Por Jorge Raventos
Durante la semana que termina, Mar del Plata se convirtió en una módica caja de resonancia de la agenda económica que promueve el llamado “círculo rojo”. Aunque el tradicional encuentro junto al mar de IDEA no congregó esta vez a los grandes jugadores del empresariado, sus debates y conferencias nutrieron a los medios durante siete días.
Los blues de la Rosada
Alberto Fernández habló en el cierre. A catorce meses del final de su período, el Presidente no quiere desperdiciar oportunidades de reivindicar su propia gestión, un cometido que asume personalmente y para el que consigue cada vez menos acompañantes.
Fernández cerró una semana en la que se vio urgido a cambiar tres piezas de su gabinete. Le costó llenar los casilleros vacíos: en algún caso, por la renuencia de los candidatos que prefería (Carlos Tomada, por caso, no quiso ser reemplazante de Claudio Moroni en Trabajo), en otros, por el conflicto de intereses que le ocasionaba optar por las postulantes que pugnaban por suceder a Gómez Alcorta (para evadirse por arriba de ese problema, tuvo que pedirle un favor al gobernador puntano, Alberto Rodríguez Saa). En el caso del Ministerio de Desarrollo Social, reemplazó sin inconvenientes inmediatos un amigo (el dimitente Juan Zabaleta, que vuelve a la intendencia de Hurlingham) por una amiga, la diputada Victoria Tolosa Paz. La designación de Raquel Kelly Olmos en la cartera de Trabajo no fue bien recibida en el ámbito sindical, no porque se cuestione a la nueva ministra, sino porque se enteraron de la decisión de Fernández por la prensa, ni fueron consultados ni fueron anoticiados por el Presidente, que proclama habitualmente ser su aliado.
La alocución de Fernández en IDEA, por momentos dolida, por momentos desafiante, refleja seguramente esas vicisitudes. Varias veces mencionó con disgusto que se le atribuye debilidad. En verdad, ese rasgo es menos una imputación a su persona que al ejercicio de sus funciones, que han derivado en una inédita licuación de la autoridad presidencial.
Quo vadis
Los debates de IDEA procuraron otear tanto el futuro inmediato como a vislumbrar lo que puede ocurrir en las previstas elecciones de 2023 y después de ellas.
Miguel Pichetto no habló en el evento de Mar del Plata, pero viene reflexionando públicamente sobre las elecciones de 2023. En ellas, postula, debería haber una opción tan clara como la que se viene dando en Brasil, entre el presidente Joao Bolsonaro y el ex presidente Luis Inacio Lula Da Silva: “En Brasil jugaron los titulares, -indica Pichetto-; es un buen ejemplo para lo que tiene que pasar en el país, no se puede hacer política con los suplentes”.
La frase, si se quiere, parece descolocarlo a él mismo, habida cuenta de que se postuló como precandidato presidencial desde el peronismo republicano enrolado en Juntos por el Cambio. Sin embargo, Pichetto no quiere sacrificar el realismo en sus análisis y sostiene que “tienen que dirimir la cuestión para un lado y para el otro los que son líderes. Macri de un lado y Cristina por el otro”.
Cuestión de peso
Si bien se mira, el hecho de figurar como precandidato de una línea interna -así se trate de una candidatura ficta- disimula la marcada injerencia de Pichetto en favor de Mauricio Macri tanto en la interna de la coalición opositora como en la del Pro. Al precio de calificarse a sí mismo como “suplente”, Pichetto dejó en el mismo banco a la pléyade de aspirantes en que redunda Juntos por el Cambio para obviar a Macri: al menos tres del Pro (Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, María Eugenia Vidal) y dos o tres de la Unión Cívica Radical (Gerardo Morales, Facundo Manes y, quizás, Alfredo Cornejo). De paso, Pichetto corona por el lado del oficialismo a Cristina Kirchner, la candidata anhelada por la oposición, porque consideran que es la más fácil de derrotar.
Más allá del escenario electoral que sugiere, la preposición de Pichetto contiene una constatación irrebatible: tanto Macri como la señora de Kirchner son las figuras centrales de sus respectivas coaliciones. Podría acotarse que en ambos casos se trata de una centralidad inercial: la mantienen porque la tuvieron y, si bien a los titulares les han aparecido desafiantes, todavía ninguno de los dos ha sido desplazado de esa posición aunque en los dos casos el rozamiento con la realidad los ha erosionado.
La cinta de capitán
Los liderazgos “titulares” aludidos por Pichetto tienen, de todos modos, algunas diferencias en su dispositivo. El de la señora de Kirchner ha perdido muchos de los influjos que ejercitó en el pasado; sin embargo, las resistencias que experimenta en el Frente de Todos son asordinadas, oblicuas.
