El texto de Albertina Carri que leyó este domingo en el Segundo Foro de Cine y Perspectiva de Género que se realizó en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Por Albertina Carri
Cineasta
Supongo que fui invitada a este foro no por mujer, mucho menos por cineasta, tampoco por lesbiana y menos aún por latinoamericana o por pornógrafa; o tal vez todas esas categorías resonaron en las programadoras del foro a la hora de convocarme y por eso estoy aquí. Sin embargo luego de pensar mucho sobre por qué me invitan a mí a exponer mis pensamientos en este espacio de participación ciudadana y cultural con perspectiva de género, lo primero que pensé, luego de descartar todas las identidades antes mencionadas fue “me convocan porque pago las cuentas”. Es decir, porque soy una persona que crea imágenes y relatos siempre al borde de lo digerible y que sin embargo sigue siendo parte de esta trama capitalista y patriarcal en la que vivimos (…) pago las cuentas.
Hay una anécdota que me gusta mucho que es cuando Cronemberg y Scorsese se conocieron, parece que Scorsese se sorprendió al conocer a Cronemberg porque el segundo no era más que un tipo común que pagaba las cuentas y llevaba a sus hijos a la escuela; en el imaginario del yankee blanco, el canadiense debería haber sido un demente vestido de negro que se alimentaba de sangre sintética o de bellotas caídas de los árboles y que vivía en una cueva rodeado de seres igualmente extravagantes; pero resultó que no, que el cineasta que había creado toda esa batería de relatos y gestos anticapitalistas, vivía dentro del sistema viendo todos esos fantasmas que tan bien plasma en sus textos cinematográficos, caminando por la ciudad de Toronto cada mañana que lo envolvía en un nuevo día notariado por la burocracia que significa la vida de la civilización tal como está diseñada.
Pienso entonces que la complejidad es esa: ¿cómo vivir rodeades de ese terror moral y anal que despliegan las imágenes del capitalismo y no sucumbir a ese terror mudándonos a una cueva o dejando de llevar a nuestres hijes a la escuela? Aunque ambas opciones, la de dejar de escolarizar a niños y a niñas y la de mudarse a una cueva, son más que considerables, requerirían por lo menos dejar de hacer cine y por el momento, elijo, a pesar del desconsuelo que me provocan las instituciones, seguir pagando las cuentas y seguir mandando a mi hijo a la escuela, para poder así seguir haciendo películas.
Partiendo de la premisa que el feminismo es la única ética posible, me corro de la discusión de género sobre las mujeres y desde esa ética y esa filosofía que significa el transfeminismo, propongo una ruptura total con lo presentado como estable desde la creación de las imágenes, que en definitiva es lo que me ha desvelado en los últimos veinticinco años: crear imágenes y a su vez romper con lo estable –tal vez ese desvelo sea otra de las razones por la que hoy estoy aquí, ese sonido estridente que intenté hacer rechinar con mis imágenes para que dejen una resaca sonora en los oídos de espectadores automatizades por el cine del mercado-.
En principio es por lo menos incómodo ser cineasta, intentar exponer el abuso que significa la cultura del mercado desde un medio que implica tanto despliegue de capital y de espectáculo, es una suerte de contradicción. Pero la vida es una contradicción, cada época, cada generación, padeció su propio sino y a nosotras hoy aquí, nos toca pensar en esta contradicción sobre nuestra profesión porque somos parte de esta época de descontento y de movimientos sociales y culturales que intentan poner en evidencia todo el despliegue de violencia que necesita el capital para seguir sosteniendo sus desigualdades y sus hordas de vulnerables.
Entonces en lugar de pensarlo desde esa incomodidad, elijo pensarlo desde otra figura retórica e incómoda que viene de la Entomología o estudio de los insectos, ciencia que extrañamente siempre estuvo relacionada a los comienzos del cine, al cine amateur, a ese cine que vendría a ser como la bisabuela del cine de autora; empuñar la cámara por afecto, por deseo y por una exuberante necesidad de conocimiento, de entrega y de curiosidad. Porque en definitiva eso es el deseo, esa entrega y esa curiosidad que luego la educación, la civilización y el orden de los estados organizados según una lógica de dominación, nos van cercenando y nuestro deseo queda relegado a categorías tales como: capricho, perversión, histeria, vagancia, terrorismo, perdición, prostitución –y siguen los éxitos según la hora del día y la cantidad de información machista que porten les oradores de turno-.
