Cultura

Historias de Barrio: Carta a la mamá del doctor Sánchez

Una historia real, la de un médico de un hospital que hace lo imposible por enlaltecer la profesión.

Por Enriqueta Barrio (*) (**)

 

Desde que conocí a su hijo, señora, pienso en usted.

Por gajes de mi oficio (trabajo con chicos desde hace más de treinta y cinco años), tengo la costumbre de ver en los adultos al niño que fue. Los puedo adivinar haciendo los deberes a los ocho años, tan limpios de la contaminación que con la adultez invade a las personas, sacándole punta al lápiz, preocupados porque les pica el pulóver que les hicieron usar, concentrados haciendo un problema de matemáticas, guardándose un alfajor en el bolsillo como si fuera un tesoro.

He visto crecer y hacerse hombres a miles de estos chicos, a los que tuve la fortuna de conocer en su estado más puro. A ese que hoy va en el auto, pretendiendo ser exitoso en este mundo, lo vi sacarse los mocos a escondidas. A aquel que reta al hijo por no haber aprobado geografía, lo vi asustarse hasta el pánico frente a una pequeña cucaracha. A aquella que se muestra desenvuelta y segura, la vi hace años ponerse colorada por tener que dar una lección sobre los anfibios, temblándole la vocecita por hablar frente a otros.

Por eso, desde el día que conocí a su hijo lo imaginé sentado prestando atención a la señorita, con esos ojos dulces que seguro tenía.

Como le dije, gajes del oficio.

En una situación de extrema zozobra, de esas que pasan en la vida, conocí, señora, a su hijo.

Alto, sólido, amable, cauto y sin estridencias. Y lo primero que pensé fue: ¿Sabrá la mamá del doctor Sánchez lo que es su hijo? ¿Sabrá la mamá del doctor Sánchez lo bien que le hace a personas que ni conoce? ¿Sabrá, señora, la joya que tiene de hijo? Seguro que sí, pero igual le cuento.

Sale transpirado y ojeroso después de operar durante cinco horas para aliviarle el dolor a otro y explica con paciencia lo que pasa, sin hacerse el sabihondo ni el supermán. Contesta mensajes de familiares ansiosos a las doce de la noche. Camina por los pisos gastados de ese Hospital al que enaltece, con una calma y una paciencia admirables.

Sube y baja escaleras todo el día, todos lo llaman y a todos responde, sin perder la calma ni la gentileza. Sube a una habitación en la que él mismo pasa a la camilla a un enfermo y recorre los pasillos empujando la vida, señora, con el pantalón que apenas se le cae de atrás pero él no tiene manos para levantárselos, porque está sosteniendo a otros. A otros que están sufriendo, a otros que lo necesitan.

Hace malabares con los huesos, con los trámites, con los recursos, con las enfermeras, con los directivos, con los familiares, con los turnos… hace malabares con la vida su hijo, estimada señora.

Yo lo miro y veo a ese nene de ocho años, con su inocencia, y la imagino a usted poniéndole las medias y pienso… ¿Se imaginaba que estaba vistiendo a ese hombre que hoy emociona al verlo trabajar?

Gracias de corazón, señora. Y siéntase orgullosísima, porque ha hecho una hermosa labor: ha criado usted a un Hombre Bueno, de esos que son imprescindibles en un mundo en el que, a veces, pareciera que no existen.

Pero cuando se nos queman los papeles, cuando se nos viene el mundo encima, señora, cuando todo se oscurece y volvemos a ser pequeños y vulnerables, usted no sabe lo que significa su hijo, el Dr Sánchez.

Con todo mi afecto, señora.

(*) en Facebook: Enriqueta Barrio Escritora.

(**) El médico Juan Manuel Sánchez es médico del Higa.

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