Una mujer sin edad ni nervios, en una casita con luz y tranquilidad.
Por Enriqueta Barrio
Desde pequeña, una de mis mayores fantasías era irme a vivir sola. Me parecía el súmun de la felicidad, de la libertad, de la paz y de la realización. Cerca de la casa de mi infancia vivía una señora, costurera, en un departamentito a la calle, muy pequeño. Era lo que en esa época se llamaba “solterona”, con todos los chiches: la jaula con el pajarito a la que a la noche la ponía una funda; el televisor blanco y negro al que a la noche se le ponía una funda; una máquina de coser a la que… sí, se le ponía una funda. Era un sitio lleno de luz, acogedor, en el que sonaba una radio lejana permanentemente.
Berta, la costurera, era menuda como el departamento. Apretadita, con sandalias de taco chino, saquito de media estación y peinado casquito. Algún hilito en la pollera y el centímetro colgando del cuello, al que enrollaba mientras charlaba una y mil veces. Todo ahí me gustaba: el sol rompiéndose en un espejo, el olor a cera, la escasez de muebles, la dulcera en la mesa junto a un plato con tres o cuatro “masitas”… la tranquilidad permanente a la que yo, viniendo de familia de cinco (todavía no éramos seis), adoraba.
¿Cómo sería despertarte a la hora que querés, no aguantar la densidad de las mañanitas familiares, en las que, como una tromba, Norita nos metía de sopetón, sin tiempo ni para lavarte los dientes? Llena mi cabeza de literatura, entre Alcott y Corín Tellado, Berta era un personaje fantástico, sin edad ni nervios. Hacer ese ruidito en el piso al caminar, cerrar a la noche mi casita impecable y meterme sola en una cama con sábanas planchadas y elástico de resortes, con la cara cubierta de crema Ponds, y sentir la libertad en su máxima expresión.
Aún hoy, tantos años después, alguna vez me levanto pensando cómo me gustaría, algunos días, vivir siendo Berta.
(*) En Facebook: Enriqueta Barrio Escritora, enriquetabarrio@gmail.com