No es el caso de Macri en Juntos por el Cambio y en el mismo partido que él fundó, el Pro. En la coalición, la figura de Macri es fuertemente cuestionada por la opinión mayoritaria del radicalismo, que pugna por dar vuelta la página de su administración y por modificar significativamente la relación de dominio que el macrismo impuso largamente a sus socios políticos.
Reglas electorales al paso
La discusión todavía en borrador sobre la subsistencia o la suspensión de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias hay que comprenderla en el contexto de tantas legítimas ambiciones contrapuestas.
Con PASO vigente, las sordas reticencias al dominio inercial del cristinismo en el Frente de Todos podrían encaminarse a través de presentaciones disidentes en distintos niveles y en la búsqueda de una candidatura presidencial que pueda ayudar al conjunto a una elección competitiva. En esa discusión, la señora de Kirchner actuaría al menos como primus inter pares y reclamaría primacía sobre el distrito bonaerense. Si quiere conservar al menos la relativa unidad que hoy expone el FdT, debería admitir las reivindicaciones y posicionamientos de los actores representativos, territoriales y sectoriales.
Sin PASO, la organización de las listas (y la negociación de las candidaturas principales) se verticaliza y territorializa, se incrementa la influencia de las jefaturas provinciales y municipales. Si esa influencia no se ejerce con ponderación, el riesgo es el debilitamiento representativo, la dispersión y la pérdida de votos en la elección general. Un gol en contra.
Para Juntos por el Cambio las PASO son una vía indispensable para zanjar los tironeos internos con reglas claras. Pero ese camino no está despejado de problemas. Con al menos cuatro fuerzas involucradas (Pro, UCR, Coalición Cívica, Republicanos Federales de Pichetto), hay un primer problema en el diseño de las listas: ¿habrá, por ejemplo, binomios presidenciales mixtos o los habrá puros por fuerza política? ¿cómo se resolverán las disputas propias de cada partido. Si se opta por listas puras por partido en las PASO, ¿cómo se definirá el orden? El radicalismo tiene tradición de internas autónomas y también tiene instituciones propias, como la convención, que podría darle solución al problema. Pero, y ¿el Pro?
Dilemas y decisiones
Cerca de Macri se empieza a imaginar una gran interna de Juntos por el Cambio, librada con boleta única en la que figuren todos los postulantes de todas las fuerzas. Parece una resolución ingeniosa, pero no resuelve algunos verdaderos problemas. Si las postulaciones son individuales, por ejemplo, quedaría librada a la aritmética de las urnas la construcción de las fórmulas, podría resultar una fórmula monocolor. Si la idea fuera incluir binomios en la boleta única, las fuerzas deberían zanjar primero internamente cuál es el orden de esos binomios, quién va primero y quién segundo. Se podría resolver a través de la misma elección aplicando una variante de la ley de lemas (gana la fuerza -el lema- que saque más votos en conjunto y las postulaciones se ordenan según la votación de cada candidato individual). Pero, ¿aceptarían los partidos de la oposición emplear internamente un sistema que condenan para el uso general?
Macri, que publica su segundo libro pero todavía no define si él será candidato, declaró sí que intervendrá para garantizar que el Pro defienda “posiciones firmes”. No parece, sin embargo, que la autoridad del expresidente alcance para arbitrar esa diferencia, aunque es posible que si él mismo se postula, pueda alcanzar ese objetivo, derrotando a Larreta (después vendría el problema de afrontar el “techo bajo” que la opinión negativa sobre Macri impondría al Pro y, eventualmente, a la coalición opositora).
Lo que también ocurriría, en ese caso, es que una presentación del expresidente obstruiría las posibilidades de Patricia Bullrich: los dos pescan en la misma pecera.
Esa situación podría dibujar otro mapa. Seis semanas atrás, en esta columna apuntábamos que “Bullrich está atenta a lo que ocurre con el electorado. Según una encuesta reciente hay una gran porción de futuros votantes (38 por ciento) que dice preferir que el próximo gobierno sea de un partido nuevo, no del Frente de Todos ni de Juntos por el Cambio. Ante la eventualidad de una diáspora de las actuales coaliciones ella se prepara para negociar con Javier Milei la construcción de un frente de centroderecha sin pelos en la lengua”.
En verdad, hasta que se definan estos rompecabezas -habrá PASO o no, cómo armarán las fórmulas las coaliciones, qué pasará con la lucha interna del Pro-, entre Bullrich y Milei hay una ambigua relación de amistad y rivalidad. Si ella se quedara con la candidatura del Pro (algo que luce difícil), se convertiría en una competidora abierta del libertario. De lo contrario, puede ser una gran aliada de él.