez, antes de quedarse pelado del todo, fue a lo de Néstor, el coiffeur del barrio, con una foto del tipo doblada en cuatro en el bolsillo del pantalón. La desplegó y ante los ojos risueños del peluquero, le pidió algo “masomenos así”.
-Tené en cuenta que a estos tipos les dan unas viabas bárbaras, vos lo ves así como despeinado en la foto, pero para que ese pelito le caiga ahí y no un centímetro más allá, están horas antes de sacarle la foto…- se justificaba Néstor mientras le mostraba la nuca en el reflejo de un espejo redondo.
La verdad es que nunca más nadie en su vida vinculó a Alain Delón con Martín Mansilla, aparte de la tía Elena, que en paz descanse.
Justo hoy leyó en el diario de la semana pasada que le pasaba el vecino, que el actor francés ya tenía 82 años y estaba solo y deprimido, hablando de la muerte cercana, harto de vivir, vacío y enojado.
Mirá vos, se dijo Martín Mansilla sonriendo, acá estamos, al final del camino, tan parecidos, Alain Delon y yo.
(*) En Facebook: Enriqueta Barrio Escritora,
enriquetabarrio@gmail.com, en Instagram @soylaqueta y en FM 104.5 “Noches de Barrio”.