Grandes libros, pequeños lectores
Por María José Troglia
Integrante de la ONG Jitanjáfora
Este libro de Peter Reynolds es muy sencillo, tiene pocas páginas, no muchas palabras y unas ilustraciones simples, casi esbozos. Sin embargo, podría ser el único libro de didáctica que deberían leer los maestros.
La historia es conocida: una niña transcurre su clase de arte sin poder hacer ni un solo dibujo, se frustra, se enoja, se inmoviliza. La clase terminó y su maestra no se ha ido apurada, se queda, se acerca y le dice unas pocas palabras que la desafían y la animan a salir de la inercia y a empezar a crear y a hacer algo desde lo que sabe, desde lo que puede.
No sabemos si esta profesora tiene un método, pero sí que está dispuesta a quedarse después de hora, que sabe mirar y escuchar, que tiene confianza en sus alumnos, que hace del humor una varita mágica para que la nada se transforme en algo, en mucho, que sabe sugerir y entregarse a las derivas de esa sugerencia, que entiende que el reconocimiento del otro es la potencia para cualquier acto educativo, que no toma la mano del niño y la guía para enseñarle a dibujar, sino que le entrega una pista, un inicio, la punta de algo que el otro podrá tomar, si quiere, y no se sabe hacia dónde llevará, que no sanciona ni desvaloriza aunque lo que vea sea mínimo o incompleto.
Cuando la niña/la alumna puede sola, ¡y sí que puede! la profesora se desdibuja, se corre de la escena, del frente de la clase, cede su protagonismo y le deja el lugar a lo que la nena pudo construir.
Dibujar un punto y ponerle la firma parece poca cosa pero la maestra sabe que ahí está la punta de todo: tomar la palabra, hacerse cargo del propio aprendizaje, encontrar una marca, una huella para abrir un sendero que no se sabe hacia dónde conducirá, porque el desconcierto y la maravilla pueden ser una clave en la aventura de enseñar y de aprender.
Las ilustraciones sostienen esta manera de pensar el acto educativo: el gris repetido y desmotivador de la clase del inicio va transformándose en una explosión de color y el dibujo se expande, para que entren los otros y aprender se convierta en algo alegre, desafiante, que vale la pena mostrar y comunicar.
Esta es la historia de una transmisión pedagógica feliz, y de la posibilidad de entramar saberes y subjetividades para que un punto se convierta en un mundo.