Los insectos, monstruos bajo la fotomicrografía, nos hablan a aquellxs que no podemos soportar esta normalidad en la que nos intentaron arraigar: mi propuesta es entonces ser parte de este medio como ladilla.
Ser un phtirus pubis, ese insecto incómodo que se nutre del vello púbico y que casi siempre su presencia y su existencia está relacionada a lo adúltero, a la trampa, a los bajos fondos, a lo soez, a lo vulgar, a la escoria, al desorden, y también y por sobre todas las cosas, si retiramos todas esas condenas morales con las que carga este insecto que vino a corromper la moral de la familia decente blanca y mononormática, al deseo.
Este insecto desubicado y parásito hace visible con evidencia impúdica nuestros orgasmos, nuestro apetito sexual, nuestra necesidad de contagio ante la lógica monoteísta de la heterosexualidad impuesta. Es un exhibicionista de las imágenes que el capital invisibiliza para seguir domesticándonos, porque en las súper producciones de visibilidad de verdades que el capital crea a todo ritmo siempre se están obliterando otras posibles cartografías, y con ese gesto de castración, con el que convivimos desde siempre, lo que realmente se castra es nuestro deseo, pero si miramos ese cine desde nuestros cristales de insectos monstruosos dispuestos a subvertir las formas, vamos a ver allí todo ese terror moral y anal con el que el occidente judeo-cristiano se sostiene a través de una parafernalia de recursos, entre los cuales está la creación de textos audiovisuales.
No voy a descender una vez más hasta la cueva con reflejos de Platón y la representación de la representación, hablamos de cine en este siglo, es decir, ya sabemos que somos el reflejo de esas imágenes que nos invaden y nos moldean a su imagen y semejanza. Somos esas imágenes, nuestros cuerpos funcionan y se alimentan a través de ellas, y como nos enseñó la marica ilustre de Puig, las películas forman además parte fundamental de nuestra educación sentimental. Uno de los modos de ir contra ese desastre al que nos conducen, inducen y escurren esas verdades de tierra plana y de cuerpos también planos, musculosos y territoriales, que padecen conflictos morales por defender ese territorio de consumo por el que despliegan toda su épica y su drama; es crear nuevos textos cinematográficos que no sean condescendientes a ese fascismocapitalista que sigue diseñando rutas y caminos para que circulen unes poques elegides bien desinfectades de ladillas y otros goces.
Podría ahora hacer la lista de todas las cineastas mujeres que diseñaron nuevas cartografías desde el pubis del patriarcado cinematográfico, pero elijo nombrar a otra pionera ladilla transfeminista porque sin su poesía muchas de nosotras no estaríamos hoy acá. Una de las ladillas más importantes que la historia del cine ha vomitado es Pasolini, porque en su política cinematográfica los cuerpos de las putas, los putos, los reos, las maricas, les violades, las gordas, son cuerpos posibles, habitables desde su mirada de afecto y de deseo; su puesta en escena, la cadencia de sus imágenes, el tempo de su montaje, la oralidad de sus cuentos, nos pliega el pensamiento hacia la voluptuosidad y el desapego, hacia la igualdad y hacia la particularidad. Y él fue otro que no se retiró a ninguna caverna para expresar el dolor que significa no encontrarse representadx en ninguna pantalla, la violencia que significa que unas imágenes existan y otras no, no se alimentó de ninguna sangre sintética y pagó las cuentas, tanto las pagó que el régimen fascista italiano liquidó su cuerpo. Liquidó su cuerpo pero no su transcendencia, su revolución visual-anal todavía nos atraviesa, nos interpela y nos da aliento, porque… Porque las ladillas ¡son contagiosas!
Podemos hacer cine caro o cine pobre, cine de autora o cine comercial, podemos hacer cine experimental, clásico o para niñes, podemos hacer cine de género, trans, queer, de animación, de ensayo; podemos hacer el cine que querramos porque una de las potencias más unívocas que tiene este lenguaje es su apertura y su capacidad de mutación, pero hagamos el cine que hagamos, las invito a ser cineastas ladillas. Seamos con nuestras cámaras, esos parásitos anti-bíblicos que exhiben todo el terror anal y moral con el que el capitalismo intenta educarnos productives y autómatas, higiénicas y en silencio.